Hoy sólo los testarudos podrían afirmar que la “mejor política exterior es la interior”, que solamente fue un enunciado político de bajo nivel intelectual, ante una cancillería acotada en los asuntos internacionales por la oficina presidencial, primeramente al mando de un canciller interesado más en su carrera presidencial que por la política exterior y seguidamente por otra titular que cerró el círculo sexenal sin pena ni gloria.
También parecería que sólo ante la presión, demagogia y amenazas del próximo presidente estadounidense, la presidencia mexicana responde a regañadientes ante temas esenciales en la relación bilateral, como el crimen organizado y tráfico de fentanilo, migración y temas comerciales y económicos, y no en función de una estrategia hacia el país más importante en la relación bilateral. Es inexplicable la desaparición en el sexenio anterior de la subsecretaría para América del Norte por supuestas razones de austeridad, encargada de instrumentar una relación estratégica con Estados Unidos, erosionando su rango jerárquico, por la Jefatura de Unidad para América del Norte.
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Los asuntos mencionados son de particular relevancia para Estados Unidos y México, con una economía mexicana estrechamente ligada a las exportaciones hacia ese país, y la incapacidad para responder y atender los permanentes flujos migratorios internacionales y controlar los altos índices de violencia en el país, crecidos inconmensurablemente ante una estrategia contemplativa, solidaria y de contubernios con la delincuencia organizada, aquella permisiva de los “abrazos y no balazos”.
Ante la realidad de los hechos, la irascibilidad e impredicibilidad del próximo presidente estadounidense, incertidumbres y temores, y una política reactiva, el gobierno mexicano ha respondido, aunque sin estrategias integrales, al contraataque contra el crimen organizado, con algún decomiso de drogas, mayor presencia de las fuerzas de seguridad y detenciones de capos, que rompe con el esquema inactivo obradorista.
El canciller mexicano en varios encuentros se ha pronunciado por un mayor despliegue de la diplomacia consular y de protección a las comunidades mexicanas en el exterior, principalmente en Estados Unidos. Así, sostuvo reuniones con el embajador de México en ese país y cónsules de la costa noreste de Nueva York; además realizó una visita a Dallas donde también se reunió con cónsules adscritos en Texas, Oklahoma y Albuquerque, así como con miembros de las comunidades mexicanas, con las cuales nunca lo hizo el entonces presidente Manuel López Obrador.
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Si las autoridades mexicanas pretenden preparar el terreno ante expulsiones de migrantes mexicanos anunciadas por Donald Trump, es imprescindible, comentan funcionarios consulares, superar las debilidades técnicas, financieras y de falta de personal en los consulados mexicanos, abandonados en el sexenio anterior. Argumentan que persiste un acentuado deterioro en los servicios consulares ante la falta de recursos financieros, fallas de operación en los sistemas informáticos y una creciente demanda de documentación y protección a connacionales.
Es necesario abandonar vetustas ideas y malicias obradoristas hacia los vínculos con Estados Unidos, particularmente ahora que se avecinan posibles tormentas en la relación bilateral con el futuro presidente en ese país, México como nunca necesita un cuerpo diplomático especializado y profesional y una diplomacia y estrategias planificadas y bien definidas.
Por lo pronto, se ha propuesto como embajador en México a Ronald Johnson, de vasta experiencia en la Agencia Central de Inteligencia, especializado en cuestiones de seguridad, criminalidad, narcotráfico, terrorismo y combate a la inmigración ilegal. La pregunta persiste si ante esta nueva circunstancia también habrá cambio de embajador mexicano en Washington.