La guerra civil en Siria, iniciada en 2011, ha evolucionado de un levantamiento popular en contra de un régimen autoritario a una compleja confrontación geopolítica que involucra a actores internos y externos en un laberinto de intereses contrapuestos. En este contexto, la rebelión siria no solo representa el conflicto en sí mismo, sino que, cada vez más, actúa como una metonimia de las dinámicas globales y regionales, reflejando las luchas por el poder, la influencia y la supervivencia de diversas facciones, así como la intervención activa de potencias extranjeras. Este complejo escenario se caracteriza por la fragmentación interna y el vacío de poder dejado por el régimen de Bashar al-Asad, lo que ha generado una lucha por el control, no sólo en Siria, sino en una región más amplia.
Desde el inicio de la guerra civil, el poder en Siria se ha fragmentado entre diversas facciones. La reciente ofensiva liderada por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), una organización yihadista que se escindió de Al Qaeda, resalta una de las dinámicas centrales del conflicto: la competencia por el control territorial y la legitimidad política en un país dividido. HTS, que inicialmente comenzó como un grupo insurgente con fines yihadistas, ha modificado su discurso y estrategia para tratar de presentarse como una fuerza más moderada y viable para gobernar las áreas bajo su control, en especial en la región de Idlib, el último bastión de la oposición siria.
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La situación en Siria refleja, de manera exacerbada, el fenómeno de los vacíos de poder que proliferan en contextos de guerra civil. En muchas zonas, el control territorial es disputado por una multiplicidad de actores, tanto internos como externos. En el caso de HTS, la necesidad de consolidar una gobernanza estable y funcional se enfrenta a la tensión de representar a un país profundamente plural en términos étnicos y religiosos, mientras que su agenda islamista choca con las expectativas de una sociedad siria diversa. Esta ambigüedad política no sólo define la futura estructura del gobierno sirio, sino que también resalta el desafío de consolidar un estado que pueda navegar entre los intereses de sus facciones internas y la presión externa de actores internacionales.
La intervención de potencias extranjeras ha sido otra característica definitoria del conflicto sirio. Israel, por ejemplo, ha llevado a cabo intensos ataques aéreos en territorio sirio, centrados en destruir capacidades estratégicas que considera una amenaza directa a su seguridad. A pesar de la retórica de apoyo a un nuevo gobierno en Siria, Israel ha continuado con sus operaciones militares para neutralizar a grupos yihadistas que considera una amenaza. Este escenario refleja cómo las intervenciones extranjeras, aunque inicialmente centradas en intereses locales o regionales, pueden tener consecuencias globales y regionales de largo alcance, exacerbando la violencia y dificultando una resolución pacífica del conflicto.
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Por otro lado, Turquía ha jugado un papel fundamental en la evolución del conflicto al apoyar a facciones rebeldes con el objetivo de reducir la influencia kurda en la región. La relación entre Turquía y las fuerzas kurdas ha sido tensa debido a las acusaciones de que los kurdos están vinculados al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), un grupo separatista turco. Esta rivalidad ha dado lugar a una serie de enfrentamientos armados, como los recientes combates en la ciudad de Kobani, que reflejan cómo las divisiones étnicas y nacionales en la región se entrelazan con los intereses geopolíticos de las potencias regionales.
Estados Unidos, por su parte, ha centrado sus esfuerzos en la lucha contra el Estado Islámico (EI), una de las principales fuerzas terroristas que surgieron en el contexto de la guerra. La presencia de fuerzas estadounidenses en el noreste de Siria ha sido crucial en la derrota del EI, pero también ha situado a Estados Unidos en una posición delicada, ya que su alianza con los kurdos ha creado tensiones con Turquía. Esta intervención ha contribuido a la prolongación del conflicto, al mantener un estado de inestabilidad en la región, mientras Estados Unidos reafirma su presencia en el contexto de la lucha contra el terrorismo, pero con un horizonte incierto respecto al futuro político de Siria.
Dentro de Siria, además de Hayat Tahrir al-Sham, existen otros actores armados con distintas ideologías y objetivos. Las Fuerzas Democráticas Sirias, dirigidas por los kurdos, han sido una de las principales aliadas de Estados Unidos en la lucha contra el EI, pero se enfrentan a la presión constante de Turquía, que las considera un enemigo estratégico. Además, la milicia drusa y el Ejército Nacional Sirio, respaldado por Turquía, son otros actores clave que siguen luchando por el control de diversas áreas del país. Estos grupos, aunque unidos en la lucha contra el régimen de Al-Asad, poseen objetivos divergentes y un enfoque poco cohesivo respecto a la construcción de una Siria post-conflicto.
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Este mosaico de facciones internas, apoyadas o desafiadas por actores internacionales, genera un escenario de gobernanza difícil de articular. La creación de un gobierno inclusivo y representativo se ve obstaculizada por la desconfianza mutua entre las facciones y la intervención extranjera, lo que complica cualquier esfuerzo hacia una resolución sostenible del conflicto.
La rebelión en Siria es, por lo tanto, mucho más que un conflicto local. En su complejidad y extensión, se ha convertido en un microcosmos de las dinámicas globales contemporáneas: la lucha por el control territorial, la rivalidad entre potencias regionales y globales, y la competencia ideológica entre fuerzas diversas que buscan reconstruir un orden político en medio de la destrucción. Siria, en su caos, es un reflejo de las tensiones que atraviesan el orden internacional en el siglo XXI, donde los conflictos locales son, en muchos casos, la manifestación de las luchas más profundas por el poder y la hegemonía global.
La resolución de la guerra siria dependerá de la capacidad de sus actores internos para encontrar un equilibrio entre sus intereses y de la voluntad de las potencias extranjeras para cesar su intervención y permitir la autodeterminación de los sirios.