1.
Ahora sí, finalmente, arrancaron legalmente las campañas electorales –lo anterior que vivimos fueron actos anticipados o precampañas—, y los ciudadanos podríamos aspirar a ver y escuchar durante 90 días a los y las candidatas y conocer sus propuestas. Sin embargo, dado el carácter mediático y digital de las mismas, podrían predominar los mensajes cortos, los denuestos y desde luego, las campañas negras, que mientras más lo son, más se viralizan.
2.
Como si el futuro de nuestro país no estuviera en juego, los dos grandes bloques: el del gobierno y el de la oposición, miden fuerzas; uno, pensando que las elecciones son innecesarias, pues va arriba en las encuestas, que le acreditan un diferencial de 20 puntos sobre su principal competidora, en tanto que el otro bloque se apresta a remontar y consolidar su posición ante un electorado cada vez más sofisticado, exigente y demandante, que no necesariamente ha revelado su intención de voto. Si se revisa la metodología de las encuestas, es posible notar el alto nivel de reposición de los posibles entrevistados, cercano al 40%, además de reportarse aún 20% de indecisos, lo que indica que la pretendida certeza de las mediciones no es tal.
3.
De ahí que sea más sensato pensar que se está ante un escenario competitivo, en donde las y los candidatos tienen que ir a buscar y convencer a los electores, trabajar por los votos y mostrar con claridad sus propuestas. ¿Por qué van a votar por determinada opción los ciudadanos? Pues la gran decisión se dará el 2 de junio, el día de las urnas. Esperemos que tras la bruma de las inevitables campañas de descalificación y contraste, sea posible valorar las opciones.
4.
Hay quienes sostienen que es mejor continuar lo que se está haciendo, y desde la propaganda oficial, se asumen mayoría plena. Más razonable, para hacer una buena campaña, sería no suponer que se va muy adelantado, sino trabajar como si las encuestas no existieran, para decirle a los electores por qué sería bueno repetir un gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador sin él en la Presidencia. Ciertamente, el titular del Ejecutivo tiene una elevada popularidad, no tan alta como la que tuvo al inicio de su gobierno, pero todavía significativa. Según el tracking cotidiano de Consulta Mitofsky, anda en 56%, cuando llegó a estar en casi 80 por ciento. Esa misma medición señala los dos principales rubros de la gestión, con 40% de opinión favorable para la economía, ante 46% desfavorable para la seguridad pública; si se agregan otros indicadores, sería posible ver el desempeño en otras áreas, en corrupción, salud, educación, infraestructura, cuyos resultados distan de ser favorables. Gobernar no suele ser sólo decir qué se hizo, sino sobre todo constatar, en los hechos, tales dichos, que es lo que hacen los ciudadanos a la hora de ponderar su voto.
5.
De ahí que en la oposición planteen el desafío. Sin los dados cargados, en condiciones justas y equitativas, proponen un cambio de régimen, basado en el gobierno de coalición, para integrar a los diversos en una renovada unidad nacional. No más polarización, no más “pueblo bueno” ni adversarios aviesos. Sólo ciudadanos interesados en participar y que a México, sociedad, las familias y las personas les vaya bien. Para ello habría que rendir cuentas en donde compete, que es ante un Congreso libre y deliberante, con respeto a la división de poderes, en donde sea posible verificar la correcta aplicación de los recursos, conforme al plan de gobierno establecido en común. También le corresponde a la coalición opositora explicar a los electores por qué esto sería bueno para México, pues estando el gobierno de coalición establecido ya en la Constitución –no habría que hacer ningún cambio constitucional para ponerlo en práctica— la Presidencia de la República podría democratizarse en lo inmediato, sin una pretensión hegemónica ni centralista, sino compartida y federalista.
Te puede interesar:
Únete a nuestro canal de WhatsApp para mantenerte informado al estilo de EjeCentral.