“Las redes sociales están acabando con el tejido social”, “Twitter, ahora X, está difundiendo ideas autoritarias”. Son frases que hemos escuchado más de una vez. Pero ¿alguien se ha preocupado por medir esto científicamente? La respuesta es sí.
Hablemos de redes sociales y democracia. Umberto Eco dijo alguna vez que las redes “le dan voz a una legión de idiotas”. Y aunque no soy quién para cuestionar al célebre autor italiano, esa idea de que las redes sociales están erosionando nuestras democracias no ha dejado de rondar por mi cabeza. ¿Qué tan cierta es?
Resulta que en 2022, la prestigiosa revista científica Nature publicó un artículo al respecto (puedes consultarlo gratuitamente en este enlace). Se trata de un metaestudio, es decir, un análisis comparativo de los resultados de diversos estudios realizados durante los cinco años previos a 2021, año en el que comenzó esta investigación.
Y hay más: en abril de este año se publicó un segundo estudio que retoma y actualiza los hallazgos del anterior. Este nuevo trabajo analiza un total de 2,567 estudios.
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Como ocurrió con otros medios de comunicación —la radio, por ejemplo, que fue usada tanto para fines propagandísticos como para fortalecer la confianza institucional—, las redes sociales también son una herramienta de doble filo. Por un lado, se argumenta que han empoderado a la ciudadanía, como en el caso de la Primavera Árabe. Por otro, han sido clave en estrategias de manipulación y desinformación, como ocurrió durante el Brexit.
Entonces, ¿qué dicen los resultados? Son mixtos, pero con una tendencia preocupantemente negativa. Si bien las redes sociales han contribuido positivamente en términos de movilización ciudadana y participación política, también han fomentado la desconfianza hacia las instituciones, la polarización y el populismo. Además, la evidencia sobre su impacto en el conocimiento político y la formación de cámaras de eco sigue siendo poco concluyente.
La preocupación crece ante plataformas cada vez menos reguladas, combinadas con sistemas de inteligencia artificial cuyos límites son cada vez más difusos. Todo apunta a que la democracia, en efecto, está siendo asediada desde múltiples frentes.
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La gran pregunta es: ¿de quién es la responsabilidad de proteger la democracia? Por ingenua que parezca la respuesta, recae en toda la ciudadanía. Si quienes tenemos el conocimiento técnico o el acceso a la información no hacemos más por compartirlo; si quienes estudiamos estos fenómenos no salimos de nuestras aulas a hablar con las personas comunes, aquellas que no son expertas en estos temas, ¿entonces quién lo hará?
Puede sonar trillado, pero la democracia necesita demócratas. Si realmente creemos que la democracia liberal —es decir, democracia, Estado de derecho y mercados abiertos— es un bien público, debemos defenderla. No podemos sentarnos a esperar que “nos den” democracia desde el poder. Porque eso, simplemente, no va a pasar, pues el poder siempre quiere más poder. Somos la ciudadanía quien pone los límites, pero si no le decimos a Instagram, X o TikTok que no nos gusta lo que hacen (al dejar sus plataformas, al hacerlos menos rentables, exigiendo transparencia, etcétera). no hay manera de que estas plataformas vayan a hacer el trabajo por su propia cuenta.