Aunque no hay mal que dure cien años, el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca reabre una etapa de incertidumbre en las relaciones entre México y Estados Unidos. Tras la administración de Joe Biden, que permitió una cierta estabilidad y cooperación en temas clave como migración y comercio, el regreso de Trump promete alterar este escenario. Las primeras señales de su política exterior sugieren un enfoque más agresivo en varias áreas, lo que pondrá a prueba la capacidad de México para gestionar los retos diplomáticos, comerciales y de seguridad que se avecinan.
En el plano migratorio, el retorno de Trump no promete cambios positivos para México. Durante su primer mandato, el exmandatario mostró una postura implacable en contra de la inmigración, especialmente la proveniente de América Latina. Entre sus medidas más controvertidas estuvieron la construcción del muro fronterizo y la implementación de políticas de detención y deportación masivas. Si bien algunos esperaban que estos enfoques se moderaran con el tiempo, su regreso parece traer consigo una reactivación de estos planes, lo que podría tener implicaciones serias no sólo para los migrantes, sino también para la seguridad en la frontera sur de México, que ya enfrenta constantes desafíos. En este contexto, el gobierno de Claudia Sheinbaum tendrá que lidiar con una administración estadounidense que ve la migración más como un problema que como una oportunidad de colaboración.
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Pero los retos no se limitan a la migración. Otro tema clave será el comercio. Durante su primer mandato, Trump cuestionó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y lo reemplazó por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), un acuerdo que ya enfrentó varias renegociaciones bajo presión de Washington. En su segundo mandato, es probable que Trump busque nuevas oportunidades para modificar el T-MEC a favor de los intereses estadounidenses, lo que pondría a México en una posición delicada. En este sentido, la administración mexicana necesitará una estrategia firme para defender sus intereses económicos y evitar que las nuevas demandas comerciales afecten negativamente a sectores clave de la economía nacional.
Otro aspecto crucial será la seguridad en la frontera. Trump ha sido claro en su enfoque de “ley y orden”, y su postura hacia la seguridad podría significar un endurecimiento de las medidas para combatir el narcotráfico y el crimen organizado, especialmente en las zonas limítrofes. México, por su parte, debe equilibrar la cooperación con Estados Unidos en estos temas, sin que ello implique una vulneración de su soberanía o un debilitamiento de su propia estrategia de seguridad. El desafío será encontrar un punto medio entre colaborar en temas de seguridad y mantener una postura autónoma frente a las presiones de un vecino que ya ha demostrado ser menos comprensivo en cuestiones que afectan la política interna de México.
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A nivel diplomático, la toma de posesión de Trump podría reflejar la distancia creciente entre ambos países. A diferencia de otros líderes latinoamericanos que buscan aprovechar la cercanía con Washington para fortalecer sus relaciones bilaterales, México no envía a ningún representante de alto nivel a la ceremonia. Esta decisión refleja la cautela con la que el gobierno mexicano se aproxima al regreso de Trump, consciente de que la diplomacia podría verse opacada por la necesidad de gestionar una relación bilateral marcada por la confrontación.