Si la visión sobre la importancia de la asociación comercial con Norteamérica de verdad ha cambiado en el gobierno mexicano y se ha impuesto la concepción a favor de mantener a México dentro del TMEC por conveniencia pura, hay una larga lista de tareas, muchas no agradables, que el país, en particular sus autoridades, deberán emprender para enfrentar, con las mejores posibilidades, la política de la amenaza constante, la falta de respeto permanente y la incivilidad como divisa, que guiarán las acciones del nuevo presidente estadounidense durante los próximos cuatro años.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha tenido un buen comienzo al dotar de seriedad y formalidad el diálogo público con Donald Trump. Responder con serenidad, prudencia, datos duros y mucha dignidad, exigiendo respeto sin perder ni la calma ni la compostura, parece una estrategia mucho más redituable, en lo mediático por ahora, que el juego del gato y el ratón en que se metió Andrés Manuel López Obrador entre 2018 y 2020, cuando recurría a las gracejadas o de plano simulaba no entender, para evitar un enfrentamiento con Trump. Esa forma de conducirse, respondiendo los insultos con malos chistes, acabó por ser interpertada como un estilo, mal camuflado, de genuflexión por miedo, no precisamente a una invasión.
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Hoy las cosas son distintas y aunque sería absurdo decir que se ha controlado a Trump, eso parece imposible, lo que se puede afirmar es que la presidenta mexicana no se ha dejado arrastrar al ring de las agresiones y el intercambio de descalificaciones que tanto gusta al presidente electo del vecino del norte. Responder en lugar de mirar hacia otro lado como lo hacía AMLO, pero hacerlo con seriedad, claridad y sin morder el anzuelo de la provocación, le ha ganado a Sheinbaum el reconocimiento, en México, de muchos de sus críticos, en Estados Unidos de varios que buscan señales para descifrarla y quizá hasta del propio Trump, que empezará a entender que no encontrará en ella a un amplificador de sus bravatas
Sin embargo, aún falta mucho para considerar que la relación México-EU está normalizada y encarrilada, si es que eso se puede lograr con el imperio y con alguien como Trump. AMLO dañó de forma severa ese puente tendido en 1994 por Carlos Salinas y las consecuencias de su desprecio a la relación y los compromisos bilaterales, son otra de las herencias malditas que le dejó a su sucesora. Ahora, con el regreso de Trump, se empiezan a ver con más claridad, los riesgos de la ruptura que el tabasqueño se afanó en lograr.
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Recurrir a la razón y a los datos duros para desarticular o quitarle fuerza a los ataques del trumpismo contra México es mucho más eficaz y también mucho más digno que esconder la cabeza o doblarse como lo hizo el expresidente mexicano ante los abusos verbales del hombre naranja. Sin embargo, eso no es suficiente. Es indispensable considerar que una discusión con Trump no se sustenta en la lógica, ni en la verdad, ni tampoco en los valores. Él está acostumbrado a imponer, por la fuerza, su punto de vista y sus condiciones más allá de la razón, del respeto, del decoro, y a veces más allá incluso de los intereses de largo plazo de los Estados Unidos.
Trump es un enigma hasta para sus paisanos. Lidiar con él durante cuatro años y con las secuelas que deje a su paso después, será una tarea de un día a la vez, aunque en honor a la verdad, su estilo belicoso, su maniqueísmo supremacista y su agresividad contra México, pueden también convertirse en los grandes aliados de Claudia Sheinbaum para contener y reducir a las tribus lopezobradoristas que hoy se le han envalentonado a la presidenta y se han atrevido a tanto porque creen, como en tiempos de Plutarco Elías Calles, que en Palacio Nacional despacha la presidenta, pero el que manda vive y opera desde Tabasco.
@EnvilaFisher