La democracia americana, una vez percibida como el estándar de justicia y transparencia, está mostrando profundas grietas bajo el peso de sus propias contradicciones. A menos de un mes de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca como presidente de los Estados Unidos, el escenario político está marcado por profundas contradicciones que no sólo socavan su credibilidad, sino también ponen en tela de juicio los principios democráticos de la nación.
Dos eventos recientes: el uso masivo de trabajadores extranjeros por parte de las empresas del presidente electo y el perdón presidencial otorgado por el mandatario saliente, Joe Biden, a su hijo Hunter, ofrecen una radiografía de un sistema político que parece girar en torno a los intereses personales antes que al bienestar colectivo. Desde que anunció su candidatura, el magnate republicano prometió privilegiar a los trabajadores estadounidenses, una retórica que cautivó a millones de votantes en busca de protección frente a la globalización y la inmigración.
Sin embargo, una investigación de CNN revela que, en 2024, sus empresas emplearon más trabajadores extranjeros que nunca antes. Mar-a-Lago y otros negocios de su conglomerado recibieron autorización para contratar a 209 trabajadores temporales, el doble de lo registrado hace una década. La justificación de Trump se deslizo de manera fácil: “estos trabajos son rechazados por estadounidenses”.
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Pero esto no sólo es una admisión de la hipocresía inherente a su discurso, sino también una demostración de que la narrativa proteccionista es, en esencia, un medio para obtener poder y no un compromiso real con su base electoral. Por cierto, Elon Musk, uno de los principales donantes de su campaña, obtuvo permisos para contratar a 2.000 trabajadores extranjeros altamente calificados para Tesla y sus startups.
Por otro lado, el perdón presidencial de Joe Biden a su hijo Hunter no solo desencadeno una tormenta política dentro del Partido Demócrata, sino que también puso de manifiesto el uso discrecional de una herramienta constitucional para proteger intereses personales. Hunter Biden enfrentaba cargos por posesión ilegal de un arma, consumo de drogas y evasiones fiscales por 1.4 millones de dólares. Y a pesar de las promesas iniciales de no interferir, el presidente concedió el perdón, argumentando que el caso había sido politizado. Este movimiento ha generado críticas desde sus propias filas, con senadores demócratas denunciando que Biden sacrificó la justicia en favor de la protección familiar. El contexto de estos dos eventos plantea preguntas fundamentales sobre la integridad del sistema democrático estadounidense.
Por un lado, la hipocresía del mandatario electo erosiona la confianza de sus votantes, quienes podrían cuestionar si sus intereses realmente están representados. Por otro, “el perdón concedido al hijo” marca un precedente peligroso que podría ser replicado por futuros presidentes, consolidando una práctica de impunidad que mina el Estado de derecho.
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La democracia estadounidense enfrenta una crisis de confianza en un momento crítico. No olvidemos que Trump asume la presidencia con un historial plagado de inconsistencias: más de 30 condenas por delitos graves, incluyendo su rol en el asalto al Capitolio, y eso lo sitúa frente al escrutinio no solo de sus oponentes, sino también de su base. Su promesa de ser el defensor de los trabajadores estadounidenses está en entredicho, y su retorno a la Casa Blanca será observado con lupa por quienes esperan acciones concretas, no solo retórica vacía.
Mientras tanto, Biden se despide de su presidencia con un legado empañado, dejando a su partido dividido, con preguntas sobre su compromiso con la justicia y la transparencia.
Ambos casos son un reflejo de las contradicciones inherentes al poder en Estados Unidos. Queda de manifiesto cómo las instituciones pueden ser manipuladas en beneficio de unos pocos.
En este contexto, el reto para los estadounidenses es recuperar la confianza en su sistema y exigir un gobierno que anteponga los principios democráticos al beneficio personal.
De no ser así, el “sueño americano” corre el riesgo de transformarse en una promesa vacía, atrapada en un ciclo de contradicciones y desencanto.