1ER. TIEMPO. La lengua larga de López Obrador. En marzo de 2023, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador se peleó en el teatro de la mañanera contra el diputado texano Dan Crenshaw, quien, dos meses antes había presentado una iniciativa de ley junto con su colega Mike Walz de Florida para autorizar el uso de la fuerza militar contra los cárteles de la droga mexicanos, que, según afirmaban, facilitaban la crisis de fentanilo desde la frontera sur. “Este senador”, dijo López Obrador equivocándose, como no era raro que lo hiciera, sobre su cámara de origen, “¿no es injerencismo? ¿Eh? Es nada más ponerlo en la lista para que nuestros paisanos lo tengan presente para cuando haya elecciones”. El presidente tachó la iniciativa de propaganda pura. Crenshaw sostuvo uno de los más encendidos pleitos en X con López Obrador. “Lo único que queremos es enfrentar de una vez a los poderosos elementos criminales que aterrorizan al pueblo mexicano, pagan y amenazan a políticos mexicanos y envenenan a estadounidenses. ¿Está contra eso, señor Presidente?”, agregó. “¿A quién representa usted?”. Aquel choque tiene hoy una vigencia inaudita, luego de que el presidente Donald Trump firmara una orden ejecutiva para combatir el fentanilo, donde subrayó que los cárteles de drogas tenían una “alianza inaceptable” con el gobierno de México. “Pare de defender a sus amiguitos narcos y tome acción para prevenir el tráfico de fentanilo. Cálmese con sus mentiras sobre una supuesta ‘invasión militar’. Sólo queremos que nuestras fuerzas militares trabajen juntas. ¿O acaso prefiere que México sea conquistado por narcos?”. López Obrador siguió denigrándolo y dejó a salvo, no por estrategia sino porque nunca se dio cuenta de que era copatrocinador de la iniciativa, al diputado Dan Walz, que recibió los ataques contra Crenshaw como si fueran en su propio cuerpo. López Obrador nunca se ensañó con el colega de Crenshaw que copatrocinó la iniciativa, y que, en menos de dos años, se convirtió en el director del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el órgano que recibe toda la información de inteligencia del gobierno y presenta al presidente recomendaciones sobre política. “La situación en nuestra frontera sur se ha vuelto insostenible para nuestro personal de seguridad, debido a las actividades alimentadas por los fuertemente armados y bien financiados cárteles de Sinaloa y Jalisco”, dijo Walz. “Es momento de ir a la ofensiva porque no sólo están minando nuestra soberanía, sino desestabilizando nuestra frontera y entrando en guerra contra nuestros agentes y contra el ejército mexicano”. Hoy Crenshaw tiene fácil acceso a la Casa Blanca y Walz le habla a Trump al oído. López Obrador, en los tiempos actuales, debe tener pesadillas con ellos.
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2DO. TIEMPO. Andrés, ¿se acuerda de Marco? A mediados de 2022, el presidente Joe Biden organizó la novena edición de la Cumbre de las Américas, sin invitar, como era previsible, a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela. En Palacio Nacional, el grupo pequeño en torno al presidente Andrés Manuel López Obrador, donde el gurú ideológico era un monero de La Jornada apodado El Fisgón, de nombre Rafael Barajas, le sugirió con el respaldo de otros aventureros ignorantes no ir. López Obrador comenzó a pedirle a Biden que no excluyera a nadie, pero no le hizo caso. Sólo quería gobernantes electos democráticamente, lo que no eran ellos. López Obrador, como presidente de México, era muy importante para él asistir, pero lo plantó. Fue un quiebre con Biden, que se comenzó a ver en los siguientes meses, cuando sus funcionarios comenzaron a endurecer su discurso por su tolerancia con los cárteles de las drogas. Un republicano, el senador de Florida, Marco Rubio, traía en la mira a López Obrador. “Me alegra ver que el presidente mexicano, que ha entregado secciones de su país a los cárteles de la droga y es un apologista de la tiranía en Cuba, un dictador asesino en Nicaragua y de un narcotraficante en Venezuela, no estará en Estados Unidos”, declaró cuando canceló López Obrador el viaje a Los Ángeles. El tabasqueño tomó su rifle en la mañanera y le exigió probar sus acusaciones. Era una contradicción que él, quien durante todo su sexenio acusó a quien se le cruzara enfrente sin fundamento y menos pruebas, se sintiera aludido. “¿Cuál es mi vinculación con el narcotráfico en México?”, le preguntó públicamente López Obrador. “Yo no soy Felipe Calderón, aunque no les guste”. Rubio respondió con más acusaciones de proteger dictadores, de sus relaciones con el narcotráfico y de haber simulado su combate con la estrategia de “abrazos, no balazos”, que siempre le cuestionaron en Washington. Nadie en el Capitolio había señalado reiteradamente a un presidente mexicano de tener ligas con el narcotráfico como lo hizo Rubio. Calderón, la némesis del expresidente, nunca fue señalado de ello por ningún legislador o funcionario en Estados Unidos. López Obrador terminó su sexenio y se fue a su rancho en Palenque. Rubio se convirtió en el secretario de Estado de Donald Trump, y en la audiencia donde lo confirmaron en el Senado, aseguró que los cárteles tenían un control operativo sobre amplias franjas del territorio entre México y Estados Unidos, convertidas en “empresas criminales” que aterrorizaban y minaban al gobierno mexicano y a sus ciudadanos. Hoy, el ciudadano López tiene enfrente al número dos del gobierno de Estados Unidos quien, se vio durante años, lo detesta.
