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ER. TIEMPO: El hombre tallado en marfil. Lo mejor, lo mejor, lo mejor que hace Juan Ramón de la Fuente son las relaciones públicas. Su biografía pública es notable como académico, investigador, siquiatra, funcionario público, rector de la UNAM y diplomático, aunque esto último, como lo fue como secretario de Salud en el gobierno de Ernesto Zedillo, es más epidérmico y fue pintado a brochazos. Su imagen, podría decirse, es impecable, y construida en momentos críticos de la vida pública mexicana en este siglo, donde ese talento mediático se combinó con el trabajo de zapa que le construyeran los pilares para que el sol lo alumbrara. En Salud y como rector en los últimos seis años del milenio pasado y los primeros ocho años de este siglo, De la Fuente contó con un político que fue quien se ensució las manos, José Narro, y que le mantuvo la Secretaría y la UNAM en paz, permitiéndole el trabajo de comunicación política y relaciones públicas que le construyó una fama de hombre inteligente –que lo es–, mediador y conciliador –que también lo es–, que aprovechó con grandes réditos para él en la Rectoría en Ciudad Universitaria, donde la actividad en el Piso 7 era intensa, con desayunos, comidas y reuniones con los principales actores políticos de la actualidad. Ahí cultivó su amistad con Andrés Manuel López Obrador, y en su comedor rodeado de ventanas que permiten ver la magnitud del campus, sirvió como puente para que el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, con aspiraciones presidenciales, limara asperezas y reanudara las alianzas políticas con las cabezas de los más importantes medios de comunicación. El único problema que le veían, una característica que aún arrastra sin admitirlo, era su narcisismo. Su imagen tenía que ser tan impecable que diariamente se alineaba la barba para que fuera perfecta. Utilizaba a sus amigos en los medios para que sus dichos y sus hechos tuvieran espacio en las columnas no firmadas, que son las que más se leen en los periódicos, y pudieran abrirle los micrófonos de las radios cuando lo quisiera o requiriera. Su proyección tenía un alcance tan largo que en las elecciones presidenciales de 2006, cuando estalló el conflicto postelectoral y parecía que la victoria de Felipe Calderón se caería, sin condiciones para que emergiera como ganador López Obrador, comenzó a fraguar un plan en el caso de que estallara una crisis constitucional, y ser impulsado como presidente interino. El soporte jurídico lo hizo un afamado experto cercano a él, y el respaldo de un importante dueño de medio de comunicación que sumaría a sus pares al proyecto. Demasiado soñar. La política no es así. Calderón fue presidente; López Obrador se convirtió en el gran líder de la izquierda social. Y él se fue al ostracismo.
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DO. TIEMPO: El regreso de la Siberia tropical. Sin ningún cargo público a la vista, Juan Ramón de la Fuente se refugió en donde más medallas tiene, la academia. Con el respaldo de José Narro, que fue electo como rector, creó el Seminario de Estudios sobre la Globalidad, dentro de las facultades de Medicina y Psicología, que no tuvo mucho de globalidad, pero sí de medicina, con lo que De la Fuente pudo mantenerse activo en la academia, mientras encontraba otras opciones que satisficieran sus necesidades existenciales. Lo encontró en la red de Universidades Laureate, que aglutina a unas 80 universidades privadas de educación superior en una treintena de países. De ser cabeza de la UNAM, pasó a ser presidente del Consejo Asesor Económico de las Universidades, que en México incorpora a la Universidad del Valle de México y la Universidad Tecnológica de México. Ninguna de todas las instituciones incorporadas tenían renombre por la calidad de sus estudios. En ese momento, sin embargo, era eso o nada. De la Fuente se llevó las oficinas del Consejo Asesor al campus de Ciudad Universitaria, frente a las oficinas del sindicato, sin importarle la contradicción de meter una organización privada en una institución pública. Una mejor plataforma la encontró en 2014, cuando persuadió al Instituto Aspen, una organización de casi 70 años con sede en Washington, orientada a fomentar el liderazgo, a establecer una filial en México, en donde están asociados el actual rector de la UNAM, Leonardo Lomelín o el presidente del Grupo Salinas, Ricardo Salinas Pliego. El cobijo internacional del Instituto Aspen le permitió reconectarse con la política, acercándose a Andrés Manuel López Obrador, que lo nombró representante de México en la Organización de las Naciones Unidas tras ganar la Presidencia. Su pasó por Nueva York fue intrascendente, en buena medida, podría decirse, porque López Obrador ni entendía, ni estaba interesado en la política exterior. Presidió incluso el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el máximo órgano político de la organización, pero igual: si su jefe es refractario ante los temas internacionales, y su agenda es limitada, poco tenía que hacer. Lo mejor de su paso por el gobierno obradorista, fue que López Obrador se lo mandó como refuerzo a Claudia Sheinbaum, durante la campaña presidencial y lo incorporó en los cuartos de guerra. Cuando llegó el momento de empezar a repartir cargos, la presidenta electa, que había visto el respeto que tenían en muchos frentes por De la Fuente, lo nombró secretario de Relaciones Exteriores. La cartera diplomática cobró un enorme valor el 4 de noviembre, cuando Donald Trump ganó la elección presidencial y su puesto se convirtió en una de las piezas estratégicas que tendrá Sheinbaum, para enfrentar la tormenta naranja que se avecina.
