De ser un economista respetado, Rogelio Ramírez de la O terminó atrapado en la intrincada política del gobierno de López Obrador y la presidencia de Sheinbaum. Con desaires y fricciones constantes, su salida del cargo parece inminente, mientras lucha por mantener su relevancia en un entorno cada vez más hostil
1ER. TIEMPO: El que nunca quiso. Durante casi 20 años, Rogelio Ramírez de la O acompañó a Andrés Manuel López Obrador en sus desventuras y en el poder. Fue su asesor económico durante la campaña presidencial de 2006 y secretario de Hacienda en el llamado “gobierno legítimo”, inventado por López Obrador para evitar su desvanecimiento público ante la derrota en las elecciones presidenciales con Felipe Calderón. El “gobierno legítimo” se convirtió rápidamente en una burla colectiva, de la cual se escapó Ramírez de la O, quien había construido por décadas un prestigio como economista serio. Fue uno de los pocos que anticipó las crisis económicas de los 80 y que previó el colapso de la economía mexicana a finales de 1994. Fundador de la consultoría Ecanal, especializada en análisis macroeconómico, Ramírez de la O combinó sus asesorías a inversionistas en Estados Unidos y México con artículos semanales en el periódico El Universal, donde se ganó respeto no sólo profesional sino personal, por su trato amable, suave y respetuoso. López Obrador lo volteó a ver desde los 90 por su trabajo analítico y se acercó a él cuando decidió lanzarse por la Presidencia a principios de este siglo. Tras la derrota en 2006 volvió a lanzarse en 2012, cuando por primera vez expresó públicamente su deseo que Ramírez de la O se convirtiera en su secretario de Hacienda en caso de triunfar en las elecciones. No las ganó, pero tampoco Ramírez de la O hubiera sido su secretario, pues su principal interés estaba en mantener el prestigio y respetabilidad de Ecanal. Fue la misma razón por la cual declinó la cartera cuando López Obrador ganó la Presidencia en 2018, por lo que optó por quien lo había acompañado en el gobierno de la Ciudad de México, Carlos Urzúa. Al renunciar por diferendos con el presidente, Ramírez de la O volvió a rechazarle que no aceptaba la Secretaría de Hacienda, en donde nombró a Arturo Herrera, brazo derecho de Urzúa. Ninguno de los dos se acomodó con él, y en la última parte del sexenio, finalmente aceptó el cargo Ramírez de la O, porque, como comentó alguna vez en privado, ya no podría volver a rechazarlo por tercera vez. Dejaría en manos de su hermano y su hija la consultora y acompañaría a López Obrador en la última parte de su sexenio. Ramírez de la O fue el único que aguantó al presidente, pero también fue el único al que respetó. Fue muy difícil el equilibrio en el último año, porque tuvo que abrir la llave presupuestal, romper el equilibrio macroeconómico y darle el dinero que necesitaba para comprar votos y ganar la elección presidencial, dejando la economía detenida con saliva.
