Una tradición que es compartida por la mayoría de las naciones del mundo, sin duda alguna, es echarle al gobierno la culpa de todo lo malo que a esa misma sociedad le sucede. Es un ejercicio fácil y práctico.
Sin pretender quitarle responsabilidad al gobierno por muchas cosas que nos pasan en el país, lo cierto es que el gobierno está lejos de ser el responsable de todo lo bueno o malo que nos sucede. Sin embargo, esa práctica nos resulta muy cómoda a los ciudadanos.
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A propósito de esta reflexión entre usted y yo, no puedo sustraerme de señalar algunas cosas que están sucediendo en el país. Alguien dirá, como en todo, que el gobierno tiene mucho que ver en el tema.
¿De qué hablo? Del humor social. Vivimos en medio de circunstancias muy complicadas para todos. No me refiero solamente a la situación de violencia por la que atraviesa la nación; me refiero al ciudadano de a pie. Me refiero a usted, a aquel, a mí... al ciudadano en general.
Más allá de que es una realidad la situación delicada que vivimos, el comportamiento de muchas personas hace aún más compleja la circunstancia. Recién, en estos días, hemos sido testigos, a través de las redes sociales, de casos que son de espantar: una jovencísima influencer, con toda la vida por delante, es acusada de apuñalar a otra jovencita. Un muchacho apenas mayor de edad es sorprendido tirando a un bebé, ¡su bebé!, en una bolsa de basura. Ya ni le cuento las conversaciones por celular que se dieron a conocer entre este joven y la madre del recién nacido.
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Otro joven fue sentenciado hace unos días a más de 17 años de prisión después de golpear brutalmente, con los puños y pies, a una mujer, por el hecho de haber tocado el espejo de su coche con el propio. ¡Ojo! No estoy hablando de integrantes del crimen organizado, estoy hablando de ciudadanos muy jóvenes. ¿Cuándo nos volvimos una sociedad tan violenta? ¿Cuándo decidimos dirimir la menor diferencia a golpes o insultos? ¿Cuándo?
Que esta modesta reflexión quede para que pongamos nuestra pequeña participación en el propósito de recuperar una visión de alteridad respetuosa, de empatía, de respeto a quien piense o actúe diferente. No dejemos que se nos vaya de las manos este tema. Por nosotros, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. No permitamos que el enojo y el rencor se apoderen de nuestro día a día, y que en algún momento del futuro nos preguntemos: ¿Cuándo nos volvimos así?