Febrero será el mes más corto y también más tenso del arranque del sexenio, pero no sólo para el gobierno, también para los mexicanos. El periodo de gracia obtenido por la presidenta Claudia Sheinbaum o concedido por Donald Trump para grabar las importaciones de productos mexicanos en los Estados Unidos, se ha apoderado de todas las conversaciones y ha influido en prácticamente todas las agendas de coyuntura.
En un mes no cambiarán las cosas de forma radical. Ni el flujo de fentanilo ni el de migrantes van a disminuir espectacularmente en ese periodo, pero aunque disminuyeran, eso no será un factor de reconocimiento o afectación para alguien como Donald Trump. Por lo tanto, México esta obligado a pensar cómo actuará en la mesa de negociaciones dentro de cuatro semanas, cuando el plazo se cumpla, Trump se declare insatisfecho y amenace de nuevo con los aranceles para los productos mexicanos. El país no puede hacer otra concesión de efectivos de la Guardia Nacional o convertirse en tercer país seguro, a cambio de nada.
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Está claro que la razón le asiste a México en el sentido de que ese impuesto violaría el tratado comercial de Norteamérica, pero es igual de claro que negociar con Donald Trump no es un reto para la razón, sino para la astucia y la fuerza.
Los populistas, y en México se conoce bien la figura, no reconocen la verdad como una adecuación de la mente a la realidad. Para ellos la verdad es una adaptación de la realidad a su forma de pensar. Eso significa que para hombres como Trump, la verdad es lo que ellos dicen y ellos piensan, pero puede cambiar incluso radicalmente, de un día para otro, en función de su conveniencia y sus objetivos. Donald Trump es un populista consumado y como tal actua ante México, ante Canadá y ante sus electores.
Convencer a un hombre así con las armas de la razón, es tan dificil como era hacer cambiar de opinión a López Obrador durante su sexenio pásado. Si Trump concedió un mes de plazo para México y Canadá, lo hizo porque los factores reales de poder de su país le reclamaron y advirtieron sobre la enorme burbuja inflacionaria, con cargo a los bolsillos de sus electores norteamericanos, que generaría si seguía con su peregrina idea de que déficit comercial es lo mismo que subsidio y que aplicando aranceles se “compensa”.
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Lo que esos factores de reales de poder no le impidieron, fue continuar con el uso del tema arancelario como herramienta de negociación política para someter a quienes él ve como sus contrapartes y no como sus socios comerciales.
Trump tiene claro el enorme daño que para la economía mexicana, y también para la canadiense, implicaría la imposición de cuotas o impuestos a la importación; entre otras cosas, el fin del T-MEC y del bloque comercial norteamericano. Lo que no parecía tener claro era el tamaño de la afectación por inflación que provocaría en los hogares estadounidenses.
Hoy, que economistas congresistas y senadores de su país, lo mismo demócratas que republicanos, le han hecho ver esa otra parte de la ecuación, y que seguro le recordaron que fue la inflación no controlada el principal factor de la derrota demócrata en las elecciones, parece abrirse un momento propicio para que México modifique su postura en la negociación y corra el riesgo de forzar a Trump a hacer detonar, en definitiva, el cartucho de los aranceles, con todo el riesgo que eso implica.
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Seguir haciendo concesiones para lograr prórrogas convertirá a México en un rehen de los aranceles. En contraste, dejar de hacer concesiones a cambio de migajas, como las cuartro semanas de plazo, para forzar a Trump a cumplir su amenaza arancelaria, pero también a asumir el costo político ante su electorado por hacerlo, o de plano a retirarla, parece la única salida decorosa que México. Sólo así podrá devolver a los terrenos de la razón, una negociación que siempre estará desequilibrada por las asimetrias entre ambas economías, pero no por eso tiene que ser demencial como la impone el presidente norteamericano.