¿Qué será del futuro de México? Tal vez ya ni siquiera hace falta hablar de Teuchitlán, esa realidad aterradora, casi innombrable, que últimamente atiborra todos los titulares y de la que, personalmente, prefiero no hablar por paz mental.
Cuando digo que nuestra sociedad ha llegado a un nivel de degradación e indiferencia alarmante para la juventud, me refiero a que la seguridad ya es una incógnita incluso dentro de las escuelas.
La semana pasada ocurrieron dos casos que no sólo ponen en evidencia los riesgos dentro de los planteles, sino que también exponen la indolencia con que operan las autoridades escolares. Uno en una institución privada, otro en una pública; ambos con la misma conclusión: callar, encubrir y omitir.
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El primero es el caso de Rudy, un estudiante de Tecmilenio Monterrey, quien denunció haber sido víctima de abuso sexual a manos de cinco compañeros. Según el testimonio de su madre, al defenderse de la agresión, Rudy fue suspendido por la institución en lugar de recibir apoyo. La escuela, más preocupada por “evitar un escándalo”, prefirió equiparar víctima y agresores con la misma sanción antes que asumir responsabilidad.
El silencio fue la única respuesta de Tecmilenio hasta que la presión social se hizo insostenible: alumnos del plantel se manifestaron exigiendo justicia, y la historia se viralizó en redes. En un comunicado, la institución aseguró estar investigando el caso con “estricto apego a sus protocolos”, pero la pregunta es inevitable: si nadie hubiera hecho ruido, ¿habría existido siquiera una investigación?
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Por otra parte, en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán de la UNAM, un estudiante llamado Humberto fue atropellado dentro de las instalaciones de la universidad y quedó gravemente herido. Mientras su familia pedía información y apoyo, la universidad no emitió ningún comunicado. Al contrario, estudiantes denunciaron que, en los grupos oficiales de la FES Acatlán, se eliminaban publicaciones sobre el tema.
Es decir, su prioridad no fue investigar o garantizar la seguridad dentro del campus, sino censurar la conversación.
A pesar de la gravedad del incidente, la UNAM ha preferido hacer oídos sordos de la situación en un intento de contener la crisis que resulta ofensivo.
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Los patrones en ambos casos son los mismos: las instituciones educativas actúan como si su responsabilidad terminara en la administración de los edificios. ¿Los estudiantes? Solo son cifras en la matrícula. Y es aquí donde surge la duda: ¿por qué estas omisiones se repiten tanto?
En el caso de Rudy, las preguntas son muchas: ¿había nexos familiares de los agresores con la institución? ¿Se buscaba proteger la imagen de la escuela a toda costa? No sería la primera vez que una universidad opta por tapar un caso grave para evitar un escándalo.
Por su parte, aunque en FES Acatlán el conductor ya fue identificado y procesado, la indiferencia de la institución sigue siendo la misma. Hasta ahora, la facultad ha guardado silencio, sin un solo pronunciamiento sobre lo sucedido.
Y al final, si Tecmilenio y la UNAM tienen algo en común, es que ambas se refugiaron en el silencio. Porque callar es más fácil que actuar.
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Es un patrón que se repite una y otra vez en escuelas de todo el país. ¿Cuántos otros Rudy han sido revictimizados? ¿Cuántos otros Humberto han sufrido accidentes sin recibir respuestas? Peor aún: ¿cuántos casos nunca llegan a los medios porque nadie se atreve a denunciar?
Y es que esta desatención no afecta sólo a los alumnos, sino incluso a la docencia: esta semana, un profesor de francés fue apuñalado por un estudiante en CCH Naucalpan, también de la UNAM. Si bien, la víctima se encuentra de peligro, este hecho nos deja preguntándonos qué garantías hay sobre la seguridad en las escuelas.
El problema no es la falta de protocolos, sino la falta de voluntad para aplicarlos cuando realmente importa. Las escuelas no pueden ser cómplices de la impunidad. No pueden seguir priorizando su imagen por encima de la seguridad de su comunidad. No pueden seguir callando.
Porque el silencio, tarde o temprano, siempre habla.