Cuando se nos presenta un líder reformador como lo fue el Papa Francisco, no queda más que preguntarnos si lo que buscaba dio frutos, si los cambios que impulsó serán revertidos y si cualquier otro pontífice podrá continuar con su legado. El lunes nos enteramos de su fallecimiento, y aunque no fue del todo inesperado, nos llevó a voltear la mirada y evaluar el estado actual del Vaticano. ¿Acrecentó o disminuyó su influencia? Es pronto para saberlo, pero sí podemos afirmar que el papado de Francisco fue excepcional en muchos sentidos.
En primer lugar, fue el primer Papa no europeo y el primer jesuita en ocupar la silla de San Pedro. En segundo lugar, fue el primer Papa en más de 500 años en suceder a una persona viva como jefe de Estado de la Santa Sede. Asimismo, sus reformas administrativas hicieron que el gobierno vaticano adoptara un carácter más funcional y menos tradicionalista, estableciendo funciones claras, mecanismos de transparencia y organismos clericales que no necesariamente se estructuran jerárquicamente, permitiendo incluso la participación de laicos.
Este punto es fundamental, ya que transformó profundamente las reglas del poder dentro del Vaticano y de la Iglesia a nivel mundial. Esto podría influir incluso en la elección de su sucesor, dado que incrementó el número de cardenales en regiones del mundo de forma proporcional a la cantidad de fieles, promoviendo así una mayor representatividad.
Por último, fue un Papa que enfrentó los retos del mundo posmoderno, en el que las redes sociales son parte fundamental en la construcción de creencias e identidades; un mundo globalizado que experimenta tendencias hacia el proteccionismo, y unas juventudes que se alejan cada vez más de los valores tradicionales del catolicismo.
Frente a estos desafíos, encontramos a un hombre coherente y lo bastante sabio como para reconocer los temas que dañaban a la Iglesia, lo suficientemente honesto como para aceptar errores del pasado, y con la visión necesaria para tomar acciones al respecto, con el fin de que asuntos como los abusos cometidos por una minoría no siguieran afectando injustamente a toda la institución.
Asimismo, fue un Papa que sostuvo sus posturas aun frente a la resistencia de los sectores eclesiásticos más conservadores. Logró dotar de una voz fresca y acorde con los tiempos actuales a una institución vertical y jerárquica que tiene más de dos mil años de existencia.
Por todo ello, el Papa Francisco fue una figura clave en los grandes debates sociales y políticos de nuestra era. Desde el balcón de la Basílica de San Pedro, alzó la voz contra la desigualdad, defendió la dignidad humana y promovió el diálogo por encima del conflicto. Su legado inspira a seguir construyendo un mundo más justo.
El Papa Francisco fue un líder que trascendió credos y fronteras. Nos recordó, con gestos sencillos y palabras firmes, que la política y la acción pública deben tener como centro a las personas, especialmente a quienes más sufren.
Inspiró a millones —católicos o no— a luchar por un mundo más justo y más humano. Su mensaje sigue vigente: no se puede permanecer al margen frente al dolor, la pobreza o la indiferencia.