Pareciera que no es así, pero por todos lados vivimos una guerra por las narrativas digitales. No importa si abres una app como Instagram, X (antes Twitter) o cualquier otra aplicación: estamos inmersos en una guerra híbrida en la que se lucha por la imposición de discursos y visiones del mundo.
Desde el fin de la Guerra Fría y el posterior advenimiento del internet —y con más fuerza a partir de la década de 2010— hemos visto cómo potencias como China o Rusia intentan cambiar la manera en que percibimos sus modelos políticos y económicos. Ya sea de forma abierta o velada, estos países han buscado imponer sus propias narrativas.
Sé que esto no parece nada nuevo, pero es importante hacer un paréntesis para analizar la diferencia entre propaganda, cobertura noticiosa, encuadre narrativo (framing) y cómo estos elementos nos afectan dentro de las guerras que se libran en todas las plataformas y en el ciberespacio.
A diferencia de las guerras tradicionales, definidas por el derecho internacional, lo que hoy conocemos vagamente como “guerras híbridas” incluye el uso de medios no convencionales: presiones económicas, desinformación, interferencia electoral e incluso movimientos migratorios, utilizados por algunos Estados para debilitar a sus enemigos. Si bien los objetivos pueden variar, en el fondo siempre se busca obtener más poder.
Entre estas herramientas de guerra híbrida, resulta particularmente preocupante el uso de la desinformación como arma para desestabilizar democracias. Las narrativas desinformativas explotan las debilidades de los sistemas democráticos y los vuelven contra sí mismos, llevando a la población de un país a inclinarse hacia partidos autoritarios, o simplemente a cuestionar la naturaleza misma de la democracia, fomentando la polarización, el cinismo y las teorías conspirativas.
Recientemente, el Laboratorio Digital de Investigación Forense (DFRLab) publicó que Rusia ha estado utilizando plataformas de acceso universal al conocimiento, como Wikipedia, para contaminar la información que se emplea en el entrenamiento de modelos de inteligencia artificial como DeepSeek, ChatGPT, Gemini o Copilot. De este modo, estas plataformas se convierten en vehículos para difundir su visión del Estado.
Así, cualquier persona podría utilizar herramientas de inteligencia artificial para formarse una idea sobre un tema, sin saber que la información que consume está profundamente sesgada. De esta manera, estos Estados buscan influir de forma poco convencional en el tablero geopolítico.
Estamos, como tantas veces en la historia, ante un punto de inflexión. Debemos tener cuidado con las decisiones que tomamos y con el rumbo que elegimos como humanidad, porque podríamos, por impaciencia o falta de reflexión, avanzar en la dirección equivocada.
Así como estas narrativas buscan dividirnos y manipularnos, también tenemos a nuestro alcance herramientas para resistir: la educación digital, el pensamiento crítico, la colaboración entre ciudadanos informados y la defensa activa de nuestras democracias. Este momento histórico puede ser, si así lo decidimos, el punto de partida para construir una sociedad más consciente, más resiliente y mejor preparada para enfrentar los retos del presente. No se trata solo de elegir entre dos caminos con miedo, sino de escoger uno nuevo, liberándonos de nuestros sesgos, filias y fobias, con valentía y visión de futuro, teniendo presente que los acuerdos, la paz y la democracia toma paciencia.