Este 27 de febrero se conmemora el Día Internacional de las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), pero este año la fecha llega con una sombra de incertidumbre. La cooperación internacional, tal como la conocemos, podría estar en riesgo. Algunas de las agencias más grandes, como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), enfrentan una posible transformación o incluso su desaparición.
¿Por qué debería importarnos? Porque detrás de cada proyecto de cooperación hay personas cuya vida ha cambiado gracias a estos programas. En México, las organizaciones de la sociedad civil (OSCs) han sido clave en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la defensa de derechos económicos y sociales. No solo han crecido en número, sino que también se han profesionalizado para responder mejor a los desafíos actuales de manera innovadora al fomentar el intercambio de mejores prácticas.
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La libertad de asociación, garantizada por nuestra Constitución, ha permitido que estas organizaciones participen activamente en la vida democrática del país. Con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, se impulsó la creación de instituciones que promovieran el diálogo con la ciudadanía aumentando así la calidad democrática. Desde entonces, las OSCs han sido parte de procesos clave como el diseño de la Ley de Transparencia y el acompañamiento en elecciones junto con el Instituto Nacional Electoral (INE). Gracias a su involucramiento apartidista, han demostrado que el trabajo colectivo no solo es útil, sino necesario para lograr cambios reales.
Pero hoy, las OSCs están en un punto crítico. Hace menos de tres semanas, USAID paralizó sus actividades, congelando financiamiento para programas en seguridad alimentaria, medio ambiente, combate a la pobreza, tecnología, seguridad pública, diversidad e inclusión, entre otros. Si bien la cooperación internacional representa menos del 1% del presupuesto gubernamental de los países donantes, su impacto es enorme. Sin estos fondos, miles de proyectos que aumentan la calidad de vida de las personas podrían desaparecer.
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Algunas personas en los países desarrollados seguramente se preguntarán: ¿por qué destinar dinero al desarrollo en otros países cuando hay necesidades más urgentes en el nuestro? La respuesta es más compleja de lo que parece. Vivimos en un mundo interconectado, donde la estabilidad de una región afecta a muchas otras. Invertir en cooperación internacional no es un acto de caridad, sino de estrategia: reducir la pobreza, mejorar oportunidades para las personas, para los jóvenes, y fortalecer la democracia puede prevenir crisis humanitarias, conflictos bélicos o migración de personas, que actualmente es uno de los temas que más ha polarizado sociedades en países desarrollados.
Las OSCs no son fiscalizadoras del Estado, sino actores clave en la innovación y generación de soluciones. Conocen las necesidades reales de las comunidades con las que trabajan y al conocer a los beneficiarios, diseñan respuestas eficaces. En México, han jugado un papel fundamental en temas como seguridad y justicia, derechos digitales, medio ambiente, cultura, género, migración y hasta inversión extranjera. Son el puente entre la sociedad y los tomadores de decisión, garantizando que la voz de la ciudadanía no solo se escuche, sino que se traduzca en acciones concretas.
La vida democrática de México no puede entenderse sin la participación de la sociedad civil. En tiempos de incertidumbre sobre el futuro de la cooperación internacional, es más importante que nunca reconocer el valor de estas organizaciones y lo que han hecho por visibilizar nuestros derechos.