Una nueva ola migratoria atraviesa México hacia Estados Unidos. Miles de migrantes, provenientes de Venezuela, Colombia, El Salvador, Guatemala y Honduras, han emprendido su viaje hacia el norte con la esperanza de llegar a territorio estadounidense antes de que Donald Trump asuma su segundo mandato presidencial. Esta ola migrante refleja el miedo y la desesperación de miles de personas que temen enfrentar las políticas restrictivas de Trump a partir del 20 de enero próximo.
Trump, conocido por su retórica antiinmigrante, ha prometido un endurecimiento aún mayor de sus políticas migratorias. Ha anunciado deportaciones masivas, el restablecimiento del programa “Quédate en México” y la reactivación de un muro fronterizo más fuerte. Además, ha dejado claro que su gobierno buscará un control más estricto de la frontera, con la amenaza de la fuerza militar y aranceles a aquellos países que no frenen el flujo migratorio hacia su país. La retórica xenófoba y las medidas drásticas que el republicano ha propuesto alimentan el miedo entre los migrantes, quienes temen ser detenidos y deportados sin proceso alguno.
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Este escenario no sólo afecta a los migrantes, sino también a los mexicanos, ya que nos enfrentamos a un creciente número de personas que atraviesan nuestro territorio en busca de oportunidades en la Unión Americana. Una vez más, México se encuentra entre la espada y la pared: por un lado, las amenazas de Trump para que contenga el flujo migratorio; por el otro, la necesidad de respetar los derechos humanos de las personas en tránsito.
Ante este difícil contexto, la presidenta Claudia Sheinbaum ha señalado la importancia de mantener una buena relación con Estados Unidos, y ha subrayado la necesidad de defender los derechos de los migrantes, sin sacrificar la soberanía nacional. Sheinbaum ha defendido un enfoque humanitario hacia la migración, con programas de desarrollo económico en el sur del país tales como el Corredor Interoceánico, que buscan ofrecer alternativas de empleo y condiciones de vida dignas a las personas que deciden migrar.
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Sin embargo, la realidad política y económica de la relación con Estados Unidos no es tan sencilla. Las amenazas de imponer aranceles a México, de vincular la migración con el comercio y de intervenir en la lucha contra los cárteles de la droga complican aún más la situación. El gobierno mexicano tendrá que negociar con un Trump más radical, y es fundamental que lo haga de forma estratégica, separando los temas migratorios de los comerciales y de seguridad.
A pesar de las presiones, la postura del gobierno mexicano no ha variado: mantener un trato humanitario para los migrantes. Sheinbaum subrayó recientemente que el trato humanitario no debe ser una opción, sino una obligación moral. “No debemos perder de vista que la esencia de la migración está en atender las causas, no solo la contención. Debemos seguir trabajando por los derechos humanos de los migrantes, sin perder de vista el respeto a su dignidad y la búsqueda de alternativas para su bienestar”, declaró.
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El tiempo corre y México debe estar preparado para enfrentar las tensiones migratorias y diplomáticas que el segundo mandato de Trump traerá consigo. Será crucial para el gobierno mexicano seguir defendiendo los derechos humanos de los migrantes, mientras negocia los intereses comerciales y de seguridad del país, sin ceder ante las presiones de un gobierno estadounidense cada vez más hostil hacia quienes lo dejan todo para ir tras una nueva oportunidad.