El cultivo de opio es parte fundamental de la economía afgana, y por tanto, de los grupos talibanes que nutren su movimiento gracias a las ganancias que obtienen del tráfico ilegal de las sustancias derivadas de esta planta, que tan sólo en 2017 tuvo un valor de 6.6 mil millones de dólares para este país.
César Gudes, jefe de la oficina en Kabul de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), declaró a Reuters que “los talibanes han contado con el comercio de opio como una de sus principales fuentes de ingresos, lo que ha motivado que se incremente su producción. Esto trae consigo drogas con un precio más barato y atractivo, y por tanto una mayor accesibilidad”.
Para ponerlo en perspectiva, cerca del 85% de la producción mundial de opio se realiza en las amplias praderas de Afganistán, lo que representa ganancias multimillonarias para los distintos grupos que controlan estas regiones, especialmente los talibanes quienes cobran un 20% de impuestos para estas actividades; pero incluso antes de la caída de Kabul, el gobierno afgano toleraba el cultivo de esta planta como parte de la reconstrucción de las zonas rurales del país.
Estados Unidos, uno de los países más afectados por el consumo de opiáceos, concentró sus últimos esfuerzos en erradicar los campos de producción de la “adormidera” a través de costosas operaciones militares como el operativo Tempestad de Acero, que según una publicación de la London School of Economics, no sólo fracasó, también fue una simulación que cobró la vida de civiles.