La guerra semántica: los cárteles como terroristas

27 de Enero de 2025

Julieta Mendoza
Julieta Mendoza
Profesional en comunicación con más de 20 años de experiencia. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y tiene dos maestrías en Comunicación Política y Pública y en Educación Sistémica. Ha trabajado como conductora, redactora, reportera y comentarista en medios como el Senado de la República y la Secretaría de Educación Pública. Durante 17 años, condujo el noticiero “Antena Radio” en el IMER. Actualmente, también enseña en la Universidad Panamericana y ofrece asesoría en voz e imagen a diversos profesionales.

La guerra semántica: los cárteles como terroristas

Julieta Mendoza - columna

El reloj marcaba apenas los primeros minutos del segundo mandato de Donald Trump, el presidente número 47 de Estados Unidos, cuando un viejo tema regresó con fuerza a la lista de órdenes ejecutivas: la posibilidad de clasificar a los cárteles mexicanos de la droga como organizaciones terroristas extranjeras.

¿Qué implicaría este escenario? Más que una simple etiqueta, esta designación podría redefinir por completo las relaciones entre México y Estados Unidos, transformar las estrategias de seguridad y trasladar la lucha contra el narcotráfico a un campo de acción más controvertido y peligroso.

La medida posicionaría a los cárteles en el mismo nivel de amenaza que grupos como Al Qaeda o el Estado Islámico.

En primer lugar, este anuncio envía un mensaje contundente: para Washington, el gobierno mexicano no está cumpliendo con su deber de combatir al narcotráfico y refuerza una narrativa que ha ganado terreno en los últimos años. México es visto como un país “violento” e “ingobernable desde sus entrañas”, y su crisis de seguridad ya no es sólo un problema local, sino un riesgo para la estabilidad global.

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Con esta clasificación, los cárteles dejarían de representar un problema de seguridad pública para convertirse en una amenaza a la seguridad nacional, al mismo nivel que los desafíos militares y tecnológicos planteados por potencias como China y Rusia.

En la práctica, permitiría a las fuerzas de seguridad estadounidenses actuar con mayor flexibilidad y menos restricciones legales, en operaciones que podrían incluir vigilancia masiva, allanamientos sin orden judicial y ataques preventivos contra supuestos objetivos de alto riesgo.

Sin embargo, el costo podría ser alto: un severo desafío a la soberanía mexicana, el riesgo de transgredir derechos democráticos y la posibilidad de que se lleven a cabo operativos unilaterales en territorio mexicano.

La tragedia de la familia LeBarón, asesinada en 2019 en Sonora, marcó un antes y un después. En Estados Unidos, este ataque fue calificado como un acto terrorista, lo que derivó en una sentencia judicial que obligó al Cártel de Juárez a pagar una indemnización millonaria. Ese caso también sirvió como plataforma para que, durante su primera administración, Donald Trump iniciara los pasos para catalogar a los cárteles como terroristas, algo que, como sabemos, no trascendió en su momento.

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El tema resurgió con fuerza en 2021, cuando el gobernador de Texas, Greg Abbott, urgió a la administración de Joe Biden a adoptar esta postura. Abbott argumentó que los cárteles representan una amenaza directa para los estados fronterizos debido al tráfico de drogas y personas. En 2023, fiscales de 21 estados republicanos se unieron a la causa, señalando que la crisis del fentanilo y la violencia asociada justifican medidas extremas.

Designar a una organización como terrorista no es cosa fácil. La decisión recae en el Departamento de Estado y pasa por un proceso riguroso, aunque también profundamente político. En el pasado, esa etiqueta se reservó para grupos con objetivos ideológicos claros, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o el Ejército de Liberación Nacional (ELN).

En nuestro caso —y no se trata de defenderlos—, los cárteles mexicanos se abstienen de imponer una ideología; solo buscan ampliar sus ganancias.

Si esto avanza, la denominación “terrorista” podría extenderse a quienes colaboren con ellos, incluso de manera indirecta. Vendedores locales de drogas, distribuidores y hasta consumidores podrían enfrentar cargos. De acuerdo con documentos del Congreso de Estados Unidos, proveer “apoyo material” a estas organizaciones podría significar penas de hasta 20 años de prisión.

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Trump firmó 41 órdenes ejecutivas en su primer día: la emergencia en la frontera sur y en el ámbito energético, el indulto general a los asaltantes del Capitolio, la retirada del Acuerdo de París y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), así como otras medidas que fueron aprobadas vía decreto.

Clasificar a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras es un camino lleno de retos legales, diplomáticos y éticos. Si bien podría fortalecer el combate al narcotráfico, también plantea riesgos graves para los derechos humanos, la soberanía mexicana y la cooperación binacional.

En el fondo, el debate revela algo más profundo: el fracaso de las estrategias convencionales contra el narcotráfico y la necesidad de replantear cómo enfrentamos un problema que trasciende fronteras y desafía sistemas completos.

La etiqueta de “terrorista” podría ser solo eso, una etiqueta. Pero sus consecuencias son reales y podrían cambiar el rostro de la seguridad en América del Norte para siempre.