1.
Pues llegó el día “D”, de Donald Trump, quien inaugura su segundo mandato como Presidente de Estados Unidos y no obstante la expectativa, realmente se esperan pocas sorpresas, pues ya ha perfilado amenazante cómo es que ve a su país y al mundo. Realmente ha galvanizado los ánimos y ha puesto a todos a la defensiva, mostrando cuánto el mundo depende de a Unión Americana y cuánto el mundo pudiera o debiera valerse por sí mismo. En los últimos ochenta años han sido el actor indispensable, la gran superpotencia y el policía que impulsara el orden liberal, la economía global y la seguridad internacional basada en la Carta de las Naciones Unidas. Sin embargo, cada vez más es perceptible que esto habrá de cambiar, porque así lo está empujando Trump, quien arrancará como dictador, con una decretiza que pretende reordenar todo a favor de los intereses estadounidenses. Olvida, sin embargo, lo que Fareed Zakaría (2008, Post American World) estudió hace tiempo, el “ascenso de los otros”, en el cual el desarrollo de países y regiones, impulsadas por los acuerdos internacionales previos, hizo surgir un contexto de países desarrollados o en vías de serlo en el cual ya no es posible una hegemonía imperial.
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En el plano global, el nuevo gobierno de Donald Trump ha puesto en jaque el futuro del comercio exterior y la forma en que deberá entenderse ahora la globalización, en una modalidad de compartimientos estancos y dominancias regionales. El libre comercio parece una quimera, ahora lidereada por China cuando antes lo estuvo por los Estados Unidos, por convertirse, para Ripley, en una potencia proteccionista. Dada la personalidad de Trump y el perfil de su gabinete, también de magnates y fanáticos, es de esperar un arranque espectacular con alarde de dureza y firmeza en medidas de alto rendimiento emocional y mediático, como el cierre o sellado de la frontera, razzias y deportaciones masivas, nuevas disposiciones migratorias y aplicación de aranceles en términos de seguridad nacional, que afectarían sobre todo a China, México, Canadá y Europa, pero también el sudeste asiático y la India.
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En el caso nuestro, habrá de pesar la inevitable vecindad. En lo inmediato, con la frontera, migrantes y aranceles, y conforme la tensión comercial previa a la revisión del USAMCA (Acuerdo Comercial entre Estados Unido, México y Canadá por sus siglas en inglés, T-MEC en español) se incremente, presionando el mercado de futuros tanto del peso como de diversos productos específicos.
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Es previsible también una lluvia de aranceles selectivos en autopartes, celdas y paneles solares, electrónica, acero, aluminio y petroquímicos, elevando el tono de las denuncias previas respecto de la viabilidad del acuerdo comercial trilateral. En ello abona la caída de Justin Trudeau, catalizada por el maltrato aplicado y el ninguneo de tratar a Canadá como si fuese una provincia más, así como todos los demás alardes sobre recuperar el Canal de Panamá, comprar Groenlandia, exigir el 5% de gasto militar a los países de la OTAN o cambiarle el nombre al Golfo de México. Por lo pronto ha provocado una reacción soberanista y nacionalista que invita a resistirle y, en el caso de Europa, a plantear una autonomía y seguridad sin Estados Unidos.
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En realidad, los mercados han descontado ya el escenario de un Trump disruptivo. En lo interno, esperan el relajamiento de las regulaciones financieras y bancarias, así como la reducción de los impuestos corporativos de un 21 a un 15% por lo menos; así como también el repunte en la inflación por el efecto que inevitablemente tendrán en los precios la imposición de aranceles. No es probable que el comercio mundial se detenga, pero si habrá un efecto de premios y castigos, complicando el funcionamiento de las cadenas de suministro y afectando la relocalización de empresas, pues podría resultar muy atractivo el asentarse en territorio estadounidense. Podría haber mucho ruido por tantas nueces pero pronto pudiera ser evidente que los demás también contamos. Prudencia es lo recomendable y cautela lo indispensable, pero nadie está manco.