Memoria migrante: remesas, raíces y resistencias

28 de Junio de 2025

Karen Torres
Karen Torres

Memoria migrante: remesas, raíces y resistencias

Karen Torres

Karen Torres

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EjeCentral

La relación bilateral entre México y Estados Unidos atraviesa una de sus etapas más contradictorias. Por un lado, somos socios comerciales estratégicos: el comercio bilateral superó los 860 mil millones de dólares en 2023, convirtiendo a México en el principal socio comercial de Estados Unidos, por encima de China. Por el otro, persisten discursos xenófobos, políticas de contención migratoria y un muro que, aunque no siempre físico, sigue presente en las decisiones, en las aduanas y en la narrativa política.

En este contexto, la vida migrante se convierte en una cicatriz profunda que une y separa a ambos países. Más de 38 millones de personas de origen mexicano viven en Estados Unidos, de los cuales cerca de 11 millones nacieron en México. Son trabajadores agrícolas, obreros, científicos, médicas, soñadores y desplazados.

Hay que tener memoria: Texas, California, Nuevo México, Arizona, son territorios que antes fueron parte del México independiente. Recordar que tras la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, se cedieron más de 2 millones de kilómetros cuadrados. Hoy, esos espacios, esos kilómetros son hogar de millones de mexicanos y mexicanas que, a pesar del despojo histórico, aún llaman “casa” a ambos lados de la frontera.

La actual coyuntura, con una nueva administración federal en México y de Estados Unidos, pone nuevamente a prueba la madurez diplomática y la responsabilidad histórica. La presidenta Claudia Sheinbaum ha enfatizado que México no permitirá injerencias extranjeras, mientras que líderes ultraconservadores señalan a México como una amenaza aún mayor que Putin.

El contraste no es menor: mientras México lucha por el reconocimiento de los derechos humanos, en Estados Unidos se recrudece el discurso antiinmigrante y la presidenta Sheinbaum tendrá que cuidar sus posicionamientos públicos a detalle en su discurso, para que estos no vuelvan a usarse como parte de la narrativa violenta y antiinmigrante del gobierno norteamericano.

En medio de estas tensiones, no debemos perder de vista que la migración no es un problema: es una consecuencia de la desigualdad, de la violencia, de la esperanza. Y quienes cruzan la frontera no lo hacen por gusto, sino por sobrevivencia.

Desde su regreso al poder el 20 de enero de 2025, el presidente Donald Trump ha impulsado una de las campañas migratorias más agresivas en la historia reciente de Estados Unidos en la forma, aunque en números, es el expresidente Obama quien más deportaciones ha realizado en la historia reciente.

En los primeros 100 días de Trump, el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) arrestó a más de 158 mil personas y deportó a 142 mil, incluyendo 600 miembros del grupo criminal “Tren de Aragua”.

Lo cierto es que las repercusiones económicas son palpables: sectores como agricultura, hotelería y venta menor enfrentan escasez de mano de obra, lo que el propio Trump admitió estos días, daña la economía. Los comercios en zonas de mayoría hispana reportan caídas significativas en ingresos como reflejo del temor generalizado entre consumidores y trabajadores.

En medio de esta narrativa, hay un dato que podría ser irónico: Donald Trump no es un “nativo puro”. Es hijo de inmigrantes. Su abuelo, Friedrich Trump, nació en 1869 en Kallstadt, Baviera (ahora Alemania), y emigró a Estados Unidos en 1885 a los 16 años. Este contraste de castigar a migrantes mientras su propia familia vivió ese mismo itinerario, subraya la paradoja en el corazón de las redadas.

El desafío está en humanizar la política exterior, dignificar la movilidad humana y el estado de derecho en nuestro país, regresar la seguridad, y el empleo a nuestra nación. Se criminaliza la migración, pero se celebra la riqueza que producen los migrantes: esa es la doble moral que fractura la frontera y deja a tantas familias entre el dolor y la incertidumbre, auque tampoco podemos cerrar los ojos y no señalar los vandalismos que dejan de ser protesta y son más un marketing político, lo interesante sería saber ¿Qué hay detrás de ello?

Desde mi memoria migrante, aún recuerdo con cariño cinco años viviendo en Australia, se vive muy distinto desde el occidente, y por esas gratas memorias no puedo ignorar el dolor de quienes hoy son despojados de aquello que también ayudaron a construir, abrazo el duelo silencioso de quienes ven derrumbar lo que tantas familias levantaron con trabajo, amor y dignidad.

Cierro este texto diciendo: La frontera más peligrosa no es la geográfica, sino la del olvido. Y hoy, más que nunca, México no necesita que le cierren las puertas cuando ya nos han robado parte de la casa. México necesita mejores políticas públicas y gobiernos que favorezcan la igualdad de oportunidades y derechos para sus ciudadanos.

@KarentorresMx