Al momento de escribir este texto, la ciudad de Monterrey tiene una fuerte escasez de agua, una ola de calor se extiende por el sur de Europa causando grandes incendios forestales, en Gran Bretaña se esperan temperaturas récord de cerca de 40 grados centígrados y en Etiopía y Somalia se vive la peor sequía que ha habido en cuatro décadas.
Ante desastres como estos, ya son pocas las dudas que puede haber sobre si son debidos o no al cambio climático causado por acción humana, pues la explicación es que éste aumenta la posibilidad de que ocurran fenómenos climáticos extremos. Pero de lo que no cabe duda alguna es de que este tipo de eventos serán no sólo más numerosos en el futuro sino que serán cada vez más extremos e irán rebasando todas las marcas previamente registradas.
Con estas expectativas, las verdaderas preguntas son cuándo se producirán estos fenómenos extremos y si aún estamos en posibilidad de prevenirlos. Para el caso de las sequías, el 28 de junio pasado se publicó en la revista Nature Communications un estudio que provee de algunas respuestas. En él, las noticias para México son malas, aunque no tanto como para otros países.
Lo nunca antes registrado
El estudio fue desarrollado por investigadores de instituciones científicas de Japón, Corea, Alemania, Austria y Reino Unido encabezados por Yusuke Satoh, y es “la primera estimación de los momentos en que aparecerán por primera vez condiciones de sequía regionales que no tengan precedentes y que duren varios años consecutivos”.
Los autores esperan que sus predicciones, que hicieron para todo el mundo, sirvan como una medida “de la urgencia con que se necesitan aplicar a las estrategias de adaptación y mitigación con respecto a la sequía bajo cambio climático”.
No es exagerado decir que esta investigación busca definir el momento en que llegará una catástrofe, pues señala que “el inicio de condiciones de sequía regional sin precedentes se define aquí como una desviación en la que la serie de tiempo de la frecuencia de sequía promedio regional excede los límites superiores de su variabilidad climática histórica” durante un período igual o superior a cinco años.
Para dimensionar a qué se refieren los investigadores vale la pena saber lo que está sucediendo actualmente en la región llamada El Gran Cuerno de África, el triángulo de ese continente que se extiende por debajo de la península arábiga y que abarca desde el sur de Etiopía hasta el norte de Kenia y Somalia.
El Gran Cuerno, de acuerdo con un análisis del 7 de junio del Center for Strategic & International Studies, está experimentando su peor sequía en cuatro décadas debido a que por cuatro años consecutivos ha tenido temporadas de lluvias fallidas. Estas condiciones son causadas por el fenómeno meteorológico llamado La Niña, que ha sido especialmente fuerte y persistente.
La sequía extrema ha reducido la producción agrícola, destruido cultivos y matado a más de tres millones de cabezas de ganado, por lo que en la región más de 20 millones de personas se enfrentan actualmente al hambre y casi 6 millones de niños menores de cinco años están gravemente desnutridos. Además, en Etiopía y Somalia los conflictos aumentan el riesgo para la población en general.
Desafortunadamente, es posible predecir que esos conflictos aún aumentarán y que no tendrán una solución pronta, incluso si en 2023 hay una buena temporada de lluvias, pues se ha documentado a lo largo de la historia que los problemas graves de escasez de agua y producción de alimentos suelen acompañarse de severos conflictos sociales.
A esto se añade que el 10 de junio se publicó en la revista Nature un análisis de 2,653 celdas territoriales en todo el continente africano entre 1990 a 2016, y encontró que la probabilidad de que estalle un conflicto es “significativamente más alta si la sequía dura al menos tres años”.
Según escribió Davide Consoli, uno de los autores de este estudio, en el sitio The Conversation, se encontró que el tiempo de normalización de la actividad agrícola después de una larga sequía (que para esta investigación es de tres o más años) es de casi dos años.
Consoli agrega que “es necesario que las medidas para contrarrestar los efectos adversos del cambio climático se ajusten a la situación socioeconómica del territorio, especialmente en lo que concierne a la identificación previa de focos de inestabilidad que puedan facilitar la propagación y la agravación de tensiones”.
Los riesgos para México
El estudio de Satoh y colaboradores analizó la probabilidad de que se produzcan sequías hidrológicas tanto en condiciones de bajas emisiones de gases de efecto invernadero (considerando que se sigue el Acuerdo de París) y medidas adecuadas de gestión de los recursos hídricos existentes para cada una de las 59, como en escenarios de altas concentraciones de gases, asumiendo que siguen con la tasa de crecimiento que tienen actualmente.
