1ER. TIEMPO: Las fobias de Gertz Manero. Quién lo habría dicho en el lejano 2018, durante la transición del gobierno de Enrique Peña Nieto al de Andrés Manuel López Obrador, cuando el presidente entrante empezó a configurar su gabinete de seguridad. Alfonso Durazo, que fue priista, panista y se acomodó con López Obrador, sería el secretario de Seguridad, e invitó como asesor a Alejandro Gertz Manero, quien llevaba seis años en la banca de la administración pública. Quería ser secretario de Seguridad, como lo fue en el gobierno de Vicente Fox, pero el puesto ya estaba asignado. Le ofrecieron que realizara la transición de la Procuraduría General de la República a Fiscalía General, que resultó al final mucho más atractivo por la fuerza que adquirió. Lastimado por gobiernos priistas y panistas, Gertz Manero, planeó su venganza. Abrió carpetas de investigación contra Carlos Salinas —némesis de López Obrador —, Felipe Calderón —a quien odia el expresidente—, y Enrique Peña Nieto —que tenía un pacto de impunidad con su sucesor—. Obtuvo órdenes de aprehensión contra Salinas y Calderón, pero López Obrador nunca le autorizó que las ejecutara. Contra Peña Nieto no llegó a ese nivel, pero procedió contra uno de sus alfiles en el gobierno, Luis Videgaray, que había sido secretario de Hacienda y de Relaciones Exteriores. Hace un año y medio obtuvo la orden de aprehensión contra Videgaray, que vive en Estados Unidos desde hace seis años, pero tampoco le autorizaron proceder en Palacio Nacional. Gertz Manero quería terminar su vida profesional con un expresidente en la cárcel, pero no lo logró. Con Videgaray fuera de su alcance, buscó por otra vía llegar a Salinas y se embarcó en la reapertura del Caso Colosio, buscando que el asesino confeso del excandidato presidencial, Mario Aburto, implicara al senador Manlio Fabio Beltrones, acusándolo de tortura en aquel entonces, y a Jorge Tello Peón, quien era el director del CISEN cuando mató a Luis Donaldo Colosio, porque había enviado a un joven agente, Genaro García Luna, a sacar de la cárcel a su compañero, Jorge Antonio Sánchez Ortega, detenido en Tijuana cerca de la escena del crimen con la camisa ensangrentada. Gertz Manero quería dos cosas: satisfacer la sed de venganza de López Obrador contra el binomio Calderón—García Luna, y por la otra la suya, para construir una escalera para llegar a Salinas a través de ellos. Eran acusaciones tan absurdas, que no avanzaron. Aburto había entrado en contradicciones sobre la supuesta tortura que hizo Beltrones, y Sánchez Ortega, que estaba a 15 metros de Colosio cuando lo mataron, había corrido a ayudar a cargarlo hasta la camioneta que lo llevó al hospital, por lo que se manchó de sangre la camisa. Los tiros de escopeta del fiscal no funcionaron, pero con él nada se acabará, hasta que termine su gestión, en 2028.
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2DO. TIEMPO: El fiscal de la Presidencia. Sin ser realmente amigo del presidente Andrés Manuel López Obrador, el fiscal general Alejandro Gertz Manero se volvió una pieza invaluable desde un principio, por los servicios extralegales que le hizo al inquilino de Palacio Nacional, como el haber armado una red de espionaje sobre todo el entorno del expresidente, sobre sus corcholatas, incluida quien sería la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, sobre los candidatos opositores y 25 políticos de todos los partidos, que le informaba semanalmente para que supieran qué hacían, qué pensaban y qué conspiraban. Fue instrumental para alimentar la cruzada obradorista contra la corrupción, negociando declaraciones a modo a cambio de libertad y prebendas, para que López Obrador pudiera utilizar los casos en la destrucción sistemática del viejo sistema político que, finalmente, logró para instalar un nuevo régimen. Gertz Manero se volvió tan funcional para López Obrador, que cuando se enfrentó con su consejero jurídico, Julio Scherer, y se abrió una batalla campal entre ellos, terminó inclinándose por el fiscal. Cuando renunció Scherer en agosto de 2021, el poder de Gertz Manero se incrementó, convirtiéndose rápidamente en el consejero político más sofisticado y hábil en el entorno del expresidente. En esa posición sin cartera, se volvió mensajero presidencial con gobernadores y fue quien llevó la relación personal con el embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, cuando