Mañana es el último día de 2024. En estas fechas, solemos listar propósitos de año nuevo que van, desde llevar una vida más saludable y equilibrada, hasta la obtención de una multiplicidad de objetivos profesionales que permitan una vida más holgada.
En este contexto, estimados lectores, hoy compartiré un extracto de un artículo que publiqué en el número 100 de la revista Abogado Corporativo, que pudiese ser útil (o no) en el proceso de pormenorización de metas para este año que comienza. En ese número, se publicaron 100 consejos dirigidos a las siguientes generaciones de abogadas y abogados, algunos con tips concretos para la práctica de la abogacía y otros, como el mío, con una visión general de aproximación a la profesión (mi consejo en aquella ocasión: actúa en consciencia, atendiendo a lo que sabes es justo, correcto, honesto y generoso). Las palabras siguientes las reproduzco con el firme deseo de que contribuyan a la manera en la que abordamos las decisiones prácticas de nuestro día a día:
“[…] Con independencia de nuestra educación temprana o profesional, en nuestra mente hay una intuición que invariablemente está presente. Una sabiduría profunda, producto del conocimiento acumulado a lo largo de generaciones en las que hemos observado cómo actuamos. Esta sabiduría o intuición sabe distinguir entre lo que está bien y lo que está mal.
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“Estar atento a esa intuición, escuchar su consejo y actuar apuntando a lo que nos dice es correcto, redunda más veces que no en una dinámica que beneficia a propios y extraños. He leído que, cuando en consciencia nos dirigimos a las personas con justicia y consideración, apelamos a lo mejor que hay en ellas incluso si sus intereses no están alineados a los nuestros. Sobra decir que el hábito de actuar de esta manera, tarde o temprano, redunda colateralmente en una carrera profesional llena de satisfacciones.
“Por supuesto, actuar en estos términos no nos exime de errores prácticos. Existe, dentro del espectro de acciones justas y generosas, un subconjunto de acciones estratégicamente acertadas para conseguir un determinado fin (aciertos), y otro subconjunto de acciones que no lo son (errores). No obstante, cuando nos equivocamos actuando en consciencia, lo hacemos desde un lugar que nos permite voltear atrás sin juicios. Nos permite asumir nuestros errores en equilibrio, pues sabemos que hemos actuado con convicción, que hicimos lo mejor que pudimos dado el contexto y las herramientas que teníamos. Aquí no hay remordimientos, solo responsabilidad.
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“En contraste, cuando actuamos en consciencia y acertamos, se detona una serie de consecuencias virtuosas. La principal: la manera en la que nuestro entorno nos responde. Porque no se reacciona igual frente al profesor que enseña derecho para exaltar su autoconcepto, que frente al maestro que enseña con el interés genuino de transmitir a sus alumnos, servirles y dotarlos de herramientas para hacer frente a los retos de la vida. Esto nos los enseñan historias tan antiguas como la de Abel y Caín, donde, si bien ambos hacían sacrificios a Dios, tenían una respuesta diversa (aceptación y rechazo, respectivamente), lo cual se explica por razones que podemos intuir: quizás, debido a que uno actuó en consciencia y el otro con ulteriores fines egoístas.
“Actuar en consciencia no está desprovisto de costos (muy importantes en ocasiones), pero en el largo plazo es aún más costoso actuar despreciando nuestra noción de lo justo. No obstante, se trata de costos que, en el largo plazo, valen la pena dados los beneficios que solo una mente en paz puede proveer.
“Este consejo abstracto, en realidad, encuentra materialización en una serie de situaciones a las que todo abogado, joven o experimentado, se enfrenta. En consecuencia, en mi opinión, constituye un faro que permite definir rumbo, con independencia de los factores externos que suelen generar presión y distorsionar nuestro mejor juicio. […]
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“Piensa que acabas de entrar a un nuevo trabajo, donde tu función es monitorear asuntos en el juzgado. Se te ha pedido dar dinero a un funcionario para agilizar trámites para un asunto urgente. En este escenario, actuar en consciencia es recordar que no cuestionar una instrucción como esa es enseñar a tu intuición a extender los límites de lo admisible. Alguna vez leí que la corrupción comienza por el primer plato de espagueti que se acepta; en otras palabras, si se deja pasar lo pequeño, hay alta probabilidad de que se deje pasar también lo que es un poco más grande, hasta que terminamos dejando pasar cosas realmente significativas. […]
“En definitiva, actuemos en consciencia. A la postre, la satisfacción del deber cumplido es algo que se trabaja todos los días, en cada palabra que se expresa, en cada decisión que se adopta, en cada acción que emprendemos”.
*Esta columna se hace en colaboración con María José Fernández Núñez