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ER. TIEMPO: ¿Y si es el Principio de Peter? La semana que recién transcurrió, sirvió para que Juan Ramón de la Fuente, en su calidad de canciller, viajara a Dallas para reunirse con los cónsules mexicanos y preparar la estrategia legal por si se concreta la amenaza de Donald Trump de deportar a cientos de miles de migrantes, tan pronto se siente en la Oficina Oval de la Casa Blanca el 20 de enero. ¿Por qué habrá ido a Dallas y no a Los Ángeles, Houston o Chicago, ciudades que tienen más mexicanos? ¿Por qué fue a revisar en Texas la estrategia legal, que no es tarea de él, sino de la consejería jurídica? De la Fuente parece no haber terminado de entender cuál es su trabajo. Bueno, esto es recurrente desde la transición, cuando la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, lo designó el próximo responsable de la política exterior. El futuro canciller, en esos momentos, estaba de bon vivant. Dos días después de que capturaron a Ismael El Mayo Zambada, De la Fuente caminaba plácidamente en pareja por la Quinta Avenida, revisando los horarios de las misas en la Iglesia de Santo Tomás, en lugar de haber cancelado su viaje de placer para prepararle memorandos a Sheinbaum sobre las posibles implicaciones que tendría para su gobierno esa detención. Algo parecido hizo en la cumbre del G20 en Río de Janeiro, donde acompañó a Sheinbaum, y en lugar de quedarse a revisar la declaración conjunta de los jefes de Estado, como lo hicieron sus contrapartes, se regresó con la Presidenta a México, quedándose en Brasil la secretaria de Energía, Luz Elena González, que no tenía nada que hacer ahí. De la Fuente se equivocó viajando a Dallas, pero no es lo único en lo que ha fallado con Trump. Es de los que cree que sus amenazas son de humo y que las condiciones económicas dentro de Estados Unidos evitarán que cumpla sus amenazas contra el comercio, las drogas y la migración. Ya se verá, pero esos actos de fe, que reflejan desconocimiento de la personalidad de Trump, no ayudan en nada. Aunque así lo considere, su trabajo es preparar los diferentes escenarios sobre el impacto y las consecuencias de las medidas que anunciará sobre la migración el primer día en su segunda Presidencia, para aportarle insumos a Sheinbaum para que tome decisiones. Pero el canciller está fuera de la jugada. No fue él quien logró la cita de Sheinbaum con el primer ministro Justin Trudeau en Brasil, ni fue quien consiguió que Trump le tomara una llamada telefónica. Tampoco tuvo participación en la carta que le envió la Presidenta tras lanzar sus amenazas comerciales, y ni siquiera se le ha ocurrido darse una vuelta por Mar-a-Lago para hablar con el equipo de Trump, donde, por cierto, ya lo hicieron los enviados del presidente Volodimir Zelensky de Ucrania. Los pasos de De la Fuente han sido muy desafortunados. Pero quizás, lo que sucede es que la Cancillería está resultando su Principio de Peter.