1.
Parece obligado realizar un análisis de riesgos para anticipar, en la medida de lo posible, los efectos sobre cualquier plan establecido. El actual, sin embargo, apunta a un alto nivel de riesgo, con la incertidumbre como catalizador del mismo. En la encuesta de Banco de México al cierre del año, los analistas consultados consideran que los mayores riesgos económicos por venir en 2025 son, por un lado, la estabilidad de la calificación crediticia, puesta en veremos con perspectiva negativa, y un menor crecimiento del PIB que el planeado, pues el paquete presupuestario lo supone entre 2 y 3%, cuando todas las previsiones marcan por debajo del 0.7% y hay quienes consideran incluso una posible recesión hasta de -1 por ciento.
2.
Es claro que de no alcanzarse un buen crecimiento del PIB, los ingresos fiscales habrán de decrementarse y el gasto, por ende, ajustarse aún más. El año fiscal de 2025 será muy complejo, el presupuesto apenas tiene margen de maniobra y las presiones de gasto, de combinarse inflación, tipo de cambio y débil crecimiento, habrán de incrementarse. Con el añadido de que al iniciar la administración Trump, muchos de estos asuntos habrán de complicarse aún más. Lo más probable es que el crecimiento del PIB esté por debajo de 1%, el tipo de cambio tienda a 21 pesos por dólar y la tasa de inflación siga en torno al 5 por ciento. El precio del barril de petróleo es previsible, esté sobre los 70 dólares, pero el gas natural podría continuar en 3.5 dólares o más el millón de BTU, cuando solía estar en dos dólares. Con ello, la tasa de referencia mexicana difícilmente podrá bajar del 9% (ahora está en 10%), manteniendo alto el costo de la vida.
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3.
En lo que a política se refiere, conforme al reporte de Integralia Consultores (Diez Riesgos Políticos para 2025), hay un altísimo riesgo debido a un factor interno, que es la concentración del poder y centralización de las decisiones, lo que eleva el costo de equivocarse, combinado con otro externo, resultado de nuestra inevitable vecindad, que es el regreso del impredecible y tronante Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Es casi como película de Charlie Chaplin, donde se ve a un gran autócrata jugando con el mundo, esta vez a golpe de aranceles y de tuitazos, desde hacer de Canadá un estado más, hasta comprar Groenlandia o intercambiarla por Puerto Rico, retomar el Canal de Panamá e inclusive cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Tal suele ser el delirio del poder sin contrapesos, sencillamente se aleja del sentido común.
4.
Como explican en Integralia, es inevitable que la llegada de Trump tenga un impacto significativo, económico, migratorio y de seguridad. Cada país tendrá que buscar maneras de contener las agresiones verbales y evitar que se transformen en cuestiones reales. El mayor riesgo es que se debilite el espíritu de América del Norte que dio lugar a la creación del área de integración y desarrollo económico más dinámica del mundo, debido al nacionalismo en Canadá y México, la defenestración del primer ministro Justin Trudeau anticipando una victoria del partido conservador, sumado a la mala reputación de México en el exterior como una tierra de narcos –el propio Trump dice que nuestro país está gobernado por los cárteles–, todo lo cual puede traer consigo no sólo una complicación en la revisión del Acuerdo Trilateral de Comercio sino inclusive su repudio, desapareciendo como tal y volviendo a la época de las relaciones simplemente bilaterales.
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4.
Respecto a la concentración del poder y la centralización de las decisiones, es algo que se vivió en México en los años de la llamada Presidencia Imperial, cuando todo se decidía desde Los Pinos. Ahora, desde Palacio Nacional es posible concentrar las decisiones para bien o para mal; si es con base en la razón, pudiera recobrarse aquello que fue el milagro mexicano; pero si se nublan la razón y los números, la economía y el país habrán de pagarlo, como alguna vez sucediera en la década de los años 70.