El valor de vivir en democracia

17 de Diciembre de 2024

Javier Albán
Javier Albán
Coordinador de proyectos para la oficina de Países Andinos en la Fundación Naumann para la Libertad. Profesor e investigador en temas constitucionales y electorales en la Facultad de Derecho de la Universidad del Pacífico. Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. MSc en Política Comparada por el London School of Economics and Political Science.

El valor de vivir en democracia

Fundación Friedrich Naumann

Cuando se discute sobre la utilidad de la democracia, a menudo se la considera algo ya alcanzado, como si estuviéramos en una nueva etapa de la historia, o en el siguiente nivel de un videojuego. Esto implica la idea de que no podemos retroceder más allá de un supuesto límite si las cosas empeoran, una concepción poco convincente que no se corresponde con la realidad actual. De hecho, en los últimos años, hemos visto un retroceso democrático en varias partes del mundo.

A nivel mundial, solo el 13% de la población vive en democracias liberales, si nos atenemos a la definición estricta del término[1]. Un 16% habita en democracias electorales, que, aunque incluyen algunos elementos de las democracias liberales, carecen de otros aspectos esenciales. El 71% restante vive bajo algún tipo de autocracia, ya sea totalitaria o mixta con algunos componentes democráticos. Esta es la falacia de quienes critican la democracia como un modelo ‘fracasado’. ¿Cómo puede haber fracasado algo que aún no se ha completado? En América Latina, solo Costa Rica, Chile y Uruguay cuentan con democracias liberales consolidadas.

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¿Qué implica vivir en una democracia liberal? ¿Cuáles son sus ventajas concretas? Las únicas alternativas reales a las democracias son los regímenes autocráticos, donde el poder está concentrado en una persona o grupo reducido. Las democracias liberales surgieron tras la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, como respuesta al predominio de autocracias o sistemas feudales en el mundo de la época. Lo que comenzamos a construir hace más de 200 años fue un nuevo orden social, donde el poder ya no depende de la voluntad divina ni de la fuerza, sino que reside en el pueblo. En estas democracias, todos somos iguales ante la ley, y las funciones y poderes del Estado se limitan mediante una Constitución.

No existe un único concepto de lo que significa vivir en democracia, pero una de las definiciones más citadas es la de Robert Dahl, quien señala seis elementos esenciales: autoridades electas, elecciones limpias, libres y frecuentes, libertad de expresión, libertad de prensa, libertad de asociación, y ciudadanía inclusiva[2]. Otra definición popular es la de Winston Churchill, quien en un discurso de 1947 dijo que la democracia es “la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás que han sido antes probadas”.

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Aunque la democracia no es perfecta, es preferible a las alternativas. En ella, pueden coexistir partidos de distintas ideologías, hay un menor riesgo de guerras[3], y, según el Índice de Libertad Humana de los Institutos Fraser y Cato, existe una correlación positiva entre democracia y libertad individual. Probablemente la mayoría de las personas elegiría vivir en una democracia consolidada si pudieran decidir. Sin embargo, siempre es crucial seguir mejorando lo que ya existe. Antes de considerar retornar a un modelo de poder concentrado, que tantas veces ha fracasado a lo largo de nuestra historia, debemos preguntarnos cómo continuar consolidando los avances democráticos que hemos logrado.

[1] Informe V-Dem, 2024: https://www.v-dem.net/documents/43/v-dem_dr2024_lowres.pdf

[2] Dahl, R. 1998. Sobre la democracia.

[3] Ray, J. 1998. Does Democracy Cause Peace? Annual Review of Political Science.