La reciente llamada entre la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y el mandatario electo de Estados Unidos, Donald Trump, es un recordatorio de los retos comunicativos que enfrentan las relaciones diplomáticas en la era de la hiperconectividad. Ambas partes coincidieron en calificar la conversación como “cordial” y “productiva”, pero el acuerdo terminó ahí. Mientras Trump aseguró en su red social, Truth Social, que la presidenta mexicana había garantizado el cierre de las fronteras para frenar la migración hacia Estados Unidos, Sheinbaum desmintió esta versión categóricamente, afirmando que ni siquiera fue un tema planteado por su gobierno.
“No planteamos cerrar la frontera en el norte ni en el sur, nunca ha sido nuestro planteamiento”, declaró Sheinbaum en su conferencia matutina, desarmando las afirmaciones de Trump con la serenidad que caracteriza su estilo. Este episodio no sólo destaca las diferencias de fondo en las visiones políticas de ambos líderes, sino que también expone un patrón recurrente en el comportamiento de Trump: su tendencia a distorsionar conversaciones privadas para encajar en su narrativa política.
La relación de Trump con la verdad siempre ha sido, por decirlo suavemente, flexible. Durante su primera presidencia, acumuló un historial de disputas públicas con líderes mundiales a raíz de interpretaciones divergentes sobre conversaciones privadas. Quizás el ejemplo más conocido es la llamada con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en 2019, en la que Trump solicitó una investigación sobre Joe Biden y su hijo Hunter, a cambio de asistencia militar. Aunque negó haber presionado a Zelenski, la transcripción de la llamada reveló algo muy distinto y terminó provocando el primer juicio político en su contra. Casos similares surgieron con el primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien en varias ocasiones desmintió las declaraciones de Trump sobre acuerdos comerciales y políticas fronterizas, acusándolo de manipular los hechos para consumo interno en Estados Unidos. Incluso líderes europeos como Angela Merkel y Emmanuel Macron tuvieron que corregir públicamente las afirmaciones de Trump sobre temas de comercio y defensa.
Este historial no sólo pone en duda la versión de Trump sobre su conversación con Sheinbaum, sino que también subraya la necesidad de que México maneje con cautela y precisión sus comunicaciones diplomáticas en los próximos años. La relación bilateral entre México y Estados Unidos se encamina hacia un periodo en el que, como dirían en inglés, será un constante he said, she said: dos narrativas contradictorias luchando por legitimidad. En este contexto, la diplomacia mexicana tendrá que afinar su capacidad no sólo para hablar en el momento adecuado, sino también para escuchar con atención y anticipar las posibles tergiversaciones.
La prudencia comunicativa será clave para evitar lo que podría convertirse en un diálogo de sordos. Aunque México tiene razones para confiar en que sus acciones hablan por sí mismas, no puede darse el lujo de asumir que la verdad prevalecerá automáticamente en un entorno donde Trump domina la narrativa mediática con mensajes directos, aunque a menudo falsos o simplistas. La claridad en el mensaje, la consistencia en las posiciones y la firmeza en la defensa de los intereses nacionales serán esenciales para navegar esta etapa de la relación bilateral.
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México cuenta con un equipo diplomático sólido y experimentado, un verdadero dream team para gestionar la relación con Estados Unidos. Marcelo Ebrard, como secretario de Economía, aporta su vasta experiencia en negociaciones internacionales y su habilidad para abordar los retos comerciales entre ambos países. Juan Ramón de la Fuente, como canciller, combina un profundo conocimiento de la política exterior multilateral con una capacidad diplomática excepcional.
Lázaro Cárdenas Batel, jefe de la Oficina de la Presidencia, es una figura clave gracias a su experiencia en Estados Unidos, donde pasó varios años observando y entendiendo de cerca la dinámica política y económica del país. Su perspectiva única y su habilidad para coordinar esfuerzos estratégicos refuerzan significativamente los objetivos de México en la relación bilateral. Esteban Moctezuma, como embajador en Estados Unidos, actúa como un puente esencial en el diálogo político y económico, mientras que Diana Alarcón, representante ante el Banco Mundial, añade un enfoque financiero crucial en un momento en que economía, migración y seguridad están profundamente interrelacionadas.
Sin embargo, el equipo no estaría completo sin reforzar la presencia de las Secretarías de Economía y Hacienda en Washington, D.C. En el pasado, estas oficinas desempeñaron un papel fundamental para establecer canales de comunicación directa con la Casa Blanca, facilitando acuerdos estratégicos y resolviendo conflictos antes de que escalaran. La reinstauración de estas representaciones sería un paso crucial para fortalecer los lazos bilaterales y garantizar que México esté adecuadamente posicionado en el epicentro del poder político y económico estadounidense.
El reto no es menor. Trump ha dejado claro que una de sus primeras acciones al asumir el cargo será imponer aranceles del 25% a todos los productos mexicanos si no se detiene lo que él describe como una “invasión” de migrantes y drogas. Aunque Sheinbaum ha trabajado para desactivar estas tensiones señalando los logros de México en la reducción del flujo migratorio y el combate al tráfico de fentanilo, será crucial mantener una estrategia clara y bien articulada para contrarrestar las amenazas de una potencial guerra comercial.
El manejo de la narrativa será particularmente importante. Trump domina el espacio mediático con mensajes simples pero efectivos, mientras que México debe apostar por la precisión, el respaldo de datos y la comunicación estratégica. No se trata sólo de responder a las declaraciones de Trump, sino de anticiparse a ellas, posicionando a México como un socio indispensable en lugar de un blanco fácil para las críticas.
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Sin embargo, los desafíos no son menores. La amenaza de Trump de imponer aranceles del 25% a todos los productos provenientes de México y Canadá tiene el potencial de escalar las tensiones comerciales y políticas entre los dos países.
La presidenta Sheinbaum ha buscado desactivar estas tensiones señalando que las caravanas migrantes que preocupan a Trump ya no llegan a la frontera, gracias a una estrategia migratoria que ha reducido los encuentros de migrantes en un 75% desde diciembre pasado. No obstante, será crucial mantener esta narrativa respaldada por datos verificables y una estrategia de comunicación que evite que las declaraciones de Trump dominen el discurso.
Más allá de las tensiones inmediatas, el episodio también deja lecciones importantes para la diplomacia mexicana. En un mundo donde las percepciones importan tanto como los hechos, México debe adoptar un enfoque proactivo y estratégico en la comunicación de su política exterior. No se trata sólo de responder a las declaraciones de Trump, sino de anticiparse a ellas y presentar una narrativa que refuerce la imagen de México como un país soberano, comprometido con soluciones integrales a problemas globales como la migración y el tráfico de drogas.
La llamada entre Sheinbaum y Trump es un recordatorio de que, en la política, las palabras importan tanto como los hechos. Aunque el “teléfono descompuesto” es inevitable en un entorno de intereses divergentes, México tiene la oportunidad de fortalecer su posición mediante una diplomacia clara, firme y bien articulada.
La presidenta Sheinbaum ha demostrado temple y claridad al desmentir las afirmaciones de Trump, pero este es solo el inicio de una relación que promete ser compleja y llena de desafíos. Con un equipo sólido y una estrategia comunicativa eficaz, México puede asegurarse de que su mensaje no se pierda en la interferencia y que su posición sea escuchada con claridad en el escenario internacional.