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Pareciera ser que los aliados de Estados Unidos temen más que sus adversarios con el advenimiento del segundo mandato de Donald Trump. Según documenta la revista Foreign Affairs, para muchos países en Europa (y América Latina, nota propia), el retorno de Trump a la Casa Blanca se percibe tormentoso, casi apocalíptico, dado que podría trastocar alianzas y afectar las relaciones económicas (Who is affraid of America First? Bilahari Kaviskan, enero 2025).
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Pero en contraste, los países adversarios de los Estados Unidos, como son China, Rusia, Irán y Corea del Norte, parecen anticipar que con la nueva administración, tendrán una oportunidad para avanzar sus agendas antioccidentales y acomodarse en la predilección de Trump por los amigos autoritarios y eficaces. Cuestión de ver cómo se ufanan algunos hasta con el saludo nazi y el embate a las minorías y diversos, para mostrar ese supremacismo blanco que se pretende rescatar del basurero de la historia. Cuestión de recordar también aquel poema de Bertolt Brecht, “Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde” para prevenirnos de cualquier abuso que en nombre o pretensión de civilización se quiera cometer.
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Hay otra región del mundo con aliados y amigos de los Estados Unidos, que parecen ver el cambio con más calma. A lo largo de una gran parte del Sudeste Asiático, desde Japón y Corea del Sur en el norte hasta Vietnam, Tailandia, Indonesia y Singapur, por el canal que conecta los oceános Indico y Pacífico al subcontinente de la India en el sur, la segunda administración Trump no provoca las fuertes emociones que preocupan a Occidente. Para estos países, hay mucho menos preocupación por las tendencias autoritarias de Trump y el equipo de multimillonarios y la amenaza a las ideas liberales o el orden internacional. La región ha llevado por largo tiempo sus relaciones con Washington sobre la base de intereses comunes, más que valores compartidos. Tal aproximación caza perfectamente con la política internacional transaccional de Trump (es decir, el pragmatismo y “quid pro quo” a secas) que implica balancear beneficios mutuos más que sostener el orden liberal internacional. De hecho, en gran parte de Asia se percibe el orden liberal con ambivalencia -hay que recordar que las tendencias sintoísta e hinduísta son autoritarias también--. Cuando en los países asiáticos se habla de un “orden basado en reglas”, la frase tiene un diferente significado que en los países occidentales.
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Para los países asiáticos, más que una radical desviación de la política exterior de los Estados Unidos, el regreso de Trump al poder amplifica y acelera una ruta que ha existido subrepticiamente desde la era de Vietnam. Los Estados Unidos no se retiraron y se aislaron, sino que, por el contrario, expandieron el alcance geográfico del enfoque introducido por el presidente Richard Nixon en el este de Asia (concretamente con China para alejarla del dominio de la Rusia comunista) durante la Guerra Fría, redefiniendo los compromisos globales estadounidenses y siendo más cauto sobre cuándo y cómo involucrarse en conflictos internacionales.
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Habiendo lidiado con tales Estados Unidos durante media centuria, el Asia no está mayormente agitada por la tremenda administración Trump. No se descartan importantes preocupaciones en la región, incluyendo posibles aranceles y la cuestión de Taiwán, pero los países asiáticos están más acostumbrados al transaccionalismo estilo Trump y su experiencia deja importantes lecciones para otros países aliados o socios al reajustarse a la recalibración de la manera en que Washington trata con el mundo. Ciertamente, vienen tiempos de desplantes, groserías y medidas asimétricas, ya previene Moody’s que nuestra economía podría ser la más afectada en América Latina por el neoproteccionismo y la decretiza, pero al dañar lo que une a los países –se los dijeron en Davos: cooperación e interdependencia--, sólo estarán mostrando cuán aislados estarán en un mundo que ya no entienden.