El Golfo de México: una decisión de nombre que borra la historia

13 de Enero de 2025

Pablo Reinah
Pablo Reinah
Periodista con 28 años de experiencia en televisión, radio y medios impresos. Ganador del Premio Nacional de Periodismo 2001, ha trabajado en Televisa, Grupo Imagen y actualmente conduce el noticiero meridiano en UNOTV. Ha colaborado en medios como Más por Más, Excélsior y Newsweek. Es autor del libro El Caso Florence Cassez, mi testimonio y asesor en medios de comunicación.

El Golfo de México: una decisión de nombre que borra la historia

Pablo Reinah columnista

Como si estuviera siempre en campaña, Donald Trump ha demostrado, a lo largo de su carrera política, una fascinación por desmantelar lo que para muchos son símbolos históricos, culturales e incluso geográficos. Su reciente propuesta de cambiar el nombre del Golfo de México, esa vasta extensión de agua que conecta a México, Estados Unidos y varios países del Caribe, no es una mera anécdota aislada. Es una provocación cargada de ignorancia histórica y una muestra más de su afán por imponer su narrativa personal, sin importar las consecuencias ni la falta de lógica que la respalde.

Este intento de cambiar el nombre del Golfo de México y llamarlo “Golfo de América” es un reflejo claro de su visión estrecha y supremacista. En primer lugar, el nombre actual no es solo un marcador geográfico, sino también un testimonio de siglos de historia compartida, de exploraciones, de culturas que se cruzaron y de un pasado que no puede ser ignorado ni borrado por la voluntad de un solo hombre. El Golfo de México no solo es territorio de Estados Unidos, como sugiere Trump al querer apropiarse de su nombre; es, ante todo, un bien común de todos los pueblos que lo rodean: de México, de Cuba, de Centroamérica. Y no es casualidad que haya sido llamado así durante siglos, en un ejercicio de reconocimiento de las naciones que lo habitan y lo han cuidado a lo largo del tiempo.

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El nombre de “Golfo de México” tiene un sentido profundo que va más allá de una simple etiqueta geográfica. Es una forma de recordar que el destino de las naciones que lo rodean está entrelazado. Renombrarlo según el capricho de un político estadounidense resulta una forma peligrosa de reescribir la historia. Al hacerlo, Trump no solo despoja a México de una parte significativa de su identidad, sino que también desvirtúa la importancia de los pueblos que, desde tiempos precolombinos, han tenido una relación estrecha con este cuerpo de agua. ¿Qué ganaría el mundo con un nombre nuevo, si el nombre actual ya cuenta con una carga simbólica inmensa?

El Golfo de México, en su forma histórica y geográfica, ha sido testigo de grandes batallas, de acuerdos diplomáticos, de avances científicos, de conexiones entre culturas y pueblos que no siempre fueron amigos, pero que compartieron un destino común. Y lo más importante: ese nombre tiene una fuerte conexión con la identidad nacional de México, un país que ha sufrido invasiones, despojos y que, finalmente, ha sabido conservar su riqueza cultural a pesar de los embates externos.

El cambio de nombre propuesto por Trump no es solo un asunto de terminología, sino una muestra más de su indiferencia hacia las naciones vecinas. Al querer apropiarse de algo que no le pertenece, el expresidente parece ignorar las lecciones de la historia, como si su visión particular de “América” pudiera ser impuesta sobre las realidades geográficas y culturales que han existido mucho antes que él y su administración.

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Y lo más irónico de todo es que la propuesta de Trump refleja una mentalidad obsoleta, casi colonial, en la que la apropiación de territorios y de símbolos sirve para reafirmar una supuesta superioridad. Si de algo ha servido el siglo XXI es para derribar esas viejas concepciones y avanzar hacia un entendimiento más respetuoso y cooperativo entre los pueblos.

A pesar de las provocaciones de Trump, es vital recordar que los nombres tienen un poder simbólico que no puede ser borrado por una firma en un papel. El Golfo de México continuará siendo lo que ha sido por siglos: un espacio de convivencia, de intercambios y de historia compartida. Quizás lo que más teme Trump es precisamente esa historia que no puede modificar a su antojo.

La propuesta de cambiar el nombre del Golfo no es solo un acto de arbitrariedad; es una llamada de atención para que no olvidemos lo que representa ese mar para las naciones que lo comparten. En un mundo que parece estar perdiendo la capacidad de reconocer la historia en sus verdaderos términos, el Golfo de México seguirá siendo el testigo mudo de nuestras historias, con su nombre intacto, y será siempre un recordatorio de lo que es realmente importante: el respeto mutuo entre países, culturas y pueblos. Al final, lo único que Trump no podrá cambiar es la realidad: el Golfo de México será siempre, y por siempre, parte de una memoria colectiva mucho más grande que cualquier intento de borrar lo que somos.