Por alguna razón que no recuerdo, tengo entre mis contactos en Facebook a una persona que podría considerarse uno de los ideólogos de la nueva derecha en México. Con frecuencia, esta persona alude a esta “nueva derecha”, destacando que su ideal es colocar a la religión católica en el centro del gobierno. Sin embargo, este no es su único objetivo. Este movimiento, también denominado “extrema derecha” o alt-right, tiene un proyecto mucho más amplio.
El fenómeno conocido como alt-right es un movimiento global de derecha populista cuya identidad ideológica aún no está del todo definida. Lo que sí resulta claro es que busca moldear la sociedad desde el poder, imponiendo lo que sus miembros consideran “bueno": una visión homogénea de nación y cultura, sin tolerancia a la diversidad ni a la complejidad y que elimina el espacio para el individuo. No se trata solo de valores, sino también de una visión particular de la religión, la cultura y la pertenencia social. En otras palabras, promueve un modelo en el que ciertos sectores son considerados los únicos legítimos dentro de la sociedad—lo que ellos llaman “la gente buena” o “deseable"—mientras que otros, como los inmigrantes o cualquier minoría difusa, son vistos como una amenaza que oprime a los “buenos”.
Este fenómeno forma parte de una oleada mundial de movimientos que buscan reinstaurar el conservadurismo en la sociedad. Conservadurismo entendido aquí como el regreso a los “valores de antes”, en contraposición a lo que despectivamente denominan la ideología woke. Esta corriente ha cobrado fuerza en diversas figuras y partidos alrededor del mundo: Donald Trump en Estados Unidos, Giorgia Meloni en Italia, Geert Wilders en Países Bajos, Alternative für Deutschland en Alemania o Vox en España. No obstante, lo que a menudo se omite en estos discursos es que este modelo de sociedad restringe la libertad individual, impidiendo que las personas definan su propio plan de vida y, en consecuencia, su camino hacia la felicidad.
Podría pensarse que esta forma de concebir el gobierno había sido superada en las sociedades occidentales desde la Ilustración. De hecho, fue esta cosmovisión la que eventualmente dio origen al liberalismo moderno. Es decir, ya hemos recorrido este camino, ya nos hemos planteado estas preguntas y, hace más de 200 años, llegamos a la conclusión de que la imposición de valores y formas de vida no conduce a nada bueno. A esta transformación histórica se le llamó modernidad.
Entonces, sii ya sabemos a dónde nos lleva este modelo, ¿por qué estamos regresando a estos esquemas sociales y de gobierno? Tal vez un psicólogo social podría ofrecer una mejor respuesta, pero, como politólogo, intentaré proponer una explicación.
Creo que vivimos en una época marcada por una profunda sensación de pesimismo. Las redes sociales y los medios tradicionales parecen empeñados en alimentar la percepción de que el presente es un desastre. Sin embargo, la realidad es que, como humanidad, nunca habíamos vivido en mejores condiciones. Hoy, la mejora en las condiciones materiales del mundo es evidente: la esperanza de vida ha aumentado entre 30 y 40 años en comparación con hace dos siglos, cuando decidimos colocar en el centro de la vida pública la ciencia, la lógica y la razón, relegando la religión y las creencias al ámbito privado.
Este avance ha sido posible gracias a cambios profundos en diversos campos: tecnología, sociedad, valores individuales, comunicación, entre otros. Sin embargo, el ritmo acelerado de estas transformaciones ha generado un sentido de incertidumbre. Nuestros cerebros, diseñados para operar en pequeñas comunidades con estructuras simples, no están completamente preparados para enfrentar un mundo en constante cambio y cada vez más complejo. Es aquí donde el miedo y la nostalgia por un pasado idealizado encuentran terreno fértil, convirtiéndose en el motor de movimientos reaccionarios.
Quizá sea momento de reflexionar sobre nuestros temores y sobre lo que percibimos como una amenaza. De cuestionar qué es realmente lo que nos incomoda y, sobre todo, de releer la historia para recordar a dónde nos lleva olvidar que priorizar la razón por encima de las emociones siempre ha sido lo que nos ha conducido a nuestros mejores momentos como humanidad.