1.
Dijo ante el Congreso que busca la renovación del sueño americano y que apenas inicia la época dorada de los Estados Unidos, pero finalmente, pareciera ser que el presidente Donald Trump declaró la guerra comercial al mundo. Su perorata sobre aranceles recíprocos ciertamente ha dislocado la percepción política al no ser correctas las imputaciones de abusos por el déficit comercial –que obedece a patrones de consumo intenso y no a dumping, subsidios o competencia desleal—pero influye en los mercados, que reaccionan con medidas de aversión al riesgo, anticipando menor crecimiento, más inflación y el dislocamiento de las cadenas productivas.
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2.
Ganamos un mes más para respetar el marco del Acuerdo Trilateral de Comercio, T-MEC por sus siglas en español. Pero la percepción de los mercados es distinta a la de los gobiernos. Para los mercados, se trata de una estrategia de negociación hostil, que suele suceder cuando una entidad quiere adquirir otra que se resiste o simplemente no quiere ceder, por lo que suele ser avasallada por el más fuerte. En ese sentido, lo que Trump está pretendiendo es imponer barreras de entrada y gestionar más exportaciones de productos de los Estados Unidos a mejores precios, con el objetivo de reducir el déficit con los otros países, caso por caso. La “herramienta hostil” son, precisamente los aranceles, los cuales son una muy mala idea según el legendario Warren Buffet, quien los considera actos de guerra que terminan afectando necesariamente a las partes, los precios y a los consumidores. Empero, dados los impactos a la economía en general, los analistas de mercado no creen que los aranceles vayan a aplicarse por demasiado tiempo, o no en demasía al menos, pues la principal consecuencia sería el incremento de la inflación y la disminución del crecimiento económico, cuestiones que afectarán inevitablemente al electorado.
3.
Las políticas arancelarias y migratorias no son creíbles en los mercados porque las consecuencias sobre Estados Unidos podrían ser desastrosas y Trump no debiera interrumpir o romper el dinamismo económico, aún cuando necesite cierto activismo para posicionarse política y mediáticamente y acreditarse victorias por reordenar la frontera y detener el flujo migratorio, o por lograr que los países se comprometan a adquirir mayores cantidades de productos estadounidenses, agropecuarios, tecnológicos y militares. A Europa y a Japón, por ejemplo, les ha pedido que adquieran armamento estadounidense, al tiempo que les empuja a destinar un mayor porcentaje del PIB a la defensa, un 5% frente al 3.8% de los propios Estados Unidos. En este sentido, lo que pretende hacer es cambiar el sentido del flujo comercial desde y hacia Estados Unidos.
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4.
Pero en la casa del tío Tom resulta útil el “amenazar y luego perdonar”. Siendo al mismo tiempo el malo y el bueno de la película, seguirá con la extorsión al resto del mundo. A los mercados les preocuparía que estas medidas se prolongaran por mucho tiempo, pues deben ser sólo el punto de partida para negociaciones (hostiles o no), que podrían extenderse hasta que el tío Trump considere que ha logrado una victoria (Franklin Templeton, fondo de inversiones dixit). La incertidumbre prolongada daña las percepciones e introduce cautela en las inversiones, pero requiere no ser tan prolongada.
5.
Para México, su suerte corre a la par de Canadá, pues el riesgo de recesión es inminente si los aranceles subsisten al margen de los avances en el combate al narco y a la migración irregular y derivan en aranceles recíprocos. El arancel al acero y aluminio le afecta más a Canadá que a México, en tanto que los aplicables a automóviles y autopartes, electrónica y productos agropecuarios, terminarán golpeando todo el ciclo comercial, particularmente a los consumidores estadounidenses, degradando el famoso nearshoring y debilitando las posibilidades de revisión del Acuerdo Trilateral de Comercio, que habrá de ser el siguiente objetivo. “¿Y luego qué?”, diría Warren Buffet, ¿cómo piensan levantar el tiradero?