Marcelo, Marcelo

22 de Noviembre de 2024

Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

Marcelo, Marcelo

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1er. TIEMPO: Vacaciones en tiempos de crisis. Una vez más, cuando se le requiere, huye. En pleno arranque del gobierno de Claudia Sheinbaum, mientras navegaba por las múltiples minas que le dejó su predecesor Andrés Manuel López Obrador, el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, no aparecía por ningún lado. Había una queja de que, sin más, había cancelado de último momento su participación en un evento en Monterrey con industriales, sin dar ninguna explicación. Ebrard los desairó porque se fue a Japón, con su esposa Rosalinda Bueso, y para su infortunio, unos turistas mexicanos le tomaron una fotografía que reveló que a tres semanas de haber iniciado la administración, se fue de vacaciones. Él no dijo nada, pero la Presidencia informó que le había pedido un permiso sin sueldo a Sheinbaum para poder ir a un viaje planeado con antelación. Así de fácil. Sheinbaum se molestó pero no le dijo nada. Ya debía conocerlo. En septiembre, luego que tomo protesta como senador mientras iniciaba la nueva administración y asumía la cartera de Economía, le dijo a Sheinbaum que iba a pedir licencia. No fue explícito en sus razones, pero la presidenta electa sabía, y así se lo comunicó a López Obrador, que no quería votar la reforma judicial. Eran más importantes él y su imagen, que el proyecto del Presidente, avalado por su sucesora. Pero ya había un antecedente de esa forma que no está clara, si por individualismo, si por soberbia, si por cobarde. En 2006, en pleno conflicto postelectoral donde López Obrador había tomado Paseo de la Reforma como parte de la movilización para reforzar su impugnación a la victoria de Felipe Calderón en la elección presidencial, Ebrard huyó. Acababa de rendir protesta como jefe de Gobierno del Distrito Federal, y López Obrador le había pedido que lo ayudara en la defensa del voto contra Calderón, pero prefirió irse de luna de miel con su segunda esposa, Mariagna Prats, a Kuwait, donde no había nada salvo desierto y petróleo. La actitud había sido tan extraña, como aquella donde decidió casarse por lo civil poco antes, pretexto para olvidarse la invitación de López Obrador para festejar lo que en ese momento creía que era su triunfo en la elección presidencial. Se la volvió a jugar a Sheinbaum, sin darse cuenta que su estratagema fue un búmeran. ¿Alguien extrañó a Ebrard? ¿Alguien, salvo los industriales plantados, se dieron cuenta que no estaba? Exacto. Lo que demostró, queriendo dar la impresión opuesta. Si está o no está, no importa. O sea, es prescindible.

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2º. TIEMPO: El gigante de papel. Inteligente, sofisticado y hábil, son algunas de las principales características que a lo largo del tiempo le han ayudado a Marcelo Ebrard a construir su fama como político refinado. Un mandarín mexicano, pues, que ha brillado en la mar de ciegos del obradorismo, y que generó admiración y respeto, en particular por su buena gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal. Como tal, disputó con Andrés Manuel López Obrador la candidatura presidencial del PRD en 2012, que se iba a decidir en una encuesta, donde cada uno ganó la suya, pero que la que medía las posibilidades de ganar, le daba ventaja a él sobre su contrincante, quien como siempre que había perdido, rechazó el resultado y amenazó con desconocer el proceso, romper y lanzar su propia candidatura. Ebrard debió haber sido el candidato presidencial de la izquierda, pero su consejero Manuel Camacho, quien lo había invitado al gobierno, como a varios de sus mejores alumnos en el Colegio de México –que rechazaron la oferta porque, precisamente, también se la había hecho a Ebrard–, le pidió que declinara para evitar la fractura de la izquierda. El acuerdo con López Obrador era que si ganaba, él sería el siguiente en la línea. López Obrador perdió con Enrique Peña Nieto y a Ebrard lo persiguió el fiscal peñista, Jesús Murillo Karam, que lo investigó por presunta corrupción en la construcción de la autopista suburbana, pero no lo acusó. El gobierno peñista quiso reactivar el caso, ahora por presunto lavado de dinero, pero el entonces secretario de Hacienda, José Antonio Meade, dijo que si no había pruebas sólidas contra él, que se cerrara la investigación. Así sucedió, aunque Ebrard no se había esperado a ver qué sucedía con él. Desde que terminó su gobierno, se autoexilió en París. No regresó a México hasta que López Obrador lanzó su tercera campaña presidencial y se convirtió en uno de sus coordinadores regionales. Al ganar la Presidencia, López Obrador lo nombró secretario de Relaciones Exteriores, pero con responsabilidades más allá de su jurisdicción: parte secretario de Gobernación, parte de Seguridad, bombero en temas económicos y energéticos y, sobre todo, el enlace con el presidente Donald Trump y el traductor de López Obrador sobre los ánimos del belicoso empresario que despachaba en la Casa Blanca. Ebrard estaba listo para caminar hacia la candidatura presidencial de la izquierda, seguro que López Obrador respetaría el pacto de 2012. Ingenuo de cabo a rabo. Era Claudia Sheinbaum, desde un principio, quien sería la candidata. Él solo sería actor de reparto. López Obrador no confiaba en él. Sus hijos, operadores políticos, lo consideraban un traidor. Sheinbaum lo veía con recelo. Se quedó a la deriva. Lo rescató el presidente encargándoselo a su sucesora, pero sabiendo ambos, que está políticamente muerto, aunque no se haya dado cuenta.

