Irán es desde hace décadas un campo de batalla entre el autoritarismo teocrático y las aspiraciones de libertad de su pueblo. En el centro de esta lucha se encuentran las mujeres, cuya vida está regida por estrictas normas legales y sociales. Obligadas a usar velo y sometidas a vigilancia constante, estas reglas no son solo prácticas religiosas, sino herramientas de control político que limitan sus derechos básicos.
El presidente electo, Masoud Pezeshkian, prometió durante su campaña reducir la interferencia de la Policía de la Moral, especialmente en la aplicación del código de vestimenta. Sin embargo, desde que asumió el cargo, no ha cumplido esta promesa. Por el contrario, su lealtad al ayatolá Alí Jamenei y a los sectores conservadores del régimen evidencia que no desafiará el statu quo.
En 2022, la muerte de Mahsa Amini, arrestada por mostrar un mechón de cabello bajo su velo, desató una ola de protestas bajo el lema “Mujer, Vida, Libertad”. Este movimiento sacudió al régimen y unió a una sociedad exhausta tras años de represión. La respuesta gubernamental fue feroz: cientos de muertos, miles de detenciones y una ofensiva contra periodistas como Nilufar Hamedi y Elahe Mohammadi, encarceladas por reportar el caso. Ambas fueron condenadas a cinco años de prisión, un recordatorio de que en Irán la verdad también es perseguida.
A pesar de la brutal represión, las mujeres iraníes han convertido su dolor en acción. Dentro y fuera del país, desafiaron al régimen con manifestaciones, discursos y un activismo dentro y fuera del país.
Una de las figuras más emblemáticas de esta resistencia es Narges Mohammadi, periodista y activista, encarcelada por su lucha en favor de los derechos humanos y contra la pena de muerte. Condenada a 12 años de prisión y 154 latigazos, desde la cárcel sigue alzando su voz contra la opresión. En 2023, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, aunque no pudo recibirlo debido a su reclusión. Su valentía simboliza el espíritu indomable de las mujeres iraníes.
Otra historia que inspira es la de Kiana Malek, quien hace ocho años encontró refugio en Uruguay. Desde el exilio, ha transformado su dolor en una plataforma para defender la libertad, mostrando al mundo que incluso en la distancia, su voz se alza por quienes no pueden. Kiana describe su vida en Irán como una lucha constante contra imposiciones que contradicen los principios básicos de los derechos humanos. Para ella, en Irán se distorsiona la identidad persa para justificar la opresión. En su nueva vida, ha encontrado no solo libertad, sino una perspectiva renovada para continuar la causa de las mujeres iraníes.
En Irán, millones de mujeres y niñas viven bajo constante vigilancia y castigo. Ante esta realidad, el feminismo debe aliarse con los principios liberales, que abogan por la autonomía personal, la igualdad ante la ley y la dignidad individual, en contraposición a un régimen que utiliza la religión y el poder estatal como herramientas de opresión. La libertad no es un concepto abstracto; es un requisito esencial para sociedades en las que las mujeres puedan vivir en libertad, sin miedo ni coerción.
El grito de libertad de las mujeres iraníes no es solo suyo: es un llamado universal. Es un recordatorio de que la libertad y la dignidad son derechos que trascienden fronteras y culturas. Al sumarnos a su lucha, reafirmamos nuestro compromiso con un mundo donde prevalezcan la igualdad y la justicia.