A lo largo de la historia, el progreso económico y social ha estado acompañado por el despertar de la base trabajadora. En economías estancadas, donde la prioridad es simplemente mantener el status quo, las movilizaciones laborales son mínimas, y las demandas por mejores condiciones suelen quedar relegadas.
Sin embargo, cuando un país, una región o una industria comienza a experimentar un cambio estructural y un aumento en las oportunidades de empleo de calidad, la clase trabajadora despierta. Aparecen nuevas exigencias, crece la organización sindical, y se generan tensiones entre los sectores que buscan modernizar el modelo laboral y aquellos que desean conservar sus privilegios en el sistema anterior.
Este despertar es un síntoma de mayor libertad, justicia social y conciencia de los derechos laborales, pero también puede convertirse en un terreno fértil para la manipulación de grupos de poder que buscan frenar el cambio.
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La transformación del empleo siempre ha sido un proceso complejo, lleno de oportunidades, pero también de resistencias. La clave del éxito radica en cómo se gestiona este despertar para que se traduzca en progreso real y no en un obstáculo para el desarrollo.
El despertar de la base trabajadora no es un fenómeno nuevo. Se ha observado en distintas épocas y regiones que, cuando las condiciones de vida son precarias y la expectativa de cambio es baja, la movilización social es mínima. Pero cuando emergen nuevas oportunidades, industrias mejor pagadas y capacitación laboral, los trabajadores comienzan a reorganizarse y exigir mejoras.
Algunos ejemplos históricos incluyen la Revolución Industrial, donde los primeros años de la industrialización en Europa fueron marcados por la aceptación de condiciones laborales extremadamente precarias sin mayor resistencia. Sin embargo, cuando las industrias crecieron y las oportunidades se diversificaron, los obreros comenzaron a organizarse y exigir mejores condiciones, dando origen a los primeros sindicatos modernos.
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Un caso similar ocurrió en Estados Unidos durante la Gran Depresión. En esa época, la prioridad era mantener el empleo a cualquier costo. Sin embargo, cuando el gobierno de Franklin D. Roosevelt implementó el New Deal y surgieron oportunidades de empleo más dignas, la base trabajadora se movilizó para consolidar estos derechos, impulsando el crecimiento del sindicalismo industrial.
Otro caso emblemático fue la transformación industrial de Corea del Sur. Al iniciar su transición de una economía basada en manufactura de bajo valor agregado a una enfocada en la alta tecnología, los trabajadores comenzaron a exigir mejores salarios y condiciones. Aunque en su momento esto generó conflictos entre el gobierno, las empresas y los sindicatos, con el tiempo, estas movilizaciones ayudaron a consolidar una de las fuerzas laborales mejor remuneradas y calificadas del mundo.
Estos ejemplos muestran que la movilización laboral no es un obstáculo para el desarrollo, sino un síntoma natural del progreso. Sin embargo, cuando este despertar es manipulado por actores con intereses distintos a la mejora real de los trabajadores, puede convertirse en un arma de resistencia contra el cambio.
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En economías donde el status quo laboral se ha mantenido durante largos periodos, los trabajadores tienden a priorizar la estabilidad sobre el crecimiento. En estos casos, la movilización social es baja porque la prioridad es preservar lo poco que se tiene en lugar de arriesgarse a perderlo en un intento por mejorar.
Pero cuando un gobierno o una industria implementa cambios estructurales —como la llegada de nuevas inversiones, la modernización de sectores estratégicos o la implementación de mejores regulaciones laborales—, la reacción natural es un despertar de la base trabajadora.
Este despertar tiene dos efectos principales: un aumento en la autoestima económica de los trabajadores, quienes ven nuevas oportunidades de crecimiento y comienzan a exigir mejores condiciones, y un incremento en la organización laboral y la movilización social, impulsando cambios que buscan consolidar los avances en la estructura del empleo.
Este fenómeno ha sido clave en la evolución de los mercados de trabajo modernos, pero también ha generado oportunidades para que ciertos actores manipulen el proceso y lo conviertan en un obstáculo para la modernización.
El despertar de la base trabajadora no solo es un síntoma de progreso, sino también una oportunidad para que grupos de poder intenten frenar o desviar el proceso de transformación económica.
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Algunas estrategias comunes utilizadas por las fuerzas de resistencia al cambio incluyen la promoción de exigencias imposibles, donde en lugar de negociar mejoras dentro de un marco realista, ciertos grupos promueven demandas inalcanzables con el objetivo de generar frustración y deslegitimar el proceso de modernización; la generación de conflictos artificiales, a través de huelgas, bloqueos o movilizaciones sin fundamentos sólidos que buscan proyectar una imagen de crisis laboral para frenar los cambios; y la desinformación sobre las reformas económicas, donde se difunden mensajes alarmistas sobre la llegada de nuevas industrias, asegurando que estas generarán desempleo masivo o peores condiciones laborales, cuando en realidad las reformas están diseñadas para elevar los estándares laborales.
Cuando estos elementos se combinan, el resultado es un estancamiento artificial, donde los trabajadores, en lugar de consolidar avances, terminan siendo utilizados para preservar el sistema que originalmente los mantenía en condiciones de precariedad.
Los gobiernos y sectores productivos deben comprender que el despertar de la base trabajadora es inevitable en cualquier proceso de modernización. La clave no está en evitar la movilización, sino en canalizarla de manera efectiva para que resulte en mejoras reales para los trabajadores y la economía.
Esto implica incluir a los trabajadores en la planificación de los cambios laborales, establecer mecanismos de diálogo que permitan canalizar las demandas de manera ordenada y evitar la polarización del discurso laboral, identificando claramente qué demandas son legítimas y cuáles son promovidas para frenar el avance. La clave del éxito en cualquier transformación económica es lograr que el despertar laboral se traduzca en progreso, y no en un arma política para preservar el status quo.
El reto en estos escenarios, es asegurar que este despertar se traduzca en mejores empleos y mayor competitividad, sin permitir que las fuerzas de resistencia desvíen el proceso hacia la parálisis económica. Si la historia nos ha enseñado algo, es que el progreso y la movilización laboral van de la mano.
La visión para el desarrollo del mercado laboral debe de ser una en donde el crecimiento económico se traduzca en empleo digno, competitivo y sostenible. Pero para lograrlo, es crucial evitar caer en las trampas del pasado y enfocarse en la construcción del futuro.