Mientras dejamos de vapear, México atraviesa una de las épocas más complejas de su historia reciente. Enfrentamos una serie de problemas que, si no se abordan con urgencia, pondrán en peligro el bienestar de las futuras generaciones. La pobreza sigue afectando a millones de mexicanos, con cerca del 40% de la población viviendo por debajo de la línea de pobreza, según datos del CONEVAL. La violencia, que se manifiesta a través del narcotráfico, el crimen organizado y la inseguridad cotidiana, se ha convertido en un mal endémico que afecta tanto a las grandes ciudades como a las zonas rurales. La desigualdad económica, por su parte, sigue siendo una de las más marcadas en América Latina, lo que perpetúa un ciclo de marginación social y falta de oportunidades para las clases más vulnerables.
Además de estos retos, la salud pública de México también enfrenta un panorama sombrío. A pesar de los avances en algunas áreas, como la vacunación y la cobertura médica, el país sigue lidiando con una alta tasa de enfermedades no transmisibles, como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. La obesidad, que afecta a más del 70% de la población adulta, se ha convertido en una epidemia silenciosa que cobra miles de vidas al año. En este contexto, la reciente decisión del Senado de aprobar la prohibición de los vapeadores y los cigarrillos electrónicos parece ser una reacción a un problema emergente, pero a la vez se presenta como un síntoma de una estrategia de política pública que muchas veces distrae de los problemas verdaderamente estructurales del país.
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Los vapeadores se han convertido en el centro del debate, especialmente debido a su creciente uso entre los jóvenes. Los legisladores argumentan que esta medida es necesaria para proteger la salud pública, prevenir la adicción a la nicotina en los adolescentes y frenar el crecimiento de una nueva forma de consumo que, según los estudios, podría estar abriendo las puertas al tabaquismo tradicional. Sin embargo, esta medida, aunque comprensible en un primer vistazo, no resuelve los problemas más profundos que aquejan al país.
En lugar de prohibir productos como los vapeadores, que podrían ser una alternativa menos dañina para los fumadores que buscan dejar el cigarro tradicional, ¿no sería más efectivo que los legisladores se enfocaran en estrategias preventivas a largo plazo? México sigue siendo uno de los países con mayor consumo de tabaco en el mundo. Las muertes relacionadas con el tabaquismo son responsables de miles de vidas cada año, y, sin embargo, las políticas públicas sobre el tabaco siguen siendo limitadas y dispersas. No basta con prohibir un producto que, en muchos casos, podría ayudar a los fumadores a reducir los daños, sino que se requiere una estrategia integral que aborde el consumo de nicotina en todas sus formas, incluidos los cigarrillos tradicionales y los electrónicos.
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El enfoque de la prohibición también refleja una tendencia a legislar a partir de una visión reactiva, más que proactiva. Prohibir un producto como el cigarro electrónico podría ser una solución rápida, pero no plantea una solución profunda al problema del consumo de nicotina ni a los retos de salud pública que enfrenta el país. Si bien la prohibición puede disminuir el consumo inmediato, no va acompañada de una política de prevención sólida que eduque y sensibilice a la población sobre los peligros del tabaquismo en general. Tampoco se habla de la necesidad de implementar políticas públicas que promuevan hábitos de vida saludables en lugar de centrarse únicamente en los riesgos del vapeo.
En un país con tantas dificultades y desafíos como México, las prioridades deben ser claras. Los legisladores deben centrarse en soluciones que aborden los problemas estructurales del país, como la pobreza, la violencia y las enfermedades crónicas, y no distraerse con medidas que no solucionan las raíces de los problemas urgentes. Pónganse a trabajar.