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3er. TIEMPO: Los arrebatos de Marcelo. Cuando la candidatura presidencial de Morena para 2024 se puso en juego, Marcelo Ebrard conjuntó un trabuco para quedarse con ella. La encuesta, manipulada por quien había sido su escudero y luego lo traicionó, Mario Delgado, líder del partido, favoreció a Claudia Sheinbaum, lo que lo llevó a hacer un escándalo y quejarse en la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena, advirtiendo que si la impugnación no se resolvía a su favor, renunciaría. En ese momento seguía pensando que López Obrador respetaría el acuerdo de 2012, y le pidió una cita para mostrarle las irregularidades que había documentado sobre el proceso. El Presidente nunca lo recibió. Ya lo había metido en la congeladora. Entonces, dobló la apuesta. Martha Delgado y Malú Micher, sus representantes en la Comisión de Encuestas de Morena, buscaron descarrilar el proceso y exigiendo la anulación del mayor número de secciones posibles para alegar que no había habido representatividad, y para jugar mediáticamente, provocaron un conflicto con la policía el mismo día en que se anunciaron los cómputos de las casas encuestadoras. Le falló totalmente la estrategia. Todas las casas demoscópicas dijeron que había perdido, pero siguió amagando. Sus recursos se iban agotando. Antes había logrado, mediante chantajes, que el diseño de la selección de candidato fuera en sus términos, luego dejaron que propusiera su casa encuestadora. Después Sheinbaum accedió a la mayor parte de sus quejas, aunque las consideraba infundadas. Socializó su molestia. “¿Estas prácticas (fraudulentas) son válidas en Morena?”, preguntó abiertamente. “¿Así va a ser?”. Ebrard estaba creando un momentum, pero a la hora de la verdad, como siempre, se echó para atrás. El valiente se acobardó. Su liderazgo se desvaneció ante la indignación de muchos de sus leales que tiempo antes, cuando les dijo que se subieran al barco, le preguntaron si no iba a rajarse como en el pasado, y les prometió que no. Bueno, les mintió. Quienes se jugaron el todo por él terminaron saliéndose de la política o pidiendo perdón en Morena y buscando colocarse nuevamente. A algunos no les fue mal, como al alcalde de Álvaro Obregón, Javier López Casarín, pero su fuerza ya no le alcanzó para mucho más. Sus cercanos en la Cancillería no lograron quedarse, salvo Roberto Velasco, su brazo derecho en el manejo de la relación con Estados Unidos, pero no como embajador en Washington como quería, sino en el mismo cargo que ha ocupado por años. Ya lo conocen bien. Haber jugado a “me necesitan más de los que yo los necesito” e irse a Japón de vacaciones fue un error. Se vio como un arrebato más de quien se sobreestima demasiado y quienes antes los ojos de muchos en el obradorismo y más allá, hace tiempo que se desinfló.