Por la trascendencia que implica para México la relación con Estados Unidos, por fin llegó el día esperado de la investidura del nuevo presidente de ese país, Donald Trump, personaje que se mueve entre la violencia, la mentira, el odio, la amenaza y la vanidad, misma que es tan grande que llegó a afirmar que “Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande otra vez”, en alusión al atentado que sufrió en Pensilvania el pasado julio de 2024..
Tal pareciera que ese hombre se ha convertido en uno de los principales enemigos de México, ante una presidencia mexicana que no logra aún ubicarse en el lugar correspondiente en el contexto internacional, fuera de desgastados mensajes nacionalistas y golpes de pecho vacíos y sin sentido, muy lejanos de una diplomacia especializada.
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En el mensaje de investidura el nuevo presidente no dudó en restregar una vez más su odio y rechazo hacia México, como una excelente estrategia política y populista, que enciende los ánimos de sus seguidores. Volvió a los recalcitrantes entredichos de las deportaciones masivas y el terrorismo de los cárteles mexicanos de las drogas.
Una eventual declaración de emergencia nacional en la frontera sur le permitirá, afirman los expertos, militarizar la línea fronteriza con México y sellar los pasos fronterizos de entrada. Subrayó volver a aplicar aquel vergonzoso programa migratorio de “Quédate en México”, que como dijeron las altas esferas políticas de ese país “dobló a México”, que permitió enviar a territorio mexicano a miles de solicitantes de asilo en espera de sus comparecencias ante cortes estadounidenses. Así, amenazó con devolver a “millones” de criminales extranjeros a sus lugares de origen.
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Con relación a los cárteles mexicanos dijo estar dispuesto a utilizar el inmenso poder las fuerzas federales y estatales para eliminar las bandas criminales y extranjeras que devastan el suelo estadounidense, así pretende declararlos como organizaciones terroristas. Pero también se llegó al absurdo de pretender cambiar el nombre del Golfo de México por el Golfo de América, tema que seguramente es muy redituable políticamente.
Indudablemente el retorno del nuevo presidente Donald Trump abre una etapa de incertidumbre para México, en temas tan sensibles como el migratorio, el narcotráfico y las amenazas arancelarias. Si bien es probable que muchas medidas impulsadas por el nuevo presidente puedan tener efectos nocivos para México y de las cuales hay que estar preparados, también es indispensable contar con una visión realista sobre sus alcances y las artimañas de un negociador como es Trump.
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En tanto que el presidente estadounidense, muy a su estilo, despliega un espectáculo mediático inusitado, la presidente mexicana parece dejarse arrasar en el terreno mediático de su adversario con respuestas absurdas y banales como la “América Mexicana”, que no conducen a algún positivo lugar y en cambio se aleja de los desafíos reales, lo que lleva a pensar vacíos en la Cancillería mexicana y ausencia de orientación.
No es necesario ni conveniente tratar de responder a las ofensas del presidente estadounidense mediante discursos populistas y nacionalistas, que a ojo de buen observador, también están dirigidas a seguidores mexicanos cautivos, en una carrera mediática y de protagonismo. Es cierto que México no acaba de construir su perfil en política exterior, ni liderazgo internacional alguno, perdidos desde el sexenio anterior, por lo que se hace urgente contar con una visión estratégica internacional, mediante una diplomacia especializada y profesional.