La cruzada contra la chatarra

23 de Noviembre de 2024

Julieta Mendoza
Julieta Mendoza
Profesional en comunicación con más de 20 años de experiencia. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y tiene dos maestrías en Comunicación Política y Pública y en Educación Sistémica. Ha trabajado como conductora, redactora, reportera y comentarista en medios como el Senado de la República y la Secretaría de Educación Pública. Durante 17 años, condujo el noticiero “Antena Radio” en el IMER. Actualmente, también enseña en la Universidad Panamericana y ofrece asesoría en voz e imagen a diversos profesionales.

La cruzada contra la chatarra

Julieta Mendoza - columna

De nueva cuenta los alimentos chatarra son los villanos de los niños de México por encima del “coco”, el viejo del costal y el chamuco. A partir de la próxima primavera serán exorcizados de las cooperativas y tienditas de las escuelas. “Comida sana y corazón contento” diría el clásico.

El secretario de Educación Pública, Mario Delgado, llamó a esta prohibición definitiva, una cruzada final, con el mismo empaque del Papa Eugenio II que mandó los ejércitos de Dios a tomar los Santos Lugares.

Todos sabemos que la alimentación de los niños es un tema fundamental para el desarrollo de sociedades más saludables.

En las primeras etapas de la vida es esencial una buena nutrición no solo para el crecimiento físico, sino también para el desarrollo cognitivo, emocional y social. Sin embargo, en un mundo en el que la comida chatarra y los productos ultraprocesados han ganado terreno, es crucial replantearnos el entorno alimentario al que están expuestos nuestros niños.

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La alternativa es eliminar esos productos chatarra de las escuelas, pero ¿sin ofrecer el acceso a alimentos sanos, la adquisición de buenos hábitos recreativos y actividad deportiva?

Sabemos que es la medida inmediata y directa, pero ¿cómo asegurar el éxito de esta cuando la única opción de que los niños tengan algo en la panza es comprar un jugo y unas galletas?

Durante los primeros años de vida, el cerebro y el cuerpo atraviesan fases cruciales de desarrollo que dependen en gran medida de una correcta ingesta de proteínas, vitaminas, minerales, carbohidratos y grasas saludables. Los alimentos ultra procesados, que son abundantes en azúcares, grasas saturadas y sodio, pero pobres en nutrientes, están lejos de proporcionar estos elementos necesarios. Al contrario, fomentan el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas a una edad temprana, como la obesidad, problemas cardiovasculares y diabetes tipo 2.

En la actualidad, más de 537 millones de personas padecen esta enfermedad, y se proyecta que esta cifra aumente considerablemente en los próximos años.

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Algunos estudios han demostrado que los niños que consumen una dieta rica en frutas, verduras, granos integrales y proteínas de calidad tienen mejores resultados académicos, mayor capacidad de concentración y mejor salud emocional. Una buena nutrición les permite desarrollar un sistema inmunológico fuerte, lo que se traduce en menos ausencias escolares por enfermedades y en una mayor disposición para aprender y participar en actividades físicas.

Todo eso es cierto.

Y si tomamos en cuenta que uno de los entornos más importantes en la vida de un niño es la escuela, porque no solo aprenden lecciones académicas, sino también hábitos que pueden acompañarlos el resto de sus vidas, lo anterior cobra relevancia.

Lamentablemente, en muchas escuelas, los productos chatarra están al alcance de los niños, ya sea a través de las cafeterías escolares o de las máquinas expendedoras.

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La eliminación de los productos chatarra de las escuelas no es una medida nueva; anteriormente ya se ha intentado pero ahora es urgente porque “16 millones de estudiantes de entre cinco y 19 años tienen problemas de obesidad y sobrepeso”, dijo el secretario Delgado, sin ironía.

La comida chatarra fomenta el desarrollo de malas prácticas alimenticias desde edades tempranas, lo que repercute en la formación de hábitos que serán difíciles de cambiar en la adultez. Además, la presencia de estos productos contradice cualquier esfuerzo educativo sobre nutrición que se intente implementar dentro del aula.

No podemos pedirle a un niño que entienda la importancia de las frutas y las verduras cuando al salir del salón tiene una máquina llena de refrescos y snacks. Estas iniciativas no solo buscan reducir los índices de obesidad infantil, sino reeducar a la sociedad sobre la importancia de cuidar la alimentación desde los primeros años.

Sin embargo, eliminar los productos ultraprocesados no es suficiente.

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Es igual de importante garantizar que los niños tengan acceso a alimentos frescos y saludables, tanto en sus escuelas como en sus casas. Desarrollar programas de agricultura urbana, jardines escolares y huertos comunitarios podría ser una excelente manera de acercar a los niños al origen de los alimentos y fomentar el consumo de frutas y verduras. Esto no solo les enseñará sobre nutrición, sino también sobre la sostenibilidad y el respeto por el medio ambiente.

Acompañar este cambio alimentario con la promoción de buenos hábitos recreativos es fundamental. El sedentarismo es otro factor clave en el aumento de las tasas de obesidad infantil.

Es crucial que las escuelas y los gobiernos promuevan la actividad física diaria, no solo en clases de educación física, sino integrando más oportunidades para que los niños se muevan y jueguen, tanto dentro como fuera del aula.