El año pasado, el Metro de la Ciudad de México cumplió 55 años, y se le notan. No obstante, el Sistema de Transporte Colectivo Metro es, sin lugar a dudas, uno de los pilares del transporte público en la ciudad. Diariamente, millones de personas dependen de él para desplazarse desde las periferias hacia cualquier punto, convirtiéndolo en el medio más utilizado por los capitalinos.
Sin embargo, en los últimos años hemos sido testigos de un deterioro progresivo que no parece tener freno. Las fallas registradas a diario, desde simples retrasos hasta tragedias lamentables, reflejan una realidad preocupante: el Metro está colapsando debido a la falta de mantenimiento y a una gestión deficiente.
Los problemas más recurrentes se deben a la falta de mantenimiento preventivo y a la obsolescencia de los equipos. Este déficit de atención a la infraestructura no es nuevo; se remonta a varias administraciones que han priorizado proyectos de mayor visibilidad en lugar del mantenimiento adecuado del sistema.
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La actual crisis, que incluye descarrilamientos, incendios y paros inesperados, ha puesto de manifiesto la gravedad de la situación. Aunque se han realizado esfuerzos por modernizar algunas líneas, la falta de inversión en la red general y los sistemas de señalización ha llevado al sistema al borde del colapso.
Un claro ejemplo de esta deficiencia se observa en las quejas recurrentes de los usuarios sobre los tiempos de espera, la frecuencia de los trenes y la falta de comunicación ante cualquier eventualidad. Los sistemas de ventilación y las instalaciones eléctricas presentan fallas constantes, lo que agrava aún más la experiencia de viaje. La pésima gestión de crisis también ha sido un factor determinante en la pérdida de confianza de los usuarios. Los paros por fallas en el sistema se han vuelto casi parte del paisaje cotidiano y, con ello, el descontento de quienes confían en el Metro como su principal medio de transporte.
Más allá de los inconvenientes para los pasajeros, el problema de fondo es la falta de planeación a largo plazo para garantizar un servicio eficiente. Las líneas del Metro, muchas de las cuales fueron inauguradas en los años 70 y 80, requieren una renovación completa, no solo en su infraestructura, sino también en la mentalidad de quienes están al frente de la administración del sistema.
Se necesita una estrategia sólida que no solo contemple la reparación de los desperfectos visibles, sino también la implementación de una cultura organizacional que valore la prevención, la mejora continua y el uso de tecnología de punta.
A pesar de esta crisis, hay esperanzas de que la situación pueda mejorar con una nueva dirección al frente del Metro. Se ha mencionado que Adrián Ruvalcaba, exalcalde de Cuajimalpa y con experiencia en el ámbito de la administración pública, podría ser uno de los candidatos a asumir la dirección del Sistema de Transporte Colectivo.
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De aceptar el reto, tendría en sus manos la posibilidad de una recuperación efectiva del servicio, enfrentando los problemas estructurales y financieros que aquejan al sistema de transporte.
Su enfoque podría centrarse en dos áreas prioritarias: la inversión en infraestructura y la creación de un plan integral de mantenimiento preventivo, dos aspectos cruciales para garantizar la seguridad y la eficiencia del Metro, así como para recuperar la confianza de los usuarios, quienes, a pesar de su descontento actual, siguen utilizando un servicio con fallas diarias.
Es necesario entender que un buen servicio no solo depende de tener más trenes en circulación o de contar con líneas más modernas, sino de invertir en un mantenimiento constante y eficaz, así como en la capacitación de los trabajadores para que las fallas, aunque inevitables, sean cada vez menos frecuentes y peligrosas.
Sin embargo, el verdadero reto será sostener una visión de largo plazo para que los años de antigüedad que tiene esta red de transporte no se noten. Suerte a quien le toque ese encargo.