El autor le roba a la realidad una licencia para novelar diversas situaciones, muchas veces cómicas y otras tantas agrias, violentas y crudas.
Algunos dirían que tiene el trabajo más aburrido del mundo, pues es un científico que pasa el día entre cuatro paredes, archivos antiguos y evidencias viejas. Sin embargo, a él le apasiona tanto lo que hace que hasta piensa que, muy pronto, su profesión debiese ser el tema central de una serie de televisión: es un genealogista forense.
Por ser mormón, estudió en el Salt Lake Community College, que lo certificó en investigación genealógica. Cabe destacar que él hubiera preferido estudiar historia norteamericana en alguna universidad fuera de Utah, pero altos representantes de su iglesia convencieron a sus padres de que sería mejor dedicar su empeño y cualidades a los esfuerzos de la organización para localizar antiguos árboles familiares (con FamilySearch) y en su asociada Ancestry. Para ello, recibiría no sólo una beca completa, sino también apoyo alimentario y de vivienda, lo que le aseguraría un empleo apenas se graduase.
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Así lo hizo y, en poco tiempo, estando aún muy joven, tenía un buen ingreso, un empleo estable y una carrera con futuro. Sin embargo, estaba algo aburrido, y ninguna de las chicas con las que convivía le interesaba demasiado. Entonces, una fría mañana de invierno, renunció a todo y se mudó a Nueva Jersey para estudiar en el Ramapo College genealogía genética forense a través del Investigative Genetic Genealogy Center (IGG), estudios que después complementó en la University of New Haven, en Connecticut, y con algunos veranos en su sede en Italia, donde conoció a su actual esposa, una turista norteamericana que trabajaba para el FBI y que estaba conociendo Europa por vez primera.
Por amor, se mudó al estado donde ella residía. Se casaron al poco tiempo y, gracias a sus conocidos y a sus brillantes calificaciones, en 2021 consiguió un trabajo dentro del cuerpo de policía local. Su labor consistía en archivar y revisar los casos “fríos” que llevaban años sin pistas, desenlaces ni soluciones. Fue entonces cuando se topó con el que sería su primer gran éxito: el caso de una bebé de días de nacida que fue encontrada ahogada en un baño público del parque estatal del lago Garnet, en Michigan. El caso le obsesionó.
Fue su esposa quien le sugirió solicitar autorización a la jefatura para investigar genéticamente el asesinato. “Como quieras”, le dijeron. “Pero recuerda que no tenemos recursos, ni equipo especial ni laboratorio”. Entonces, le vino una idea simple mientras miraba la lápida de la bebé, cuya muerte impactó tanto a la comunidad que el condado cubrió los costes funerarios: obtener una muestra del cuerpo y, con el apoyo de sus contactos, inscribirla como si fuera un ser vivo en las principales plataformas de estudios de ADN. Todo eso costó menos de doscientos dólares.
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Casi un año después, mientras se preparaba para ir a una cita de San Valentín con su esposa, su celular recibió una notificación. Había aparecido en Ancestry: Jenna, una sobrina de la bebé muerta, quien se compró el kit porque una amiga suya lo había recibido de regalo de Navidad y le encantaron los datos que obtuvo.
Obviamente, él dio aviso de inmediato a la policía y, tras un tiempo, obtuvieron la muestra de ADN de la madre de Jenna, confirmando que era hermana de sangre de la bebé asesinada. “No puedo creer que mi abuela vaya a ir a dar a la cárcel por asesinato, por un simple kit de ADN que me hice por diversión”, le dijo Jenna.
“La genética es una gran herramienta, incluso para descubrir asesinos inesperados”, le respondió él, quien ahora cuenta con presupuesto federal y está trabajando en resolver más casos similares. Y tú, ¿ya te hiciste tu prueba de ADN?