El químico

13 de Enero de 2025

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El químico

js zolliker

Casi desde siempre, su familia y amigos lo apodaron “El Químico”. Desde que recibió un juego de química Mi Alegría como regalo de Reyes, desarrolló una pasión por dicha ciencia. Nunca dudó qué estudiaría, pero fue al platicar con su abuelo, al salir de la preparatoria, cuando decidió enfocar sus esfuerzos hacia la química farmacobiológica. “No te faltará trabajo, pues lo mismo puedes chambear en la academia, en hospitales, laboratorios o en la industria de alimentos o farmacéutica”, le dijo su abuelo.

Alberto, “El Químico”, disfrutó plenamente su periodo universitario. Estudió con tanto ahínco que se graduó como el mejor promedio de su generación, a pesar de dividir su tiempo entre las exigentes materias y un trabajo como encargado de almacén en una farmacia de cadena. Tras titularse, ingresó como Coordinador de Asuntos Regulatorios de Medicamentos y Biotecnológicos en una planta de producción perteneciente a una farmacéutica trasnacional.

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Un martes por la mañana, desapareció camino a su trabajo. Al parecer, interceptaron su coche, que apareció ese mismo día cerca de un cuartel de la Guardia Nacional. Dentro encontraron su teléfono celular. Su familia lo buscó incansablemente, pero, tres meses después, su cuerpo fue localizado maniatado y con dos disparos en la cabeza. Según el forense, no llevaba más de cuarenta y ocho horas de fallecido.

›El crimen fue orquestado por un grupo delictivo de la entidad donde vivía. A través de uno de los vigilantes de la planta donde trabajaba, intentaron reclutarlo para que colaborara con ellos. Competían contra otros grupos y querían fabricar localmente precursores químicos como el 4-ANPP. Las nuevas regulaciones dificultaban la importación de estos compuestos desde China, pero eran fundamentales para “cocinar” fentanilo ilegal que luego sería mezclado con medicamentos falsificados y exportado a los Estados Unidos.

“El Químico” se negó, incluso cuando le ofrecieron el triple de su salario. Creyó haber convencido al vigilante y, a través de este, a los líderes del grupo de que la fabricación sería extremadamente compleja. Les explicó que requería un laboratorio formal y bien equipado, meses de trabajo y acceso a compuestos químicos e industriales difíciles de conseguir. Pero ellos no se dieron por vencidos.

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Cuando se negó a colaborar, lo secuestraron. Lo obligaron a trabajar bajo amenaza de asesinar a toda su familia si intentaba huir o no cumplía con su objetivo en tres meses. Lo sometieron a jornadas extenuantes, encerrándolo cada noche en una habitación sin ventanas que cerraban con llave. Sin embargo, siempre le proporcionaron comida, alcohol y cigarrillos. A pesar de sus tentaciones de envenenarlos, logró completar la tarea dos días antes del plazo.

Cuando terminó, le dijeron que lo llevarían de regreso a casa. Sin embargo, lo subieron a una camioneta y, en un paraje ejidal, lo asesinaron. Para ellos, ya no era útil y no querían correr el riesgo de que compartiera su “receta” con nadie más. Su madre y su abuelo tuvieron que reconocer su cuerpo. “Maldita la hora en que le dije que estudiara eso”, se lamentará don Luis hasta que, en unos años, caiga muerto de un corazón roto y viejo.

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