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2DO. TIEMPO: No le cumplieron los compromisos. Para que Claudia Sheinbaum ganara la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador abrió la llave del dinero a los programas sociales y aceleró la construcción de sus megaproyectos. Arrasó Sheinbaum pero con un enorme costo, 6% de déficit fiscal y con el incremento más alto en la historia de endeudamiento, para alcanzar 16.6 billones de pesos. Sheinbaum no tenía a nadie en su equipo que pudiera tomar las riendas de Hacienda en esas condiciones, y acordó con López Obrador que Ramírez de la O sería uno de los secretarios transexenales. Ramírez de la O no quería, pero López Obrador lo presionó. Que aceptara, le dijo, y que manejara la Secretaría 15 días en su despacho en Palacio Nacional, y otros 15 desde su rancho en Phoenix, donde le gusta montar sus caballos, o desde San Francisco, donde trabaja su esposa en uno de los gigantes digitales. La propuesta era un absurdo, pero accedió a platicar con la presidenta electa. Se quedaría a manejar la transición en Hacienda, pero solo 100 días, lo que si bien aceptó en principio Sheinbaum, se convirtió en un plazo de un año. Ramírez de la O accedió con exigencias claras: que le permitiera despedir al subsecretario Gabriel Yorio, que no era de su equipo, porque se estuvo promoviendo para Pemex, primero, y luego para un puesto en el Banco Interamericano de Desarrollo, sin su autorización. Quería decidir quién iría a Pemex y tomar las decisiones para rescatarlo financieramente. Finalmente, que aceptara un déficit fiscal de 3% en el presupuesto, porque esa sería la única forma de poder enfrentar una situación que veía catastrófica, por el enorme gasto que hizo López Obrador sin importarle dejar una bomba de profundidad a su sucesora. A todo le dijo que sí, pero no tal cual como lo quería. Le permitió despedir —pedir la renuncia– a Yorio, pero no pudo nombrar al subsecretario de ramo que deseaba, teniendo que aceptar a Édgar Amador como el subsecretario de Hacienda. Su candidato a director de Pemex no fue el que él quería, sino el que Sheinbaum le puso, Víctor Rodríguez Padilla, un nacionalista de la vieja guardia opuesto a la visión de modernización que tenía Ramírez de la O, pero amigo y colega de la presidenta desde hace más de dos décadas en la UNAM. El déficit fiscal no terminó en el número que planteó, sino en 3.9 por ciento. El año como secretario tampoco está seguro. En el equipo de Sheinbaum comenzaron la guerra contra Ramírez de la O para forzarlo a renunciar. No se sabe cuánto más durará, pero su salida está cantada. Lo único que falta por definir es la fecha de la renuncia.
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3ER. TIEMPO: Cayó pronto de la gracia. Las últimas semanas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador fueron muy difíciles para Rogelio Ramírez de la O, el secretario de Hacienda transexenal que no estaba ni en un lado ni en otro, porque la presidenta electa prácticamente no hablaba con él. En vísperas de la nueva administración, Claudia Sheinbaum le colocó un par de cuñas. Primero puso como su enlace e interlocutora a Luz Elena González, a quien designó secretaria de Energía, y luego nombró a Bertha Gómez en la subsecretaría de Egresos. Las dos habían trabajado con Sheinbaum en la Secretaría de Finanzas de la Ciudad de México, y se metieron a revisar el presupuesto que estaba alistando. González, a quien está preparando Sheinbaum para sustituir a Ramírez de la O, comenzó a tener diferencias con respecto al presupuesto, que se volvieron fricciones, y finalmente un enfrentamiento sordo dentro del gabinete. Gómez fue quien vio personalmente con Sheinbaum los detalles de los recortes y las asignaciones del presupuesto, saltándose a Ramírez de la O de esa tarea y responsabilidad, que llevaron a erratas en el paquete, como haberle quitado casi 11 mil millones de pesos a las universidades públicas, y recortado significativamente presupuesto a las áreas de seguridad, que tuvo que enmendar el Congreso. Sheinbaum tampoco lo incorporó en su comitiva en la cumbre del G20 en Río de Janeiro, donde se encontraron las economías más ricas del mundo, y en su lugar llevó a González, que además dejó como su representante ante los líderes cuando tuvo que adelantar su regreso a México para estar a tiempo en el desfile del 20 de noviembre. Los desaires que ha recibido se han ido incrementando, de manera proporcional a los trascendidos de que la presidenta le perdió toda la confianza, prácticamente ya no habla con ella. González, que tampoco lo dejó meter las narices en Pemex, al ser Energía la cabeza del sector, es quien está acumulando más poder en el gabinete económico, y mientras hace críticas contra él que cada vez son menos privadas, está diciendo que en enero lo sustituirá. Si ella sabe la fecha o no, que venga de su boca el tiempo que le queda a Ramírez de la O en el gobierno, es igual para efectos prácticos, al generar confusión e incertidumbre entre los agentes económicos, porque ya no existe un interlocutor válido, sino dos, quien tiene el encargo formal, y quien lo tiene real. Ramírez de la O no se acongoja. Con López Obrador decía, cada vez que tenía una ocurrencia, que ya le faltaba poco tiempo en el gobierno. Lo mismo debe pensar ahora, pero sobre su futuro, alargado contra su voluntad y peor aún, enfrentando condiciones hostiles en un gobierno al que originalmente le pidieron ayudar.