La presentación de la nueva estrategia de seguridad a nivel federal destacó un diagnóstico devastador: la expansión del narcotráfico, el alarmante aumento de homicidios en estados gobernados por Morena y la peligrosa vinculación entre políticos y el crimen organizado, reflejan el fracaso de la pacificación del sexenio anterior.
1er. TIEMPO: Cuando se hincó ante los chapitos. El culiacanazo, cuando las milicias del Cártel de Sinaloa doblegaron al Estado Mexicano y obligaron al entonces presidente Andrés Manuel López Obrador a liberar a Ovidio Guzmán López, el hijo de Joaquín El Chapo Guzmán que era el principal traficante de fentanilo en la organización, definió el sexenio y lo marcó para toda la vida, cumplió 5 años el jueves. Fue una tarde que demostró la ineficiencia de las Fuerzas Armadas, la incompetencia de la Secretaría de Seguridad Pública y, por encima de todo, el momento donde López Obrador se arrodilló ante los criminales. La operación de captura de Ovidio, en cumplimiento a una petición de captura y extradición de Estados Unidos, se realizó de una forma como si su arquitecto hubiera querido que fracasara. Fue al mediodía, cuando la gente llenaba las calles y había tráfico pesado, en lugar de hacerlo en la madrugada, cuando las calles están vacías y el factor sorpresa es mayor. No se estableció un perímetro de seguridad para frenar cualquier intento de rescate, ni hubo un plan de extracción, indispensable en ese tipo de acciones cuando se sabe que habrá reacción y enfrentamientos, para sacarlo de Culiacán con máxima velocidad. La operación la realizó una unidad especializada de la vieja Policía Federal que entró al fraccionamiento Tres Ríos donde vivía Ovidio, y lo sometieron en su casa sin disparar un solo tiro. Habían tardado solo 30 minutos en ejecutarla. Dejaron en libertad a su familia y al personal que trabajaba en la casa. Los comandos esperaban que llegaran los equipos para la extracción, pero no sucedía. Se comunicaban a la Secretaría de Seguridad para solicitarles la extracción, y no les hacían caso. Afuera, las calles de Culiacán habían sido tomadas por las milicias de sus hermanos, y de las montañas cercanas a la capital comenzaron a bajar otros grupos de refuerzo, que había enviado el jefe del Cártel, Ismael El Mayo Zambada. Atacaron el Cuartel Militar y la sede del centro de comando policial, el C-4 del estado. Balearon a casi 70 vehículos militares en la capital, y en las entradas de otras ciudades, colocaron retenes para impedir los refuerzos. Desde la Ciudad de México les ordenaron a los militares replegarse. Mientras, en la casa donde estaba Ovidio detenido, los comandos enviaban mensajes pidiendo que mandaran el Blackhawk, el super helicóptero artillado, para rescatarlos, pero no lo hicieron. “¡No sean putos!”, les gritaban por radio, sin recibir respuesta. Para entonces, ya no había operación de captura, sino ver cómo salían con vida los comandos. El gobierno, en un abierto acto de claudicación, le pidió a Ovidio que intercediera con su hermano, Iván Archibaldo, para que frenara el culiacanazo a cambio de su libertad. La orden de liberarlo la dio López Obrador, cometiendo un delito penado por la Constitución que, sin embargo, nunca tuvo consecuencias legales. Lo que quedó fue la derrota del Estado Mexicano y la percepción que tenía un pacto de impunidad con el Cártel de Sinaloa.
