La guerra en Ucrania es un recordatorio cruel de que, en la geopolítica, las decisiones más importantes a menudo se toman en el filo de la navaja. Aunque nadie quería esta guerra, todos temían que sucediera.
Rusia temía la expansión de la OTAN hacia su frontera oriental y la pérdida de influencia en la región. Ucrania temía la anexión rusa y la pérdida de su soberanía. Occidente temía la agresión rusa y la desestabilización de Europa.
Sin embargo, a pesar de estos temores, la guerra se desató. Y ahora, el mundo se enfrenta a las consecuencias: una crisis humanitaria, una economía global en riesgo y un orden internacional en peligro de colapsar.
Desde su inicio el 22 de febrero de 2022, los cimientos de la comunidad internacional se han sacudido y ha llevado a los países a reconsiderar sus alianzas, intereses y valores, en cuanto a la estabilidad energética y las relaciones internacionales.
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Mientras Occidente se une en torno a Ucrania, Rusia busca fortalecer sus lazos con China y otros países del Sur Global.
Como lo dijo el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres: “La guerra en Ucrania es un recordatorio brutal de que el mundo sigue siendo un lugar peligroso y que la cooperación internacional es más necesaria que nunca”.
Aún no es tiempo de delinear todas las consecuencias que dejará este conflicto bélico en los distintos ámbitos, pero en lo económico, la guerra ha acelerado la inflación y ha generado una escasez de materias primas, especialmente en el sector energético.
La dependencia en la región del gas ruso ha sido un tema clave. La Unión Europea ha intentado reducir el uso de los combustibles fósiles, diversificando sus fuentes de energías renovables, como la solar y eólica, para reducir su vulnerabilidad a las presiones políticas y económicas del gobierno de Putin.
La iniciativa REPowerEU, lanzada por la Comisión Europea en mayo de 2022, busca precisamente diversificar el suministro y reducir la demanda de gas.
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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, habló de dicha necesidad y urgencia para la región, al asegurar que “La UE debe reducir su dependencia y diversificar sus fuentes generadoras para garantizar la seguridad energética y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”.
En tanto, en el plano geopolítico, el conflicto ha generado un realineamiento de las alianzas internacionales.
La votación en la Asamblea General de Naciones Unidas, en la que 141 países condenaron la invasión, muestra la división entre Occidente y el resto del mundo.
El Sur Global, el Movimiento de Países No Alineados, que cuenta con 120 naciones de África, Medio Oriente, América Latina y el Caribe, expresa su independencia y evita alinearse con alguna de las grandes potencias, lo que ha generado tensiones con Occidente.
Esto se debe en parte a que muchos miembros del Sur Global tienen relaciones económicas y políticas significativas con Rusia y no quieren dañarlas. Además, algunos ven la oportunidad de promover sus propios intereses y agendas geopolíticas.
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El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, asegura que “El Sur Global debe unirse para defender sus intereses y no permitir que las potencias occidentales impongan su voluntad”. Por su parte, China, como potencia emergente, se ha mantenido cautelosa. Aunque no respalda, tampoco condena abiertamente.
El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Wang Wenbin, ha repetido insistentemente que su nación “se opone a la expansión de la OTAN y apoya la soberanía y la integridad territorial de Rusia”.
Nadie quería esta guerra, pero el punto de inflexión en la geopolítica global y sus consecuencias están activas: una gran crisis humanitaria, más de un millón de muertos y 7.2 millones de ucranianos que han abandonado el país.