En su campaña electoral de 1993, Bill Clinton popularizó una frase que había acuñado un año atrás su consejero James Carville para competir por la Casa Blanca ese año en contra de George W. Bush: “Es la economía, estúpidos”.
Al final, Clinton ganó el pase a su primer periodo presidencial y tomó posesión en medio de una severa crisis económica que no sólo afectaba a Estados Unidos, sino a la región. El timing llevó a Clinton a ser el mandatario estadounidense que firmara el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (que Bush había negociado en gran parte) junto a sus pares, Brian Mulroney de Canadá y Carlos Salinas de Gortari por México.
Treinta años después, el T-MEC, encarnación del TLC, sigue siendo, en cierto modo, una línea de vida para México. Para bien o para mal (según del lado desde el que se vea) el comercio tripartita en la región, bajo esa sociedad que ha detonado una integración en cadenas y consumo, sigue siendo una de las principales razones por las cuales los socios han resistido los embates comerciales de China, Europa y otros paises asiáticos.
Por otro lado, para muchos más que salvavidas, el T-MEC pudiera ser visto como una lápida que pudiera estar evitando un desarrollo sostenible, sobre todo para México, con innovación y mejores oportunidades para todos.
En otras palabras, en esos 30 años, México puso casi todos sus huevos en la canasta estadounidense, destino y origen de la mayor parte de las exportaciones e importaciones del país.
Con todo, el embate comercial de China ha sido impetuoso y, por lo que se ve, efectivo y, en menos de un cuarto de siglo, los datos sugieren que el gigante asiático pasó de tener una participación de 0.64% en el comercio total de México en 2000, a 8.59% en 2024, según Trade Data Monitor. En ese mismo periodo, Canadá pasó de 3.55% a 3.43% y otros (países de Europa, Asia y América Latina), subieron de 9.36% a un impresionante 20.78 por ciento. Estados Unidos, en tanto, disminuyó su participación en el comercio total de México pues en 2000 era de 86.35% y el año pasado se ubicó en 67.2%, más de dos tercios del mercado mexicano.
En estos tiempos en que Donald Trump amenaza un día sí y otro también en imponer aranceles a todos los productos que México vende a su país (por ahora, esta medida está pausada; una enorme espada de Damocles que podría —o no—caer sobre la cerviz comercial mexicana y afectar la economía (entre otros efectos de gran magnitud).
De acuerdo con un análisis de FitchRatings, México, que mes a mes se disputa con China ser el mayor socio comercial de EEUU, es una de las naciones más expuestas a una política arancelaria de Trump. Basados en la participación de las exportaciones en el producto interno bruto, 27.7%, casi la tercera parte de la economía nacional, estaría en riesgo de sufrir si se materializan los aranceles. Con ello, ocupamos el segundo lugar el riesgo, después de Vietnam (cuyas exportaciones equivalen a 30.2% de su PIB), y muy por encima de mercados como Canadá o Taiwán, (18.5% y 14.7%, respectivamente).
Según FitchRatings, países como Japón, Alemania, Italia o Brasil, así como China, la India, Reino Unido, Francia y España tienen una exposición muy baja, del 3.7% de Japón al 1.2% de España.
¿El secreto? Estos mercados tienen economías muy diversificada al exportar sus productos a muchos mercados y depender menos de la exportación de mercancías y mas de servicios, o de industrias como el turismo o la cultura.
¿Qué reto tiene México? Uno enorme. Y es que a pesar de que, como vimos, el pastel del mercado exportador del país genera más rebanadas, los dos tercios que representa EEUU son muchos huevos en esa canasta.
La dependencia comercial con los gringos es una gran vulnerabilidad ante la cual ni Salinas, ni sus sucesores, a la fecha, han sabido contrarrestar.
Ahora, sin hablar siquiera de la amenaza arancelaria de Trump, hay factores que ponen el peligro el modelo exportador de México. Cuestiones como el proteccionismo, la competencia por la inversión extranjera directa, las tensiones comerciales por conflictos regionales y globales… todo conspira para afectar el éxito comercial de los mercados.
Además, ningún líder o diseñador de políticas públicas ha podido empujar una política comercial innovadora, que rompa las inercias y genere una nueva dinámica. Es decir, no hay una visión estratégica que aproveche las nuevas oportunidades que señalan la tecnología o la economía basada en servicios.
Y sobre todo, se va a poner difícil la competencia por inversión extranjera, la cual representa una verdadera inyección para cualquier economía.
En un mundo donde las cadenas de suministro se están reconfigurando y donde la transición energética y la digitalización son prioridades, En ello, México ha quedado rezagado. A pesar de su potencial en energías renovables y su ubicación geográfica privilegiada, el país no ha logrado capitalizar estas ventajas para atraer inversiones en sectores de vanguardia.
Ojalá por ahí surja un Carville mexicano que profiera una frase que ayude a combatir la inercia, que no nos deje seguir nadand de muertitos en el comercio regional, y que movilice al país a mejores nortes.