1.
Ha iniciado el bono de arranque de los 100 días o tres meses que le permitirán a la presidenta Claudia Sheinbaum perfilar un estilo personal de gobernar y escribir su propia historia. Ciertamente, no habrá nada como una ruptura con el pasado inmediato, aún cuando el ejercicio mismo de gobernar suele ir estableciendo ciertas distancias y diferencias. De ahí que el discurso enfatiza las rutas por las que el gobierno habrá de transitar, fijando una primera estación en enero, cuando habrá un reajuste de la administración pública, una reducción del gasto público y algunos cambios de puesto, obligados por la racionalidad y austeridad presupuestal. Parece pronto para entender la lógica del nuevo gobierno, pero las señales dicen algo de lo que se pretende:
2.
Primero, sostener la estabilidad de la marcoeconomía, lo que lleva a una conducción con disciplina fiscal y presupuestal, si es que se buscará no elevar impuestos y recortar el déficit hacia un 3.5%, que implicaría una reducción de casi un billón de pesos. Pero ha sostenido la incuestionable autonomía del Banco de México, el nivel de reservas monetarias y el sostenimiento de la paridad peso/dólar mediante tasas elevadas de interés, así como una meta conservadora de producción de petróleo y el retorno de las energías verdes. Segundo, apoyar el gasto social, sosteniendo los programas de bienestar en todas sus vertientes y creando algunos nuevos, sobre todo para beneficio de mujeres e infancias. En los programas sociales y su traslado a la Constitución es donde se advierte el mayor legado de su predecesor, ratificado en el eslogan de “por el bien de todos, primero los pobres”. La búsqueda de un mayor salario mínimo, incrementable en un 12% por año en promedio en los próximos seis años, sería otra parte importante del legado para reducir la pobreza, además de que cala bien en el graderío.
3.
Tercero, un gran programa de inversiones públicas, donde podría haber concurrencia de los privados, en construcción de ferrocarriles, carreteras y mantenimiento de éstas, la integración de 100 parques industriales por todo el país, además de la consolidación de las obras icónicas del AIFA, Dos Bocas, el Transístmico y el Tren Maya (que involucraría carga), que deberán estar trabajando y generando beneficios muy pronto. Cuarto, la apertura de nuevas áreas para la ciencia y el conocimiento: un Pemex verde (gran novedad, pues la controversia ambiental ubica al petróleo como el villano del cuento), una CFE con energías renovables, sosteniendo el 54/46 de participación público-privada, esto es, abriendo la puerta a los particulares y las energías limpias; apoyo al nearshoring para atraer inversiones y relocalización de empresas; inversión en tecnologías de información, fábrica de software, producción de drones, comunicaciones, es decir, más apoyo a ciencia y tecnología.
5.
Y quinto, relanzamiento de la seguridad pública y la política de salud. En el primer caso, con el enfoque de cuatro ejes que involucran más inteligencia y a los tres niveles de gobierno y la aceptación del secretario Harfuch de que el objetivo es “pacificar el país”, entendido esto como un límite a la connivencia de lo público con los criminales. Qué tanto, habrá que verlo, pues el reto es grande, quizá el más grande en la nueva administración. En el plano de la salud pública, con los cambios en la titularidad del sector, en manos de alguien muy responsable y competente como el doctor David Kersenobich y el cambio del titular de Birmex, la empresa pública responsable de adquirir medicamentos así como los responsables de finanzas y compras en el IMSS, IMSS-Bienestar e ISSSTE, es posible pensar que estas instituciones podrán coordinarse para brindar vacunas, medicamentos y atención médica suficiente, oportuna y de calidad. Es mucho por hacer, pero al menos se han planteado formas de hacer las cosas de manera diferente, combinando esta vez lealtad y más capacidad.