2º. TIEMPO: Cuando se hincó ante Estados Unidos. La suerte de Ovidio Guzmán López comenzó a cambiar cuando las críticas por la tolerancia del presidente Andrés Manuel López Obrador con el Cártel de Sinaloa empezaron a alinearse dentro del gobierno de Joe Biden, con demócratas y republicanos en el Capitolio, y con la prensa. Estados Unidos contabilizaba cerca de 100 mil muertos por el fentanilo al empezar 2023, y en ciudades como San Francisco y Filadelfia, los adictos caminaban como zombies por las calles, mientras el hijo de Joaquín El Chapo Guzmán se consolidaba como el primer introductor de ese opioide a ese país. El año había arrancado con los preparativos de la Cumbre de Líderes de Norteamérica el 10 de enero en la Ciudad de México, que aprovecharon en Washington para repetir la petición de su captura y extradición que López Obrador había olvidado cumplimentar desde el culiacanazo. No tenía mucho margen de maniobra porque fue muy descuidado en acciones y decisiones que favorecían a los narcotraficantes. Después de dejar en libertad a Ovidio y no ordenar que tan pronto como saliera de Culiacán, lejos de la ciudad lo persiguieran y detuvieran, se dedicó a cultivar con palabras de respeto al Cártel de Sinaloa. Cinco meses después de ordenar la liberación de Ovidio, se detuvo a conversar con su abuela, la madre de El Chapo, en el municipio de Badiraguato, la cuna de muchos de los capos del narco, que visitaría cinco veces en su sexenio. La señora Consuelo Loera le pidió que intercediera por su hijo para que regresara a cumplir su condena en México, y que gestionara visas para que sus hijas pudieran visitarlo en la cárcel. López Obrador dijo que sí, pero no dijo cuándo. En cambio, los servicios de inteligencia de Estados Unidos tenían documentadas dos transferencias electrónicas que salieron de Culiacán poco después de ese encuentro a cercanos del Presidente, y más adelante se registró un extraño vuelo en helicóptero en la Sierra de Durango, con el presidente a bordo, que se despareció varias horas de la gira en Sinaloa. Los reclamos de Estados Unidos por el incremento del tráfico del fentanilo, los había tomado López Obrador con desdén, pero ese enero cambiaron las cosas. El presidente Joe Biden necesitaba una señal antes de tomar el avión a México. La recomendación no fue sutil y hasta dónde se presionó solo se puede medir por el hecho de que cuatro días antes de que iniciara la Cumbre, en un operativo militar perfecto, el Ejército volvió a detener en Culiacán a Ovidio. López Obrador no se quedó con las manos vacías. Biden sí vino, y como pilón, el Air Force One aterrizó en el mamut blanco llamado Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.
3er. TIEMPO: Y, pese a todo, no aprendió. De todos los mensajes que le llegaron de Washington, el presidente Andrés Manuel López Obrador solo tomó uno en serio, y en octubre un personero de Palacio Nacional alertó a los chapitos que la presión de Estados Unidos por el tráfico del fentanilo era insoportable, pidiéndoles que dejaran de producirlo y transportarlo. Los chapitos reaccionaron colocando mantas en Culiacán a principio de octubre del año pasado, donde prohibían la venta, fabricación y transporte del fentanilo. Un mes después, visitó por sexta ocasión Badiraguato para inaugurar una carretera que cruzaba la sierra de Durango hasta Chihuahua, que es una zona que controla en su totalidad el Cártel de Sinaloa, que le facilitaría el trasiego de droga. A finales de ese año López Obrador le dijo a una delegación estadounidense en Palacio Nacional, que el combate al fentanilo iba por buen camino. Al terminar, el secretario de Seguridad Territorial, Alejandro Mayorkas, dijo que eran una pérdida de tiempo los encuentros con el Presidente, porque solo quería tomarles el pelo. Desde entonces, redujeron sus contactos hasta congelar la relación y comenzaron a preparar un golpe espectacular. Un comando que opera con enorme discreción bajo Mayorkas, y que solo lo utilizan para combatir terroristas en el mundo, capturó en Culiacán a Ismael El Mayo Zambada y a Joaquín Guzmán López, hermano de sangre de Ovidio, y se los llevaron a Texas. Nada le dijeron previamente al gobierno de López Obrador, porque estaban seguros que avisaría al Cártel de Sinaloa que iban por ellos, y hasta la fecha, con un nuevo gobierno en México, la información sobre lo que sucedió, está negada para el gobierno mexicano. La captura de Zambada el 26 de julio provocó una guerra al interior del Cártel con los chapitos, unas tres semanas después de que El Mayo hiciera pública una carta desde la prisión, acusando a Guzmán López de haberlo emboscado. El jefe del Cártel de Sinaloa involucró con el Cártel al gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, con quien tenía una vieja relación, no admitida por el político, que además había sido el enlace de López Obrador con él, para negociar posiciones electorales, de acuerdo con un reporte de inteligencia entregado el año pasado a la presidenta Claudia Sheinbaum.