las cosas entre él y López Obrador se empezaron a complicar. Cuando el expresidente hizo presidenta a Sheinbaum, una conversación regular en las élites políticas era si la nueva presidenta buscaría que López Obrador lo cambiara y ella pudiera dejar como fiscal a Omar García Harfuch, quien en la transición ya había comenzado a trabajar en ello. Era una jugada audaz, porque en ese entonces Gertz Manero estaba totalmente confrontado con García Harfuch, a quien había obligado a renunciar como titular de la Agencia de Investigación Criminal, y no solo eran incompatibles, sino excluyentes. López Obrador rechazó moverlo y Sheinbaum tuvo que aceptar a Gertz Manero, quien inteligentemente buscó un acercamiento con ella. Palabras más, palabras menos, el fiscal le dijo que quería terminar su carrera en ese puesto, que era el más alto al que había querido llegar, y que así como lo hizo con su antecesor, estaba completamente a su disposición. Pero hizo algo más. Se acercó a García Harfuch y le ofreció toda su cooperación. Hasta ahora lo ha cumplido cabalmente y ha sido de gran ayuda para el actual secretario de Seguridad. Su relación con Sheinbaum, con quien vivía en una dialéctica de rechazo recíproco, se enderezó y como en el sexenio anterior, se volvió funcional. Gertz Manero se adaptó a los nuevos tiempos y ha estado logrando lo que se planteó.
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3ER. TIEMPO; Un fiscal de segunda. Así como Alejandro Gertz Manero se ha distinguido en los últimos siete años como un consejero inteligente en sus análisis al presidente en turno y funcional para los objetivos del régimen, no se puede decir lo mismo de su trabajo como fiscal general, que por los resultados ha sido un fiasco. Ya no se acuerdan muchos, aunque fue ayer, que el caso madre del presidente Andrés Manuel López Obrador contra la corrupción, donde el testigo que propiciaría el colapso del viejo régimen con sus acusaciones, Emilio Lozoya se fue cayendo a pedazos. Sus acusaciones contra el presidente Enrique Peña Nieto y su gabinete económico, se fueron cayendo a pedazos. Su acusación contra el excandidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya, también se fue disolviendo al grado que regresó a México después de seis años de autoexilio y actualmente es senador. Su gestión ha estado plagada de escándalos y abuso de poder. Uno que lo perseguirá siempre es cuando utilizó su fuerza para que la fiscal de la Ciudad de México, Ernestina Godoy, actual consejera jurídica de la Presidencia, violara la ley para cumplir su sed de venganza contra su familia política, a la que acusó de la muerte de su hermano, Federico, quiso meter a la cárcel a su expareja Laura Morán, que estaba cerca de cumplir los 100 años —murió el año pasado a los 97— y encarceló sin prueba alguna a su hija Alejandra Cuevas, en un caso que llegó a la Suprema Corte de Justicia que resolvió su libertad inmediata porque se habían inventado las acusaciones. Gertz Manero mostró lo que estaba dispuesto a hacer a costa de todo. En 2021, después de más de una década de buscarlo, ingresó al Sistema Nacional de Investigadores, que lo había rechazado por “insuficiente producción científica” y por plagios en su escasa obra. No fue por sus méritos, sino por la presión de su amiga, la entonces directora del Conacyt, María Elena Álvarez—Buylla, a quien le pagó el favor meses después, al darle cauce a una denuncia que hizo contra 31 científicos, y con la sevicia que mostró contra su familia política, los quiso meter a la cárcel. Pero como sucedió en los casos anteriores, fracasó y el caso se cerró. Gertz Manero, como muchas veces lo hizo en el pasado, ha tratado de salirse siempre con la suya. Logró, al principio del sexenio obradorista, que el Sistema Nacional de Búsqueda de personas Desaparecidas no fuera incluido en la Ley de la Fiscalía General, lo que provocó una protesta dentro del gobierno. Perdió el litigio legislativo, pero no el político. Contra el propio gobierno, se negó a cooperar e incumplió con las labores de búsqueda e investigación en los casos de las denuncias de desaparición forzada. Qué paradoja. La semana pasada, por petición de la presidenta Claudia Sheinbaum, comenzó a investigar los desaparecidos y exterminados en Teuchitlán, Jalisco, un problema en el que no cree y que incluso, en el pasado reciente, saboteó.