Con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, como el 47º presidente de los Estados Unidos, el mundo se prepara para un periodo marcado por su peculiar visión de la política internacional, moldeada por una mezcla de populismo, nacionalismo y un enfoque unilateral que ya vimos en su primer mandato. Trump, que se ha reinventado después de una serie de escándalos y juicios, llega con más fuerza y experiencia, dispuesto a imponer su agenda no solo a nivel doméstico, sino también en el ámbito internacional.
Su visión para el mundo es clara: una América centrada en sí misma, donde las alianzas y compromisos históricos se ponen en tela de juicio. Su retórica sobre la política exterior es más aislacionista, y su enfoque hacia países como México, que ha sido objeto de su crítica en temas de comercio e inmigración, es especialmente relevante.
Con su promesa de implementar el programa de deportación masiva más grande de la historia y de construir un muro aún más robusto en la frontera, Trump tiene la intención de reforzar su agenda antiinmigración. Esto podría generar tensiones significativas con México, un socio comercial crucial y un vecino que ha lidiado con la percepción negativa que Trump ha promovido sobre la inmigración.
Además, el combate al tráfico de fentanilo y otras drogas que, según Trump, inundan las calles estadounidenses, marcará su política hacia México. La presión sobre el gobierno mexicano para que tome medidas más contundentes contra los cárteles de las drogas probablemente tensione las relaciones bilaterales, que ya han estado marcadas por desconfianza y acusaciones mutuas. La idea de un “México responsable” en la lucha contra el narcotráfico se intensificará, lo que podría resultar en una militarización de la frontera y una diplomacia más agresiva.
La política comercial también será un factor de fricción. Su intención de imponer aranceles de hasta el 20% sobre bienes extranjeros y su enfoque proteccionista generan preocupación sobre el futuro del tratado de libre comercio entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC). La economía mexicana, que depende en gran medida de las exportaciones hacia Estados Unidos, podría verse afectada si Trump decide seguir adelante con su agenda de comercio punitivo.
Donald Trump ha expresado también su deseo de reestructurar la burocracia federal y rodearse de leales, lo que podría llevar a una mayor polarización y resistencia dentro del país y en sus relaciones internacionales. Su deseo de debilitar compromisos previos, como el apoyo a la OTAN o el acuerdo climático de París, podría repercutir negativamente en el liderazgo global de Estados Unidos y su capacidad para actuar como mediador en conflictos internacionales.
Con la llegada de Trump a un segundo mandato, el mundo debe prepararse para un período en el que la estrategia de “Estados Unidos primero” prevalecerá, y donde las normas y reglas del orden internacional serán desafiadas. El riesgo de un conflicto comercial prolongado y de un debilitamiento de las alianzas tradicionales es alto, mientras que su cercanía a líderes autoritarios como Vladímir Putin podría complicar aún más la dinámica global.
Lo que queda por ver es si, en su intento de dejar de ser un “aprendiz” de la política, Donald Trump logra traducir su visión unilateral en una estrategia efectiva que beneficie tanto a su país como al resto del mundo. La era de un Trump reloaded se asoma y, con ella, la necesidad de que los líderes globales se adapten a un nuevo y complejo panorama geopolítico lleno de sorpresas.