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3ER. TIEMPO. Nada es para siempre. En marzo de 2023, los procuradores de 21 estados republicanos urgieron al presidente Joe Biden y al secretario de Estado Antony Blinken declarar a los cárteles de las drogas mexicanos como Organizaciones Terroristas Extranjeras, por ser una amenaza para la seguridad nacional de su país. En julio del mismo año, el senador de Ohio J.D. Vance declaró en una entrevista en el programa de gran audiencia de la cadena NBC, Meet the Press, que los presidentes de Estados Unidos debían tener el poder para desplazar tropas y perseguir a los cárteles de las drogas en América Latina. En mayo del año pasado, la gobernadora de Dakota del Norte, Kristi Noem, afirmó que los cárteles de las drogas mexicanos estaban operando en su estado, a dos mil kilómetros de la frontera con México, y habían cometido al menos nueve asesinatos en reservaciones indias. La frecuencia con la que hablaban de un narcoestado en ese país era inédita y frecuente. Hasta 1985, cuando el Cártel de Guadalajara ordenó la muerte del agente de la DEA, Enrique Camarena, y su piloto, Alfredo Zavala, la única información sobre narcotráfico que había generado un escándalo fue en enero de 1977, cuando el director interino de la DEA, Peter Bensinger, declaró en el Capitolio que había una lista con 700 nombres de políticos, empresarios y artistas mexicanos involucrados en las redes del narco que intercambiaban droga por armas en Estados Unidos. Nunca se supieron los nombres de esa lista, cuyo recuerdo se evaporó con el tiempo. La relación entre México y Estados Unidos se narcotizó por el asesinato de Camarena, y cambió de rieles hasta que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Sin embargo, el tema ya nunca más desapareció. Hubo momentos críticos en el gobierno de Ernesto Zedillo, cuando detuvo a su zar contra las drogas, el general Jesús Gutiérrez Rebollo, acusado de recibir dinero de Amado Carrillo, El señor de los Cielos. En el de Vicente Fox, porque Héctor Beltrán Leyva reclutó a un asistente de su exsecretario particular, Alfonso Durazo, hoy el gobernador morenista de Sonora, en Los Pinos. El Cártel de Sinaloa penetró la Procuraduría General de la República durante el gobierno de Felipe Calderón y años después, se acusó al secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, de recibir dinero del Cártel de Sinaloa. En el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se detuvo al exsecretario de la Defensa en el gobierno de Enrique Peña Nieto, el general Salvador Cienfuegos, presumiblemente por tener vínculos con los Beltrán Leyva. Pero nada fue más intenso ni las acusaciones fueron más frecuentes que durante el sexenio de López Obrador. Y se pondrá peor. Noem es la secretaria de Seguridad Interna, cuyas unidades de élite capturaron en México a Ismael El Mayo Zambada, jefe del Cártel de Sinaloa, y Vance es el vicepresidente de Donald Trump. Como ellos, piensan muchos en el gobierno estadounidense, y lo que creen es lo que dijo esta semana Vance: “Pobre México. Qué triste. Los cárteles de la droga operan libremente dentro de sus fronteras y México no puede hacer nada al respecto”. Con todo el contexto, hay que tomar sus palabras como un aviso.