En su icónica obra El contrato social, Jean-Jacques Rousseau afirmaba que “la soberanía no puede ser representada, porque consiste esencialmente en la voluntad general”. Este pensamiento, aunque enraizado en el siglo XVIII, encuentra eco en el actual debate sobre el papel de la soberanía en un mundo interconectado y, a menudo, sometido a las presiones de intereses transnacionales.
Y recordamos al filósofo suizo a propósito del avance de la reforma constitucional para fortalecer la soberanía nacional propuesta por la presidenta Claudia Sheinbaum tras las advertencias del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer aranceles a nuestras exportaciones si no se frena la migración ilegal y el tráfico de drogas a Estados Unidos.
La iniciativa de reforma establece que “México no aceptará ninguna intervención extranjera como golpes de Estado, injerencia electoral ni violaciones al territorio. Agrega en el artículo 40 constitucional una leyenda contra intromisiones e intervenciones desde el extranjero, incluidas las investigaciones y persecuciones”. (Animal Político, 28 feb).
También se incluye el terrorismo en el catálogo de delitos susceptibles de aplicar prisión preventiva oficiosa, incluidas personas extranjeras, que serán juzgadas con penas más severas. Y aunque el gobierno de Trump designó a cárteles de la droga mexicanos como organizaciones terroristas, no puede ser un pretexto para justificar la intervención de una fuerza extranjera en territorio nacional, sin atentar a nuestra soberanía.
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En este contexto, podemos plantear lo siguiente ¿Qué significa ser soberanos en el siglo XXI? ¿Cómo se defiende ese principio cuando tu vecino decide que el desorden en tu casa es su problema? La soberanía, entendida como la capacidad de una nación para decidir su destino sin injerencias externas, ha sido una lucha constante en la historia de nuestro país.
Desde la independencia en 1821 hasta la expropiación petrolera de 1938, los momentos más emblemáticos de nuestra historia han sido, en esencia, actos de afirmación soberana.Entendida como el poder supremo de un estado para autogobernarse sin interferencias externas, la soberanía es uno de los pilares fundamentales del derecho internacional y del concepto de nación moderna. Sin embargo, este término, que parece sencillo en su definición, ha sido objeto de interpretaciones, debates y transformaciones a lo largo de la historia. Desde su origen en el pensamiento clásico hasta su adaptación en el contexto globalizado, la soberanía sigue siendo un tema de análisis constante en la teoría política y en las relaciones internacionales.
Jean Bodin, jurista francés del siglo XVI, es considerado uno de los primeros teóricos en formular una noción formal de soberanía. En su obra Los seis libros de la república, define la soberanía como “el poder absoluto y perpetuo de una república” (Bodin, 1576/1992, p. 57). Esta autoridad suprema residía en el estado, lo que marcó un hito en la consolidación de los estados-nación.
Con el tiempo, el concepto de soberanía se ha enriquecido y diversificado. Thomas Hobbes, en su influyente obra Leviatán, plantea que la soberanía es el contrato social mediante el cual los individuos ceden su libertad natural a un soberano para garantizar el orden y la seguridad. Sin soberanía, dice Hobbes, la vida sería “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve” (Hobbes, 1651/1996, p. 89). Por otro lado, la literatura ha ofrecido una perspectiva única sobre la soberanía, a menudo destacando su fragilidad y los desafíos que enfrenta.
José Martí, en su célebre ensayo “Nuestra América”, subrayó la importancia de una soberanía auténtica en América Latina, argumentando que los pueblos deben gobernarse a sí mismos basándose en su identidad y contexto local, en lugar de imitar modelos externos.
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Para Martí, “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza” (Martí, 1891/2012, p. 34).
Este pensamiento no solo es un llamado a la autodeterminación, sino también una advertencia contra la dependencia cultural y política.
En la actualidad, la soberanía enfrenta nuevos desafíos que la obligan a reconfigurarse constantemente. La globalización, los tratados internacionales y la creciente interdependencia económica han diluido las fronteras tradicionales del poder estatal.
Autores contemporáneos como Saskia Sassen han argumentado que, en este contexto, los estados están “desplegando soberanía de nuevas maneras, transformando lo que significa ser un actor soberano en el escenario global” (Sassen, 2006, p. 112).
La soberanía no es un concepto estático; se encuentra en constante evolución. En el siglo XXI, debates sobre temas como el cambio climático, los derechos digitales y las pandemias globales han demostrado que los desafíos transnacionales requieren respuestas que trasciendan los límites tradicionales de los estados. Como bien señala Hannah Arendt, “la política surge entre los hombres, y por tanto, completamente fuera del individuo” (Arendt, 1958, p. 41), lo que nos lleva a reflexionar sobre cómo la soberanía puede adaptarse para abordar problemas que afectan a toda la humanidad.
Mientas reflexionamos sobre el concepto, la reforma sobre soberanía avanza en el Congreso Mexicano y Trump sostiene su advertencia arancelaraia para el 4 de marzo.