La Muerte de la República

6 de Febrero de 2025

Carlos Moris
Carlos Moris

La Muerte de la República

columna Carlos Moris

La República no es solo un sistema de gobierno; es un pacto. Un acuerdo en el que el poder no reside en una sola persona ni en una élite, y menos en un partido político, sino en la división clara de funciones y responsabilidades entre tres poderes que se vigilan y limitan entre sí. La esencia de la República es evitar que el capricho de una sola persona o de un solo grupo se imponga sobre la voluntad general.

En México, la República nació como una aspiración de justicia e igualdad después de siglos de dominio imperial. La Constitución de 1917, fruto de una Revolución que buscaba romper con el autoritarismo, estableció un modelo en el que el Ejecutivo gobernaba, el Legislativo legislaba y el Judicial equilibraba el ejercicio del poder. Esa estructura, imperfecta pero funcional, permitió que nuestro país transitara entre crisis políticas sin caer en la tiranía absoluta.

A lo largo del siglo XX, México vivió los embates de un presidencialismo casi monárquico. Durante décadas, un solo partido gobernó con puño de hierro, controlando cada rincón del poder, desde los congresos hasta los tribunales. Ese partido hegemónico, el PRI, construyó un sistema en el que la voluntad del presidente era incuestionable, los jueces respondían al régimen y las elecciones eran simulaciones.

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Los que hoy están en el poder juraron destruir ese modelo. Morena nació con la promesa de erradicar el viejo sistema, de acabar con los excesos del partido único, de devolver el poder al pueblo. Pero en su ambición desmedida, no lo destruyeron: lo revivieron. Morena no solo se convirtió en el nuevo PRI, sino que literalmente está hecho de priistas. La vieja casta que por décadas saqueó el país, que operó fraudes electorales, que torció la ley para beneficio propio, simplemente se cambió de color. Lo que no pudieron seguir haciendo con el PRI lo hacen ahora con Morena.

Se llevaron la peste de los partidos. Morena es la casa de exgobernadores priistas acusados de corrupción, de operadores políticos reciclados y de legisladores que ayer servían a otro presidente todopoderoso y hoy hacen exactamente lo mismo. En el discurso dicen que luchan contra el neoliberalismo, pero en los hechos se han rodeado de los mismos personajes que durante años se enriquecieron al amparo del viejo sistema.

“El que no conoce su historia está condenado a repetirla”, y aquí estamos, viendo cómo un partido que prometió cambio está replicando el peor capítulo del siglo XX.

Sin embargo, la historia nos enseña que las repúblicas no mueren de un día para otro. Se erosionan, se debilitan, se corrompen y, cuando menos lo esperamos, desaparecen.

La sumisión del Poder JudicialLo que vimos este 5 de febrero no fue un simple desaire protocolario. Fue una declaración de sometimiento. En el aniversario de la Constitución, el Ejecutivo federal decidió borrar de la celebración al Poder Judicial. No fue un olvido, no fue un descuido: fue un acto deliberado, un mensaje político.

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¿Por qué? Porque la presidenta y su partido odian a la Suprema Corte. Odian que aún existan jueces y ministros que no se arrodillen ante su voluntad. Odian que no puedan controlar la ley como han controlado el Congreso. Y sobre todo, odian a Norma Piña porque representa la independencia que no han podido doblegar. Desde que fue electa presidenta de la Corte, los ataques no han cesado: la han llamado “traidora”, llevaron un ataúd con su nombre, han puesto su imagen en piñatas para golpearla y la han responsabilizado de todos los fracasos del gobierno.

Pero hay algo más: Arturo Zaldívar los acostumbró a tener una presidencia de la Corte hincada ante el poder. No lo digo yo, lo dijo Andrés Manuel López Obrador. El mismo presidente admitió que, cuando Zaldívar estaba al frente del Poder Judicial, la Corte “ayudaba” a su gobierno.

“Cuando estaba el ministro Zaldívar en la Corte, nos ayudó mucho, porque él sí entendía que había que hacer justicia.”

Zaldívar trabajaba para Morena desde que estaba en la Corte, y ahora lo hace ya sin máscaras ni simulaciones. Arturo Zaldívar, el exministro que se autoproclamó defensor de la justicia del pueblo, acusado de atentar contra la independencia judicial, falta de profesionalismo, cohecho, desvío de recursos públicos, abuso de funciones y enriquecimiento ilícito. Mientras habla de los supuestos lujos del Poder Judicial y su falsa austeridad republicana, sigue cobrando más de 500 mil pesos mensuales del erario.

Esa es la clase de ministros que quieren en el Poder Judicial: subordinados, dóciles, serviles.

Quieren jueces a modo, porque lo que les estorba no es solo Norma Piña, sino cualquier vestigio de independencia judicial.

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El golpe final a la RepúblicaEl oficialismo quiere acabar con el Poder Judicial como lo hizo con el INE: primero los desacreditan, luego los asfixian presupuestalmente y finalmente, con una tómbola, los sustituyen por gente a modo.

Cuando el Instituto Nacional Electoral les estorbó, lo vaciaron y metieron consejeros sacados de una tómbola. Cuando el Senado no les garantizaba control absoluto, operaron una mayoría artificial con sus aliados del Verde y el PT.

Por una mayoría conveniente, le perdonaron a Yunes un pasado lleno de corruptelas, acusado de enriquecimiento ilícito, blanqueo de activos y de pederastía. Recogieron la basura política, a los que ni en el PRI, ni en el PAN les quedaba espacio, a los oportunistas que siempre encuentran un nuevo color para seguir viviendo del poder.

Pero que les quede claro: los traidores aquí y allá, son traidores para siempre.

No son eternosPero la historia nos enseña otra cosa: los regímenes autoritarios pueden tardar años en consolidarse, pero nunca son eternos.

No son eternos. Ningún poder absoluto lo es. Siempre llega el día en que las imposiciones se quiebran, en que las mentiras se desploman y en que la justicia, por más aplastada que haya sido, encuentra su camino de regreso.

Viene una generación que resistirá. Una generación que no le debe nada a este régimen, que no ha crecido con miedo a señalar los abusos del poder y que está dispuesta a defender lo que queda de la democracia.

Depende de la ciudadanía interesarse, entender que la justicia no es un tema lejano, no es algo que solo importa a jueces y abogados: es parte de todos los días. Se siente en cada arbitrariedad del gobierno, en cada abuso de autoridad, en cada intento de silenciar la verdad.

Si la República ha muerto, solo depende de nosotros revivirla. Y la historia ya ha demostrado que cuando México resiste, siempre vuelve a levantarse.