Reflexiones en fechas de esperanza

31 de Enero de 2025

José Ángel Santiago Ábrego
José Ángel Santiago Ábrego
Licenciado en Derecho por el ITAM y socio de SAI, Derecho & Economía, especializado en litigio administrativo, competencia económica y sectores regulados. Ha sido reconocido por Chambers and Partners Latin America durante nueve años consecutivos y figura en la lista de “Leading individuals” de Legal 500 desde 2019. Es Presidente de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa y consejero del Consejo General de la Abogacía Mexicana. Ha sido profesor de amparo en el ITAM. Esta columna refleja su opinión personal.

Reflexiones en fechas de esperanza

José Ángel Santiago Ábrego

Esta columna está dedicada a mi querido amigo Mauricio Leal, quien siempre despertó lo mejor que hay en cada uno de nosotros.

Mañana es Nochebuena. Por ello, hoy esta columna no se escribe con temas de coyuntura de la vida pública y legal del país. Más bien, quisiera aprovechar la oportunidad para realizar algunas reflexiones con motivo de estas fechas de esperanza, muchas de las cuales encuentran su origen en las conferencias de Jordan Peterson sobre el significado psicológico de los textos bíblicos del Génesis.

Ciertamente, vivimos en un mundo complejo y difícil, en donde el sufrimiento es ineludible. Muchas veces, ese sufrimiento es causado por el resentimiento, el odio y el deseo de venganza, albergados en personas que aún no han logrado sanar su historia. Cuando vemos que esto sucede de manera reiterada y muchas veces sin culpa alguna, es común caer en la desesperanza. ¿La tentación? Que nuestra desesperanza ocasional se convierta en nihilismo, esto es, la creencia sostenida de que todo carece de valor o sentido y de que, en realidad, nada vale la pena. Volvernos cínicos y, de esta forma, creer que nadie podrá defraudar nuestras expectativas. ¿Por qué hacer mi trabajo si mi jefe es egoísta y malagradecido? ¿Por qué tener un gesto generoso si el vecino es un cretino? ¿Por qué hacer trabajo social si la sociedad no lo ve ni agradece?

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Sin embargo, optar por el nihilismo nos lleva a desconocer no solo el valor de nuestras acciones, sino, en última instancia, el valor que tienen los demás y el valor de nuestra propia existencia. Este es el verdadero monstruo, pues, de la desvalorización de la dignidad humana a formar parte del círculo tóxico que en un inicio padecimos, hay solo un paso. Desconocer la dignidad es pensar que otros pueden ser herramientas para conseguir nuestros ulteriores fines egoístas. Por tanto, una posición nihilista tiene en realidad el potencial de hacer aún peor el entorno en el que vivimos.

¿La alternativa? Hacernos responsables de lo que se nos presenta, de aquello que está en nuestro margen de actuación. Para ello, es preciso reconocer que no solo hay problemas causados por factores externos, sino muchos que son consecuencia de nuestra propia conducta dañina o negligencia. Atender estos últimos al realizar lo que indebidamente se ha dejado de lado, o al dejar de hacer aquello que nos afecta, pronto pone en evidencia que había una buena dosis de sufrimiento innecesario en nuestra vida.

¿Y qué hay de los problemas impuestos por factores externos? A esos, les plantamos cara, abrazando voluntariamente el desgaste y el proceso que implican resolverlos. Usamos la energía que solo el propósito y el significado nos pueden dar. Porque cuando asignamos significado a las situaciones que se nos presentan, dejan de ser infortunios para volverse procesos que nos ayudan a alcanzar el potencial que se alberga en todos nosotros. Justo hace un año me recuperaba de un accidente en motocicleta que había ocurrido un mes antes en Valle de Bravo, sin tener noción de que aún faltarían cuatro cirugías y nueve meses más para volver a caminar plenamente. La ansiedad causada por la inmovilidad solo era superada por el dolor físico y el temor a una condición de discapacidad permanente. No tenía idea de que sería mi oportunidad para tener un corazón atento y agradecido por los aspectos básicos de la existencia.

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Pero en el mundo hay mucho más que sufrimiento y toxicidad. Hay, también, abundante virtud y bondad. Entonces, ¿cómo comportarnos en un entorno en donde hay gratitud, amor, solidaridad y generosidad, al mismo tiempo que injusticia, envidia, egoísmo, codicia y la tríada mencionada al inicio de esta columna? ¿Cómo comportarnos cuando sabemos que tal polaridad puede existir no solo entre personas, sino de manera simultánea en cada uno de nosotros? Lo hacemos con valentía, no con ingenuidad. Vivir como si el mal no existiese y con optimismo ciego es notoria ingenuidad. Tener plena consciencia de la injusticia y crueldad existente en el mundo y, aun así, interactuar y apelar a lo mejor que hay en el otro (siempre lo hay), es un acto de profunda valentía.

Así pues, estas fechas son un buen pretexto para recordar que en todas las personas hay luz y oscuridad, y que vivir en un lugar mejor también depende de la manera en la que nos aproximamos a los otros en cada relación humana. Tratarnos con dignidad, justicia, buena fe y transparencia, a pesar de que todo podría salir mal, parece ser nuestra mejor apuesta.

*Esta columna fue realizada con la colaboración de María José Fernández Núñez