Entre el humo y el vapor

26 de Diciembre de 2024

Julieta Mendoza
Julieta Mendoza
Profesional en comunicación con más de 20 años de experiencia. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y tiene dos maestrías en Comunicación Política y Pública y en Educación Sistémica. Ha trabajado como conductora, redactora, reportera y comentarista en medios como el Senado de la República y la Secretaría de Educación Pública. Durante 17 años, condujo el noticiero “Antena Radio” en el IMER. Actualmente, también enseña en la Universidad Panamericana y ofrece asesoría en voz e imagen a diversos profesionales.

Entre el humo y el vapor

Julieta Mendoza - columna

Si el mango, la sandía o el melón dulce son tan deliciosos, ¿por qué no venderlos en vapor?
El atractivo de los vapeadores parece centrarse en ofrecer placeres modernos con menos culpa: sabores exóticos, diseño futurista y la promesa de que “no es tan malo como fumar”.

Sin embargo, esta burbuja de vapor chocó contra la fría realidad legislativa en México.
Mientras el tabaco tradicional, con su olor a enfermedad y muerte, seguirá comprándose en cualquier esquina, los vapeadores —la opción que muchos consideran su “mal menor”— son ya considerados como enemigos de la salud pública. Lo riesgoso es que la prohibición de ese vapor podría encender entre los consumidores más fuegos de los que apaga.

El dictamen que prohíbe los cigarrillos electrónicos, los vapeadores y el uso ilícito del fentanilo, además de los precursores químicos asociados, avanzó unánimemente en el Senado. Este dictamen, previamente avalado por la Cámara de Diputados, propone reformar los artículos 4 y 5 de la Constitución y será sometido a la consideración del pleno de la Cámara Alta en los próximos días.

La medida subraya la urgencia de enfrentar los retos de salud pública, pero deja pendiente la tarea de erradicar de raíz tanto las amenazas tradicionales como el tabaquismo, como las más atractivas, representadas por el uso de vapeadores.

Fumar un cigarro tradicional es, desde hace décadas, sinónimo de riesgo comprobado. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de ocho millones de personas mueren al año por enfermedades relacionadas con el tabaquismo, de las cuales 1.2 millones son víctimas del humo de segunda mano.

En cada bocanada, un fumador inhala alrededor de 7,000 sustancias químicas, entre ellas alquitrán, monóxido de carbono y nicotina, que contribuyen a enfermedades como el cáncer de pulmón, enfermedades cardiovasculares y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).

Por otro lado, los vapeadores, que se han posicionado como la “alternativa segura”, representan ya una amenaza emergente.

Aunque no contiene alquitrán ni generan humo, su aerosol contiene compuestos tóxicos como metales pesados, acetaldehído y compuestos orgánicos volátiles.

Un estudio de la revista Journal of the American Heart Association reveló que el uso regular de vapeadores duplica el riesgo de ataques cardíacos, mientras que la Asociación Estadounidense del Pulmón ha identificado efectos adversos en la función pulmonar.

Lo alarmante es que, mientras los cigarrillos tradicionales han perdido popularidad entre las generaciones más jóvenes, los vapeadores han capturado a millones de adolescentes. En Estados Unidos, por ejemplo, más de 2.5 millones de estudiantes de secundaria y preparatoria admitieron haber vapeado regularmente en 2023.

En México, el 14% de los jóvenes de entre 13 y 15 años ya han probado un vapeador, según cifras de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT).

En 2022 ya se había marcado un antecedente en la prohibición de la comercialización de vapeadores y cigarrillos electrónicos. Sin embargo, como suele suceder con productos que generan dependencia, el mercado negro se convirtió en un refugio para estos dispositivos.
Encontrar vapeadores hasta ahora ha sido tan sencillo como recorrer plataformas digitales, tiendas clandestinas o mercados informales.

México no es el único país en erradicar dichos dispositivos. Naciones como India y Brasil también han tomado medidas similares. En estos casos, los gobiernos reconocieron que, aunque los vapeadores pueden parecer menos peligrosos que los cigarrillos tradicionales, no dejan de ser una trampa para las nuevas generaciones de consumidores.

Proteger la salud pública es una prioridad, pero lograrlo exige ir más allá de las limitaciones: requiere educación, prevención y, sobre todo, ofrecer alternativas reales para quienes ya están atrapados entre el humo y el vapor.