¿Pensamiento mágico?

7 de Octubre de 2024

José Ángel Santiago Ábrego
José Ángel Santiago Ábrego
Licenciado en Derecho por el ITAM y socio de SAI, Derecho & Economía, especializado en litigio administrativo, competencia económica y sectores regulados. Ha sido reconocido por Chambers and Partners Latin America durante nueve años consecutivos y figura en la lista de “Leading individuals” de Legal 500 desde 2019. Es Primer Vicepresidente de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa y consejero del Consejo General de la Abogacía Mexicana. Ha sido profesor de amparo en el ITAM. Esta columna refleja su opinión personal.

¿Pensamiento mágico?

José Ángel Santiago Ábrego

El martes pasado tomó protesta la nueva Presidenta de México. La ceremonia tuvo lugar en el Congreso de la Unión, donde pronunció un discurso dirigido a la Nación. Más de uno escuchó en este discurso un elogio a López Obrador, la defensa dogmática de las iniciativas presentadas en febrero pasado y la repetición de mantras de la administración saliente. A partir de ello, concluyeron que habrá más de lo mismo y que por tanto, se continuará con una agenda de reformas y políticas para la erosión de las instituciones del Estado Mexicano.

Sin embargo, creo que un discurso como el de la toma de protesta del Ejecutivo Federal suele estar escrito para más de una audiencia y que, en tal sentido, engloba un cúmulo de mensajes, no solo expresos sino muchas veces velados e, incluso, implícitos, identificables para quien está dispuesto a escuchar (al menos, así los escribiría yo). Con esto en mente, pienso que vale la pena tratar de identificar los guiños del discurso (alguien tiene que hacerlo y, como no he leído hasta ahora un ejercicio así, me siento constreñido a hacerlo aquí). Esto es, los “rayitos de esperanza” en las palabras, con el riesgo, por supuesto, de que se considere que pecamos de pensamiento mágico… (Odín Dupeyron dixit). Veamos.

Es cierto que en el Congreso, la Presidenta dedicó una porción relevante de su discurso a reconocer a su antecesor. No obstante, al terminar ese ejercicio, procedió a dar las gracias a López Obrador con un contundente “hasta siempre, hermano”. ¿Será que esas palabras implican que, no obstante las afinidades, no será aceptable que el antecesor incida en las decisiones del nuevo gobierno? ¿Será que se perfila una administración que luchará por una sana distancia ante la influencia política de facto que mantiene el grupo de poder saliente? ¿Será ésta la respuesta a quienes han denunciado reiteradamente que se está fraguando el Maximato del siglo XXI?

Más adelante la Presidenta, justo entre el anuncio del programa de digitalización y la defensa de los propósitos de la reforma judicial, aseveró: “Habrá Estado de Derecho”. ¿Será el reconocimiento implícito de que, en el sexenio que termina, fue precisamente el Estado de Derecho el que estuvo bajo asedio? ¿Será que, por más que ella comparta los objetivos nominales de la Cuarta Transformación, se apartará de la manera improvisada de hacer las cosas y se comprometerá a respetar las reglas del juego? ¿Será éste un mensaje a las empresas que dudan si continuar realizando inversiones en México dado el patrón de abierto menosprecio a las reglas del juego?

Acto seguido, en el discurso, se dijo que la reforma al Poder Judicial “significa más autonomía e independencia”. ¿Será esto, más que la repetición de dogmas, un compromiso velado de la nueva administración para mitigar, en la legislación secundaria, los riesgos asociados a la reforma (que, hasta ahora, no garantiza perfiles idóneos y concede facultades exorbitantes y arbitrarias al Tribunal de Disciplina Judicial)? ¿Será este un compromiso de que, con independencia de las normas, su gobierno respetará en los hechos la autonomía e independencia del Poder Judicial, absteniéndose de realizar presiones, encomiendas y encargos?

Finalmente, en materia energética, aseguró que se promoverá “la eficiencia energética y la transición hacia las fuentes renovables de energía para absorber, a través de estas fuentes, el crecimiento de la demanda de energía”. ¿Será este el anuncio de que ha terminado la política de bloqueo regulatorio a las empresas generadoras de energía limpia a partir de fuentes renovables (particularmente las del régimen legado), caracterizada por cambios abruptos en la regulación, parálisis administrativa del regulador y decisiones alejadas del texto legal? De lo contrario, ¿qué sentido tendría el haber hecho énfasis en que “la inversión privada para cubrir el 46% de la generación se hará con reglas claras, en el marco de la ley y garantizando la estabilidad del sistema eléctrico”?

En definitiva, solo el tiempo dará respuesta a estas interrogantes. Solo el desarrollo de los acontecimientos nos dirá si, en esta columna, se hizo un análisis sesudo o si, por el contrario, simplemente incurrimos en pensamiento mágico. Después de todo, este análisis bien podría ser producto de mis sesgos cognitivos.