Esta aproximación encontró que tres regiones, el sudoeste de América del Sur (sobre todo Chile), la Europa mediterránea y el norte de África, enfrentarán condiciones de sequía sin precedentes y por más de cinco años dentro de los próximos 30 años con una alta probabilidad, y esto sucederá independientemente de cuál sea el escenario de emisión de gases, alto o bajo.
Más tarde y con una menor probabilidad de ocurrencia, el noroeste de México, incluyendo la península de Baja California y los estados costeros desde Sinaloa hasta Oaxaca, además del suroeste de Estados Unidos, tendrán el comienzo de un nuevo régimen de sequías, entre 2040 y 2060.
Esto ocurrirá, según el modelo, incluso en un escenario de bajas emisiones; sin embargo, en este caso “se pueden esperar alrededor de ocho años de sequía”, mientras que con altas emisiones la sequía tendría una duración media de 35 años.
Este alarmante panorama tendría su caso más extremo al suroeste de Sudamérica, donde incluso con bajas emisiones se pueden esperar alrededor 65 años de sequía.
Si se da el caso de que los gases de efecto invernadero sigan como lo hacen actualmente, el modelo predice que, también alrededor de 2050, el resto de México y Centroamérica, experimentarán una fuerte sequía persistente de una duración aproximada de 15 años. Además, los investigadores señalan que estas condiciones de sequía anormales que duraría varios años consecutivos pueden “conducir a cambios irreversibles y a terribles consecuencias”.
En la incertidumbre, buenas noticias
Como cualquier modelo proyectivo o predictivo, el de Satoh y colaboradores tiene sesgos, algunos inherentes e inevitables. Por ejemplo, los autores no consideran la respuesta de la vegetación al aumento en los niveles del dióxido de carbono; pues no está claro cómo podrían afectar a la hidrología terrestre.
Por un lado, las mayores concentraciones del CO₂ podrían reducir la transpiración de las plantas y esto conduciría a retrasar la llegada de la sequía.
Por el contrario, el aumento de las concentraciones del gas, que se usa como fuente de carbono en la fotosíntesis, podría llevar crecimiento de la masa vegetal, con lo cual podría haber una mayor evapotranspiración y una menor disponibilidad de agua terrestre, lo que adelantaría la sequía.
Otra fuente de incertidumbre es que, para procesar los datos, la información sobre la extracción de agua para usos doméstico e industrial, el uso de la tierra y la capacidad de los ríos se fijaron en los niveles de 2005, y probablemente han cambiado desde entonces y seguirán haciéndolo.
Por otra parte, los autores recalcan que sus estimaciones “indican que lograr los objetivos del Acuerdo de París podría evitar condiciones regionales de sequía sin precedentes en muchas regiones”.
“Nuestros resultados —aseguran— arrojan luz sobre posibles preocu-paciones de que las infraestructuras y prácticas existentes que se diseñaron en base a registros históricos o experiencias pueden volverse insuficientes en un futuro cercano para hacer frente a las sequías en un clima más cálido en algunas regiones específicas. Por lo tanto, es crucial mejorar nuestra preparación en el horizonte de tiempo dado antes de que surjan condiciones de sequía sin precedentes”.
Epílogo
Hace unas semanas, la investigadora del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM, Christian Domínguez Sarmiento, explicó que la sequía que actualmente afecta a los estados del norte de México es causada, sobre todo, por La Niña (el mismo fenómeno climático que afecta al Gran Cuerno de África) que se ha extendido por tres años consecutivos desde 2020.
La investigadora aclara que La Niña se mantendrá hasta finales de 2022 y que hace más de 20 años no se prolongaba durante tanto tiempo.
Hasta ahora, los niveles de sequía se mantienen por debajo de los que se tuvieron en 2012, el más alto que registra el Monitor de Sequía en México, que inició actividades en 2002 aunque fue hasta 2014 cuando adquirió carácter nacional.
Desafortunadamente, la magnitud y la duración de las sequías que se esperan para estos próximos años serán mucho mayores que los de estos años y para mitigarlas no basta con reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, el mantenimiento de la biodiversidad, de la productividad de los suelos y el uso de la agroecología son también fundamentales, de acuerdo con los expertos en el combate a la desertificación.